Bolonia para pensar y comer
Se dice que es “docta”, porque aquí se abrió la primera universidad de Occidente, y “grassa”, o gorda, por su exquisita gastronomía
En uno de sus temas, el cantautor Lucio Dalla, refiriéndose a su ciudad natal, decía que en el centro de Bolonia “non si perde neanche un bambino”. Es decir, “no se pierde ni siquiera un niño”. Así es. Y no solo porque el centro de esta ciudad del norte de Italia no sea demasiado grande, sino porque en sus calles es fácil orientarse: son bastante simétricas, menos zigzagueantes que en otras antiguas ciudades del país, a pesar de que aquí se mantiene casi intacto el casco medieval (Bolonia y Venecia son las dos urbes italianas que menos han modernizado su centro histórico).
PIAZZA GRANDE
Me encuentro con Silvia Quiri, una boloñesa de pura cepa, que suguiere que partamos recorriendo desde la Plaza Mayor, la principal de la ciudad y que Lucio Dalla inmortalizó en su canción Piazza Grande, que es como sus habitantes llaman a este lugar, epicentro social de la vida de los locales hace centenares de años, desde tiempos remotos en que esta urbe era llamada Bonomia y era una de las principales colonias romanas.
Da igual por qué esquina se encuentre la plaza. En cualquier ángulo se hace evidente lo majestuoso del lugar, rodeado por espectaculares edificios que merecen atención, partiendo por la Basílica de San Petronio, dedicada al protector de la ciudad y que guarda innumerables tesoros (entre ellos, la estupenda Capilla de los Reyes Magos, construida en el siglo XIII y que, a pesar del tiempo transcurrido, se mantiene bastante bien conservada). La fuente dedicada a Neptuno, en una de las esquinas de la plaza, se ha convertido en uno de los símbolos de Bolonia en el mundo: fue construida hace más de 500 años por uno de los arquitectos más célebres de su época, Giambologna (apodo de Jean Boulogne), como otro hito más que mostraba la vitalidad de la ciudad que tuvo su mayor florecimiento tras la caída del Imperio Romano, en la Edad Media y hasta el Renacimiento.
Acentúa, también, la estampa imponente de esta plaza el llamado Palacio del Rey Enzo, el hijo de Federico II, que estuvo 23 años prisionero en este lugar (la leyenda dice que su fantasma recorre aún las habitaciones), de arquitectura gótica y con torre almenada. Como otras edificaciones en el sector, entre ellos el Palacio del Podestá, fue construido en el siglo XIII para servir como sede de la administración pública.
IL QUADRILATERO
Salimos de la plaza. Mirando hacia la izquierda desde el frontis de San Petronio, tomamos las sinuosas callecitas aledañas y nos encontramos en el ex Mercado del Medio (como se le llamaba en la Edad Media), zona que hoy es conocida como Il Quadrilatero, que mantiene todo el encanto del pasado: aquí no solo es posible comprar frutas y verduras, sino que también se hacen degustaciones de productos típicos de la ciudad, como pastas y cecinas (imperdible: la mortadela).
Este sector era donde se concentraban las antiguas corporaciones de oficios, y eso es recordado a través de los nombres de sus calles. Así, uno puede caminar por las vías de los Orfebres, de las Antiguas Pescaderías, de las Tapicerías, de las Zapaterías y de las Carnicerías. Justo en el número 1 de esta última calle se encuentra uno de los lugares imperdibles para un apertitivo o comer: Tamburini, una antigua fábrica de cecinas donde actualmente es posible sentarse a probar, y comprar, algunos de los productos de la zona. Hoy, una estupenda tabla de quesos y diversos embutidos, un plato de tortellini y un vaso de vino tinto sangiovense fueron más que suficientes para seguir el recorrido.
Repuestas las energías, nada mejor, entonces, que entrar a la Gallería Cavour, centro del lujo y la moda, donde están las firmas italianas más conocidas, como Fendi, Armani y Prada, entre otras, junto a otras como Tiffany, Louis Vuitton y Michael Kors, y donde se respiran elegancia y refinamiento por los cuatro costados.
Como dijimos al comienzo de la caminata, Bolonia es relativamente pequeña. Además, sus calles son casi rectilíneas, es plana y, por todo eso, no es difícil caminarla toda, ni uno se agota en el intento. Y, por si esto fuera poco, tiene gran cantidad de pórticos donde es posible guarecerse en caso de lluvia o encontrar sombra para el calor, particularmente intenso, durante el verano.
LAS DOS TORRES
Dicho eso, seguimos caminando. Llaman la atención dos torres medievales que se alzan, majestuosas, a pocos pasos de la Plaza Mayor. Construidas a comienzos del siglo XII, también son símbolo de la ciudad: Asinelli tiene 319 pies y es la torre inclinada más alta del mundo. Si no asustan los 498 escalones que hay hasta la cima, vale la pena subir y gozar la panorámica. La que está al lado, un poco más pequeña, también inclinada, se llama Garisenda.
