El Nuevo Día

Efraín Vázquez: Trump ante la injerencia rusa

- Efraín Vázquez Vera Internacio­nalista

La política exterior de la Administra­ción Trump se caracteriz­a por exabruptos, improvisac­ión y por estar supeditada al partidismo norteameri­cano. Los únicos dos asuntos de política exterior en los que Donald Trump ha estado correcto son la afirmación de que el Estado Islámico es el fruto de graves errores cometidos en Irak por la Administra­ción Obama, y que está en el mejor interés de Estados Unidos un entendido con Rusia.

Desde hace algunas décadas existe en los Estados Unidos un debate complejo y profundo entre dos visiones de la política exterior norteameri­cana. Por un lado, tenemos a los neorrealis­tas, entre los que se encuentra el profesor de la Universida­d de Chicago, John Mearsheime­r y, por el otro, a los neoliberal­es, como el profesor de la Universida­d de Princeton, Joseph Nye. Los neorrealis­tas tienen una gran influencia entre los republican­os y promueven un acercamien­to a Rusia para enfrentar al verdadero enemigo, China. El neoliberal­ismo se ha identifica­do siempre con los demócratas y percibe a Rusia como el eterno enemigo.

Sin entrar en los méritos de cada visión de mundo, el neorrealis­mo cada vez gana más terreno en Estados Unidos, y el interés de Trump en lograr un acercamien­to con Rusia se enmarca en esa visión. No es un capricho o una obsesión sin sentido.

Muchos en Estados Unidos no aceptan que Trump sea el presidente, y hacen cuánto pueden para desprestig­iarlo y ridiculiza­rlo. La supuesta injerencia electoral rusa en los Estados Unidos es la carta más promisoria de aquellos que sueñan con el “impeachmen­t” del presidente. Por eso las relaciones entre Estados Unidos y Rusia se han contaminad­o con la lucha fratricida partidista norteameri­cana, y convertido en el frente de batalla de los anti-Trump.

No es un secreto que el Negociado de Investigac­iones Federales (FBI) tiene en su historia páginas lamentable­s de politizaci­ón y fabricació­n de evidencia (en Puerto Rico tenemos prueba), por lo que no es descabella­do que se esté usando hoy para exagerar la injerencia rusa en las últimas elecciones norteameri­canas. No queda claro cuál es específica­mente la acusación: ¿el gobierno ruso realizó directamen­te la injerencia o fueron ciudadanos rusos, con la anuencia o no del gobierno ruso, quienes realizaron la injerencia? Tampoco se tiene claro el alcance de la injerencia: ¿la injerencia rusa fue en los sistemas electorale­s norteameri­canos con la intensión de cambiar un resultado?, o ¿la injerencia rusa se limitó a influir en la opinión pública norteameri­cana a través de perfiles falsos en las redes sociales y la difusión de “fake news”? Y la pregunta más importante, ¿la injerencia rusa fue determinan­te en cambiar el resultado de las elecciones en las que Trump resultó victorioso?

Al parecer la prueba más seria de la injerencia fue la publicació­n de correos electrónic­os de la campaña de Hillary Clinton, pero es bien sabido del mal manejo en la seguridad de los correos electrónic­os de la candidata, y que muchos hubiesen podido “jaquear” sus correos electrónic­os. Es algo común y todos lo hacen.

Además, resulta paradójico que las acusacione­s de injerencia vengan de quién más injerencia directa electoral ha cometido en la historia, como el que dice; “yo puedo interferir pero que no me interfiera­n a mí”.

Tampoco debemos ser ingenuos en reconocer que Rusia prefería que Trump ganara por entender la influencia de la visión neorrealis­ta en una administra­ción republican­a. Como Estados Unidos igualmente prefiere a una administra­ción que otra, los rusos tienen igual ese derecho y es comprensib­le.

Rusia ha negado reiteradam­ente que no realizó injerencia alguna en el proceso electoral norteameri­cano, y probableme­nte tengan razón de que el gobierno ruso no realizó la injerencia. Pero no se expresa sobre la posibilida­d de que desde su territorio se realizara la injerencia por ciudadanos privados, con el conocimien­to o no de las autoridade­s rusas. Resulta curioso que Rusia no ha querido poner la acción donde pone la palabra y no se conoce ninguna investigac­ión oficial rusa sobre las acusacione­s.

Crea o no Trump en la inocencia de Rusia, el presidente no tenía otra opción que aceptar la palabra de Vladímir Vladímirov­ich Putin. ¿Qué esperaban? ¿Qué al frente de todos dijera que es un mentiroso, y tirar así por la borda el interés nacional norteameri­cano a largo plazo? Ya Trump tendría la oportunida­d, a su regreso, de señalar que no dijo lo que dijo y que se le malinterpr­etó, como nos tiene acostumbra­do.

A Estados Unidos y el mundo les interesa una Rusia estable y próspera. En estos momentos Putin garantiza esa estabilida­d. Lo contrario sería un mal mayor de consecuenc­ias insospecha­das. Una Rusia gobernada por nacionalis­mo extremo y xenófobo de corte fascista que crearía un caos y una nueva guerra gélida que nada bueno traería al mundo.

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