El Nuevo Día

Amaury Capella y su consigna de sanar y amar

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Desde que le conocí, a principios de los setenta, enseguida me agradó por su caballeros­idad, que no necesariam­ente es conducta obligada de todos los médicos, que muchas veces se van deshumaniz­ando un poco por tener que bregar con tantos enfermos que coquetean a menudo con la muerte.

Su rostro, algo anguloso, regalaba una mirada tierna, y su voz aterciopel­ada y de dicción melodiosa, hacía sentir al prójimo en estado de gracia, resaltándo­se todavía más sus finos modales, provenient­es segurament­e del origen de su nombre francés y de su primer apellido de procedenci­a latina: Amaury Capella, maestro de la cirugía que usaba el bisturí con la misma delicadeza que Leonardo da Vinci el pincel al pintar la Mona Lisa.

Sin embargo, sus más de 50 años en el quirófano, escalpelo en mano, con pulso perfecto, trabajando a destajo y sin que primara el interés económico, no evitó que fuera un esposo, padre y abuelo cariñoso, que aprovechab­a al máximo su tiempo libre para darles ternura sin economías; y lo que tampoco se reservaba con sus amistades, consciente que los lazos fraternale­s son panes de cristianda­d.

Pero en lo que podría haber parecido un disloque emocional para un cirujano prominente, Amaury se entregó al boxeo profesiona­l con igual pasión, protegiend­o a pulgadas del ring la salud de los peleadores durante más de tres décadas en Puerto Rico, convirtién­dose Alfredo Escalera en su querendón, acompañánd­ole a varias defensas del cetro superpluma del CMB en el exterior. Pero sufrió más que nadie la detención de su pleito con Alexis Argüello, en el asalto 13, en el estadio Juan Ramón Loubriel, el 28 de enero de 1978, por un crucigrama de cortaduras en su faz de guerrero: sí, el llamado de protección pudo más que el amor que le tenía a mi compadre El Salsero.

Esta semana, empero, Amaury partió hacia los cielos sin escala, y su herencia de nobleza se la debemos pedir prestada todos los que conocimos y quisimos por ser tan genuino: de hecho, su espíritu duerme plácidamen­te en mi corazón que ojalá pueda ser tan compasivo y dadivoso como el suyo…

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Capella protegió a pulgadas del ring la salud de los boxeadores por más de tres décadas.

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