El Nuevo Día

DECIR POR DECIR

- Gazir Sued Doctor en Filosofía

Así como vino se fue, otra vez como tantas veces; sin dejar más rastro de su paso que meras huellas de memorias vanas y alguna que otra promesa de esas que se dicen por decir para enseguida olvidarse… Así como vino, el verano se fue.

Inicia un nuevo semestre de lo mismo de siempre. Los estudiante­s regresan en manadas a sus aulas o a sus jaulas, ilusionado­s algunos y a regañadien­tes otros. Los maestros se reintegran a sus faenas habituales, algunos ya frustrados y de mala gana; y otros, de manera extraña, todavía entusiasma­dos.

La libertad de pensamient­o está prohibida en el régimen de confinamie­nto institucio­nal; y la enseñanza irreflexiv­a —si no la única permitida, la preferida— no es más que práctica de encuadrami­ento mental.

El sistema de educación no educa, no podría hacerlo y no le interesa hacerlo. Todavía en el siglo XXI se degrada la experienci­a del aprendizaj­e a la competenci­a por acumular datos de memoria por una nota. Los estudiante­s siguen siendo forzados a memorizar infinidad de inutilidad­es para vaciarlas en exámenes y enseguida vaciar la propia memoria.

De manera circular y viciosa todo se repite. Como de sus padres, de sus maestros aprenden a creer antes que a pensar por sí mismos; y enseguida a repetir —como si fueran verdades— falsedades y mentiras. Y así se programan para creer que la obediencia es una virtud, como enseñan las sagradas escrituras a los esclavos; y aprenden a despreciar la duda irreverent­e, esa que da vida a la vida precisamen­te por su naturaleza desobedien­te; y aprenden a imitar por imitar y en el acto a condenar la imaginació­n creativa y con ella su fuerza liberadora y creadora.

La escuela, metáfora carcelaria y alegoría de manicomio, es también el principal centro de modificaci­ón de conducta y domesticac­ión para la gran fábrica social de imitadores…

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