MYRNA BÁEZ FRENTE AL ESPEJO
TRAS SU FALLECIMIENTO EL LUNES, UN GRUPO DE MUJERES REFLEXIONA SOBRE LA INFLUENCIA QUE TUVO EN SUS VIDAS
Yo no quiero que me quieran; quiero que me respeten”, dijo una vez Myrna Báez, la pintora y grabadora que acaba de morir. Reclamaba así su autonomía personal y el valor de su trabajo, más allá de toda condescendencia acomodaticia. Sus palabras la definen: son extraordinarias viniendo de una mujer puertorriqueña nacida en los años treinta, cuando el anhelo de las mujeres era (sigue siéndolo para muchas) ser aceptadas, ateniéndose a las circunstancias prevalecientes. No estaba dispuesta a que le impusieran nada: ella sentaba las pautas del juego. Por eso merece el respeto de todos.
Su influencia sobre las mujeres fue grande. Varias estudiosas, amigas, discípulas, colaboradoras dan fe de ello. Nunca dejó de sorprendernos ni como mujer ni como grabadora y pintora. Linda Nochlin se preguntó en una ocasión por qué no había más mujeres artistas. Myrna Báez se encargó de refutar esa aseveración con su arte genial y su disposición de abrirles camino, a través de ese arte, a otras mujeres artistas para que a su vez fueran consideradas en igualdad de méritos. Su medida era la del gran arte.
Mis primeros recuerdos de ella se remontan al momento en que supe que su mamá y mi abuela Teresa eran parte de un grupo que jugaba póker por las tardes en Santurce, allá por los años cincuenta. Más tarde ella haría un grabado que reflejaba esa escena de su entorno familiar, y haría el óleo maravilloso, “La lámpara Tiffany”. El saber entender y captar nuestra vida cotidiana, el paisaje y sus personajes, hacen que su obra sea de trascendencia universal. Cuando regresé de mis estudios doctorales, me invitó a dar una conferencia sobre Arte Contemporáneo en la Universidad del Sagrado Corazón. Margarita Fernández Zavala, profesora, artista, investigadora, curadora, co-fundadora de la Asociación de Mujeres Artistas de Puerto Rico, organizadora en el 2001 de una exhibición retrospectiva de los grabados, pinturas y esculturas de Myrna Báez en el Museo de Arte de Puerto Rico. Editora del libro “Myrna Báez: una artista ante su espejo”.
Myrna fue un pilar de mi formación. Entré a su casa y a su vida en 1980, joven y con dos críos, para escribir un trabajo sobre ella. Me dio acceso a sus papeles y comencé a organizarle una bibliografía anotada que publiqué. Nos quedó claro que había que registrar y retratar su obra; ella armó un equipo y registró su obra. En 1988 fui la curadora de su retrospectiva de grabado para la exhibición homenaje de la Bienal de San Juan del Grabado Latinoamericano y del Caribe (ICP). Gané una mentora, una amiga y, mejor aún, una madre. Les decía a todos que yo era su hija mayor. Después de trabajar juntas muchos años decía, “Antes yo decía que Margarita era mi hija mayor pero ahora pienso que es mi mamá porque me manda y me organiza”.
Myrna entendió que los artistas, sobre todo en un país colonizado como este, tienen varias funciones que se intersectan. Deben usar su voz para para defender causas fundamentales, sobre todo de la cultura. Esa voz tendrá cada vez más fuerza a partir de la seriedad de su obra y del reconocimiento que alcance. Siempre estuvo dispuesta a respaldar causas importantes con su prestigio. Más allá de sus contenidos, su obra es muy profunda porque fue sincera en sus búsquedas.
Irene Esteves Amador, Conservadora-restauradora e historiadora del arte. Su tesis doctoral (de próxima publicación) se titula: “Conservación mediante documentación de la pintura contemporánea en el Caribe: metodología aplicada a la obra de Myrna Báez”.
Cuando Myrna ofreció compartir conmigo los pormenores técnicos de su pintura, interesada en su correcta conservación y restauración, no solo procuró la salvaguarda de lo que desde y para la plástica había creado, sino que se asumió como la primera responsable de la preservación de su legado. Líder de la pintura, de la gráfica y de la educación del arte, Myrna es igualmente punta de lanza de la novedosa rama de la conservación mediante documentación. Vivió convencida de que “la pintura sin riesgo no es pintura”. En una obra cuyo contenido es indisoluble de su forma -“piensas el tema y su solución plástica”, decía- el riesgo, innovación y diversidad de las técnicas no es algo menor. Ella nos invita, incluso, a poner las cualidades matéricas por encima de los aspectos psicológicos. Como los grandes, aspiró a la autonomía artística de la pintura cuya temática es haberse servido de sí misma.
LA COMPAÑERA DE TRABAJO Migdalia Umpierre, artista grabadora y profesora
Conocí a Myrna durante mis estudios de bachillerato en la Universidad del Sagrado Corazón, donde era artista residente. Recuerdo que para el año 2001, un 11 de septiembre, estaba montando las obras de mi exposición, “Jugando a la casita”, que abriría al día siguiente, en la Galería de Arte de la Universidad del Sagrado Corazón. Entró para decirme que a la actividad no iría mucha gente por lo de las torres, que no era por mi obra. También recuerdo que decía que cuando uno se presentaba era importante decir el apellido: “No eres Migdalia, eres Migdalia UMPIERRE”.
