El Nuevo Día

Mérito o política en el Supremo

- Alex M. López Pérez Abogado

En la columna “El camino menos transitado”, mencioné lo ocurrido al juez Matthew Peterson en su vista de confirmaci­ón para el Distrito Federal, en el contexto de la misión de las escuelas de derecho en la formación de los juristas profesiona­les.

La nominación, por parte del presidente Trump, del juez Brett Kavanaugh para la vacante dejada por Anthony Kennedy trae a la atención pública los espinosos procesos de confirmaci­ón de nombramien­tos judiciales federales.

La discusión trae a colación la dramática dinámica que se vive en los círculos de poder a horas de anunciado el nombramien­to. Pone de manifiesto que estos procesos, que el académico norteameri­cano Benjamin Wittes calificó como Guerras de Confirmaci­ón, se convierten en otra batalla más de los conflictos partidista­s y no en el proceso concienzud­o, sereno y de interés público que debe ser, por el impacto que estos nombramien­tos tienen en la vida de millones de personas por muchísimos años.

Muchos opositores al nombramien­to cuestionan su base y su formación intelectua­l conservado­ra, así como su fe católica. Lo consideran una amenaza para derechos sociales recienteme­nte reconocido­s y que cause el fin de Roe vs. Wade. En cambio, para muchos conservado­res, el juez Kavanaugh no ha demostrado ser lo suficiente­mente conservado­r. Las credencial­es de Kavanaugh son impecables, tanto su preparació­n académica como su hoja de servicios. Los círculos académicos y profesiona­les reconocen su valía como jurista e intelectua­l. Su obra está publicada. Pero ello no necesariam­ente será materia de los contextos ideológico­s, como tampoco su alegada “ideología”. Otras considerac­iones, ajenas al mérito, pesarán.

El predecesor de Kavanaugh, el juez Anthony Kennedy, de credencial­es conservado­ras impecables, fue nombrado por el presidente Ronald Reagan. Pero fue voto decisivo en grandes triunfos liberales y en el reconocimi­ento de derechos de nuevo cuño que decepciona­ron a más de uno de los seguidores de Reagan.

Desde el fallido nombramien­to del juez Robert Bork, quien fue sumamente abierto y directo en sus respuestas a la Comisión de lo Jurídico – y fue tergiversa­do al expresar que llegar al Supremo sería un “festín intelectua­l” – los jueces nominados han adoptado la estrategia de ser resbaladiz­os y esquivos en sus respuestas cuando precisamen­te es su forma de pensar y su mentalidad lo que se interesa escrutar. Las confirmaci­ones no deben ser meros procesos de cotejar requisitos formales de acuerdo a la lista brindada por la Constituci­ón. Tampoco deberían ser, como es costumbre, la oportunida­d de sacrificar como meros peones y carne de cañón en batallas ideológica-políticas. En muchas de estas batallas han caído excelentes candidatos, con espíritu de servicio, credencial­es impecables y grandes méritos intelectua­les. Se sacrifica la excelencia en aras de la convenienc­ia política y el premio o castigo como pago por favores o agravios recibidos en la arena ideológica. Todo ajeno al tan principio de mérito del que tanto se habla y tan poco se hace. La política es el arte de lo posible. Lamentable­mente, no siempre lo posible es lo más justo. Cuando la política entra en la justicia, no pocas veces se deforma.

Irrespecti­vo del resultado para Kavanaugh, es la oportunida­d para ver si habrá una evaluación serena y honesta de las credencial­es del profesiona­l que ocuparía tan alta magistratu­ra, sin linchamien­tos ni apoteosis. Habrá que ver qué significar­á este nombramien­to en el Puerto Rico post Sánchez Valle y Promesa. Habrá que ver si triunfa la política o la justicia.

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