Estimula a los educadores en tiempo de adversidad
Los maestros del sistema público de enseñanza están bailando la danza de la muerte. Son una clase profesional mal pagada, en estrés constante, y muchos, ahora hasta sin plaza, a pesar de acumular hasta veinte años trabajando como educadores.
Nadie piensa que a ellos les debemos la clase profesional que ha levantado a este país. Para colmo, los de las escuelas católicas se han quedado sin su retiro, y ahora los de la pública ven arruinado el suyo.
Muchos educadores no tienen siquiera el respaldo de un sector del pueblo, que ha creado la triste frase “es más pobre que un maestro de escuela". Mientras el Estado los llama "excedentes", muchos en las redes los llaman cobardes, siervos, esclavos contentos y los conminana a rebelarse.
¿Cómo van a rebelarse: con una huelga nacional, con brazos caídos, con una revuelta que los lleve por las calles y avenidas con palos, piedras y lo que tengan a mano reivindicando sus derechos? Y los que tanto los insultan y los instigan: ¿estarán allí para apoyarlos?
Es muy triste todo el panorama, como es vergonzoso ver filas interminables de maestros bajo el sol y la lluvia esperando porque dos técnicos del Instituto de Ciencias Forenses les hagan una prueba de dopaje. Realmente el Estado no los respeta; todo lo que digan desde las tribunas o desde el propio Departamento de Educación lo considero es burda hipocresía.
Yo, que he sido profesora universitaria por cuarenta y cuatro años, así como mi hermana, que fue maestra del sistema de educación pública por treinta y tres, pertenecemos a este gremio de sacrificados educadores. A todos esos compañeros maestros les digo que, pese a la adversidad, sigan llevando a sus estudiantes a competencias académicas internacionales y locales.
A aquellos que organizan coros, a los que los desarrollan físicamente con los programas deportivos, a los que les enseñan a ser virtuosos en la práctica de sus instrumentos musicales preferidos, a los que les dan clases de ética y religión, les damos las gracias. Con todos tiene este país una deuda impagable, porque son ellos los que están formando al puertorriqueño del futuro, aunque ese producto finalmente emigre para darle a otro país el fruto dulce y sabroso de la educación que recibió en su patria.
Teresita Soto Falto