SUS ESTUDIANTES
Adlín Ríos Rigau, catedrática, fundadora de la Galería de Arte de la USC, directora del proyecto del Museo de Arte de Puerto Rico.
Mi primer recuerdo de Myrna data de 1972, cuando fui su estudiante en el Colegio Universitario del Sagrado Corazón. Ese mismo año adquirí mi primera obra de arte, su colografía Jardincillo, que le pagué en tres plazos. Posteriormente fuimos colegas en Sagrado. Como profesora era implacable en su crítica, aunque generosa en sus consejos y en estimular a sus estudiantes a superarse. Su legado enriquece nuestra historia del arte.
Marilyn Torrech, profesora de Artes Visuales en la Universidad del Sagrado Corazón, en la Liga de Estudiantes de Arte y en el Museo de Historia, Antropología y ArteUPRRP.
Conocí a Myrna en el 1974, cuando entré a estudiar Artes Visuales en la Universidad del Sagrado Corazón. Ella enseñaba allí desde 1964, invitada por las religiosas del Sagrado Corazón, quienes entendían que el arte era un aspecto importante en la formación del individuo. Originalmente enseñó los cursos de grabado a relieve; cuando se adquirió la prensa se añadieron otros cursos, como la colografía y el gofrado. Por muchos años enseñó serigrafía y también pintura. Nos trajo a Torres Martinó, que enseñaba diseño y teoría del color. Junto a Mary Ann McKinnon y a Rafael Márquez, los cuatro crearon un programa de Artes Visuales adscrito al Departamento de Humanidades. Desde Sagrado vimos florecer la labor artística de Báez, siguiéndola de cerca. Su producción fue extraordinaria, pero nunca descuidó sus labores docentes.
Es mi mentora en el arte y en la vida. Recuerdo que siendo su estudiante nos decía: “si vas a ser artista, tienes que aprender a serruchar y martillar. Tienes que aprender a hacerlo todo”. Y nos advertía- “las cosas se hacen bien, o no se hacen”. Me mantuve en contacto con ella hasta el final; la visitaba todas las semanas. En casa decimos que Myrna Báez me "arregló". Yo era la más pequeña de las niñas de casa y fui muy rebelde, lo cuestionaba todo. Cuando conocí a Myrna reconocí en ella a la rebelde mayor; siempre tuve para ella el más profundo respeto.
LAS AMIGAS:
Mercedes López-Baralt, Profesora Emeritus de la UPR y Profesora Honoraria de la Universidad de San Marcos, de Lima
Primero que nada, una imagen: la equivalencia entre su sonrisa franca y su solidaridad. Otra que me llena el alma: su hermosísimo cuadro sobre el mangle, sostenido por las múltiples bifurcaciones de sus raíces. Ella y Palés, que le cantó en la primera página de su novela Litoral a la garza blanca de nuestro preterido mangle puertorriqueño, lo elevaron a categoría artística. También recuerdo a la Myrna bailarina, en la maravillosa clase de flamenco de Milagritos Vicente, en que nos emparejábamos en las sevillanas y aún en los vericuetos de las alegrías. La veo en tantos de los seminarios que impartí en la Academia de la Lengua en Ballajá, sobre Palés, Miguel Hernández, Federico García Lorca y Cien años de soledad, siempre entusiasta y sentadita en segunda fila con su inseparable hermana Doris. Me hizo un regalo inolvidable en el de Lorca. Yo les había contado a los alumnos de su último amor, Juan Ramírez de Lucas, un rubio guapísimo que luego se convertiría en un importante historiador de arte. Corría el fatídico año de 1936, Juan tenía 19 años y Federico 38. El poeta se lo quiso llevar a México (de hacerlo no lo hubiesen matado en su Granada), pero los padres de Juan se opusieron. Como despedida, le escribió un romance bellísimo que comenté en clase, y que decía así: “Aquel rubio de Albacete,/ vino, madre, y me miró./ No lo puedo mirar yo”. Y entonces, Myrna me hizo un regalo. Una foto en que está con Juan y otros amigos, en sus años madrileños. Así era nuestra inolvidable amiga.
Sonia Fritz, Directora/Productora Marina Films
Al proponerle a Myrna la idea de hacer un documental sobre su obra, me dijo: “cuando consigas los chavos, vuelves”. Eso me sirvió de estímulo para conseguirlos. Una vez aceptó, colaboró incondicionalmente para que quedara lo mejor posible. Cuando vio el documental “Los espejos del silencio” por primera vez, me dijo “No te quedó tan mal”, con su característico sentido del humor. Yo me quedé tranquila; había pasado la prueba. Su crítica aguda, su transparencia, fueron fundamentales porque no aceptaba la complacencia. Su sentido del humor era inteligente, cortante.
Fue una artista que vivió por y para el arte; siempre solidaria y buena amiga. Su compromiso con la cultura, la enseñanza y sus ideales por un país independiente fueron su norte. Su persona es fundamental para entender este país en su grandeza y en sus retos. La recordaré siempre: el proceso de filmar con ella 3 documentales (“Los espejos del silencio”, “Puerto Rico, arte e identidad” y “Myrna ante sus espectadores”) me hizo crecer y entender la isla.