De vuelta al plano, luego de una visita al Museo de Arte Moderno de Bolonia (MAMbo, que funciona en un edificio de construido a principios del siglo X, como panadería comunal, y transformado en museo a fines del siglo XX), llegamos a la Trattoria Fantoni, en la vía del Pratello 11, un lugar sin pretensiones, ni turistas, donde la lasaña es de antología y los precios, más que asequibles.
Quizá uno de los lugares más singulares de la ciudad es el Conjunto Monumental de Santo Stefano, también cerca del centro, en la plaza del mismo nombre. Es conocido como “las siete iglesias” porque entre los siglos IV y V hubo ahí, efectivamente, siete iglesias de las que hoy quedan solo cuatro: iglesia del Crucifijo, basílica del Sepulcro, basílica de los Santos Vitales y la iglesia la Trinidad y los Mártires. Todas han sufrido modificaciones a lo largo de los siglos, y eso se nota no solo en la arquitectura sino también en su interior.
Como sea, vale la pena ver los antiguos sarcófagos de la iglesia de los Santos Vitale y Agrícola; los diferentes capiteles provenientes de construcciones más antiguas de edificios de los periodos romano y bizantino aledaños; los mosaicos que hay en el suelo, que se remontan al siglo IV, y una fuente de mármol llamada “Plato de Pilato”, donada en el siglo VIII por el rey Liutprando soberano de los longobardos, que tenían en el complejo monumental su principal centro religioso.
GENUS BONONIAE
Si todavía tiene tiempo, conviene visitar el circuito de Genus Bononiae, que comprende algunos de los más importantes museos de la ciudad, como el de Historia de Bolonia, en el Palacio Pepoli, y el de San Colombano, con su preciosa colección de instrumentos antiguos, y por supuesto la iglesia de Santa María de la Vida, para admirar el estupendo grupo de siete esculturas llamado Dolor por
Cristo Muerto, de madera policroma, tamaño natural y realizado en la segunda mitad del siglo XV, pero que recién comenzó a exhibirse al público hace unos 30 años en este lugar.
A la ciudad se le llama “docta” porque a principios del siglo XI se fundó aquí el Alma Máter Studiorum, la Universidad de Bolonia, considerada la primera de Occidente, que tuvo entre sus alumnos a personajes tan célebres y disímiles como Dante Aligheri, Rodrigo Borgia, que llegaría al trono papal como Alejandro VI, el astrónomo Nicolás Giosué Carducci o el director de cine Pier Paolo Pasolini.
La sede más importante de esta universidad es el Archiginnasio, un estupendo edificio de dos pisos en las cercanías de la Plaza Mayor, construido también hace unos 500 años. En este caso, la visita se justifica porque cada detalle de su construcción muestra las huellas de quienes pisaron estas aulas, incluyendo, los 7,000 escudos de armas de otros tantos estudiantes que adornan sus paredes, o el teatro anatómico, las aulas donde se enseñaba anatomía.
Hay más sedes, pero especialmente interesantes es la Villa Guastavillano, que ahora es un centro de altos estudios sobre todo en gestión empresarial, ubicado en el Monte Barbiano, en las afueras de la ciudad (para llegar, el bus 59 sale de la Plaza Cavou, en el centro). Se trata de una estupenda construcción renacentista, una joya mandada a construir en 1575 por el cardenal Philippo Guatavillani, sobrino del Papa Gregorio XIII. Aquí, apenas atravesamos el portón, nos encontramos con la Ninfa del Fuego, ubicada al interior de un ambiente decorado con piedras de travertino, que hacen que uno tenga la sensación de estar en una gruta. Más adelante, encontramos otra fuente, dedicada a Dionisio, que tiene en su parte superior a dos sátiros que parecen estar riendo a carcajadas, en una clara referencia al mundo pagano antiguo.
A COMER
Para honrar el otro apodo de Bolonia “grassa”, no hay mejor sitio que Fico (Fábrica Italiana Contadina), el parque agroalimentario más grande del mundo que se inauguró hace apenas un año a pocos kilómetros de Bolonia: tiene 100,000 metros cuadrados dedicados a la biodiversidad, dos hectáreas de campo, y establos al aire libre con más de 200 animales, 2,000 tipos de cultivos y un espacio dechado de ocho hectáreas donde 40 diferentes expositores realizan degustaciones en torno a los productos más importantes de la gastronomía italiana, a precios que resultan más que asequibles.
Para recorrer el parque, hay bicicletas a disposición. Es buena idea. Fico es una especie de Disneylandia de la enogastronomía, donde hasta los niños tienen su lugar: pueden aprender jugando en los seis espacios multimediales interactivos destinados a ellos, mientras los padres ponen a prueba sus propios conocimientos.
En estos pequeños pabellones, los asistentes pueden “pasear” por las diferentes interacciones que ha tenido la humanidad en su historia: con el fuego, con los animales, con la tierra, el mar y hasta con las botellas (de aceite, cerveza, vino, por ejemplo), para terminar con las perspectivas futuras, donde se despliega, con innovadores soportes tecnológicos, una mirada sobre la agricultura colaborativa: aquí, apenas se entra a un gran jardin hidropónico está la posibilidad de plantar una semilla; luego, a medida que va avanzando, ve la evolución de la planta, su crecimiento. La sorpresa final es descubrir qué plantó cada uno, y cómo floreció.