Puerto Rico, Ruanda
Mayra Montero Antes que llegue el lunes
Carteros y policías, entre otras personas con otros oficios, o con ninguno, cayeron en la redada realizada por agentes federales el pasado jueves, en un intento por desarticular una banda que traía droga a través del servicio postal, y también en lanchas o avionetas que llegan desde islas cercanas, que es lo clásico. Encarcelados estos, ya vendrán otros a sustituirlos. Es la rueda de la vida y de la perdición, ya se sabe.
Una parte de los cargamentos se queda en Puerto Rico, pero el grueso de la mercancía es enviada a distintos puntos de los Estados Unidos.
Aquí seguimos ocupando un sitial de suprema importancia como “puente de las Américas”, en un trasiego que se ha hecho cada vez más inteligente y organizado. La cantidad de millones de dólares que esta actividad deja a la economía, es una especie de válvula contra la explosión social. Lo sabe el Gobierno, les consta a los economistas, y es una verdad que se respira en la calle. Sin embargo, hay un sector del país, grupos políticos e intelectuales, que evitan tocar este tema que tanto les atañe. La economía informal, regida por el bajo mundo, es una piedra en el camino de cualquier proyecto político, cualquiera, que se intente adelantar para cambiar el status actual. No ver eso, es ignorar un elemento formidable. El bajo mundo siempre apuesta por la inmovilidad, no va a ser al contrario.
Si hay una economía alternativa, una estructura que constituye una especie de segunda capa administrativa, es necesario incluirla en el análisis. Eliminar mentalmente esa posibilidad, no quiere decir que no exista.
El operativo del jueves, con 50 o 60 detenidos, la mayoría en Puerto Rico, y unos cuantos en diferentes jurisdicciones estadounidenses (porque alguien tiene que recibir la droga allá) representa la punta del iceberg de un mercado que, como vemos, reparte dinero a espuertas. Se estima que esta banda en particular, ella sola, en cuestión de pocos años amasó una fortuna de decenas de millones.
¿Dónde meten el dinero: en el bolsillo, debajo del colchón, en las cuentas del banco?
No, generalmente lo invierten. Los implicados y sus familiares forman parte de una red de consumo vertiginosa. Esto incluye automóviles, celulares de última generación, remodelación de hogares, adquisición de equipos cada vez más sofisticados. Es la cadena que repercute en todo.
Por supuesto, el narcotráfico se vio afectado por el huracán, no hay que olvidar que esa gente depende de la comunicación y de las vías de rodaje despejadas. Pero supongo que, aparte de estos operativos federales, van recuperando el paso.
En síntesis, que si los ideólogos de los partidos quieren chuparse el dedo, pueden hacerlo. Sobre todo si es un dedo enajenado de esa importante faceta económica del país.
Y en esto entra también la economía informal “honrada”, que se alimenta de una masa sustancial de trabajadores que oficialmente no aparecen como tales. Para efectos de las estadísticas, están desempleados, o perciben un mínimo imposible para la supervivencia.
Lo que nos lleva al informe de la desigualdad, publicado hace poco por el Banco Mundial, y que nos coloca en el tercer lugar de los países más desiguales del mundo, por debajo de Zambia (o sea, Zambia está un poquito peor), y por encima de Mozambique, Nicaragua, Honduras, países que, según el documento, serían mucho más igualitarios que Puerto Rico.
Hace unas cuantas noches, en Telesur, pasaron un documental sobre la miseria y la desesperanza en Honduras, cada vez más violento y empobrecido. Nicaragua tiene su economía reducida a escombros. Entonces, ¿cómo van a venir cuatro gatos a coger unos números, y a base del llamado coeficiente Gini (un sistema que mide la pobreza y la desigualdad conforme a los ingresos), decidir que somos el país con mayor desigualdad de América Latina, y estamos terceros en el mundo en la escala de miseria social?
En este país hay una desigualdad importante. La que más duele, o por lo menos la que me encuentro más seguido en campos, calles o supermercados, es la de la vejez desamparada, la de una población de ochenta u ochenta y tantos años, que van contando los centavos para comprar sus viandas, y cada vez están más solos y desprotegidos por las agencias del gobierno. Contrario al resto de la gente, que más o menos se defiende con la transportación, los viejos no guían. Eso es un obstáculo tremendo, y representa un verdadero índice de desigualdad. No tienen calidad de vida.
Reconocer una situación de esa naturaleza, y enfocarla de manera puntual, es una cosa. Aceptar como bueno ese tercer puesto mundial en la debacle, sin chistar y sin hacer análisis de ninguna índole, es otra muy distinta.
El lugar que nos encasquetaron, según el sistema ideado por Corrado Gini, estadístico italiano que murió hace más de 50 años, y que no imaginaba que su método se aplicaría a un escenario tan complejo como Puerto Rico, ha debido cuestionarse, matizarse al menos con una reacción del Gobierno, o de los propios economistas locales. Inexactitudes así, a la larga se vuelven contra la credibilidad del país. Pero como parece que no es políticamente correcto hablar del tema, pues se da como bueno el índice, y aquí estamos en algo parecido a Ruanda.
En Ruanda, por cierto, están mejor que nosotros según el coeficiente Gini. Y encima tienen santuarios de gorilas y monos dorados. Montañoso paraíso aquel.
“En Ruanda, por cierto, están mejor que nosotros según el coeficiente Gini. Y encima tienen santuarios de gorilas y monos dorados”