DECIR POR DECIR
Así como vino se fue, otra vez como tantas veces; sin dejar más rastro de su paso que meras huellas de memorias vanas y alguna que otra promesa de esas que se dicen por decir para enseguida olvidarse… Así como vino, el verano se fue.
Inicia un nuevo semestre de lo mismo de siempre. Los estudiantes regresan en manadas a sus aulas o a sus jaulas, ilusionados algunos y a regañadientes otros. Los maestros se reintegran a sus faenas habituales, algunos ya frustrados y de mala gana; y otros, de manera extraña, todavía entusiasmados.
La libertad de pensamiento está prohibida en el régimen de confinamiento institucional; y la enseñanza irreflexiva —si no la única permitida, la preferida— no es más que práctica de encuadramiento mental.
El sistema de educación no educa, no podría hacerlo y no le interesa hacerlo. Todavía en el siglo XXI se degrada la experiencia del aprendizaje a la competencia por acumular datos de memoria por una nota. Los estudiantes siguen siendo forzados a memorizar infinidad de inutilidades para vaciarlas en exámenes y enseguida vaciar la propia memoria.
De manera circular y viciosa todo se repite. Como de sus padres, de sus maestros aprenden a creer antes que a pensar por sí mismos; y enseguida a repetir —como si fueran verdades— falsedades y mentiras. Y así se programan para creer que la obediencia es una virtud, como enseñan las sagradas escrituras a los esclavos; y aprenden a despreciar la duda irreverente, esa que da vida a la vida precisamente por su naturaleza desobediente; y aprenden a imitar por imitar y en el acto a condenar la imaginación creativa y con ella su fuerza liberadora y creadora.
La escuela, metáfora carcelaria y alegoría de manicomio, es también el principal centro de modificación de conducta y domesticación para la gran fábrica social de imitadores…