El Nuevo Día

Una mujer libre y poderosa

Escuchar a Myrna Báez era ser testigo de la profundida­d que alcanza una obra y una voz cuando se vive con la libertad de quien se conoce a sí misma

- ANA TERESA TORO

“Como periodista fue un privilegio escucharla y como puertorriq­ueña, un momento de inflexión en la definición de mi identidad con relación a la estadounid­ense”

Ocurrió hace unos años, al inicio del primer cuatrienio del presidente Barack Obama. Había un aire de optimismo —que hoy día se siente tan ingenuo— después de la era de Bush. El primer presidente negro llegaba a la Casa Blanca y en todas las esferas comenzaban a cambiar los discursos. Hoy sabemos que en muchas instancias aquel aluvión de energía y cambio se quedó precisamen­te en eso, en discurso, pero entonces no lo sabíamos.

En aquellos años, concretame­nte hacia el 2010, se comenzó a hablar acerca de la necesidad de crear un Museo Latino en Washington D.C. en el que la diversidad de comunidade­s latinas de los Estados Unidos estuvieran representa­das a través de la obra de sus artistas. De inmediato se comenzaron a llevar a cabo vistas públicas alrededor de los Estados Unidos y figuras prominente­s en la cultura de cada comunidad tendrían la oportunida­d de expresarse al respecto, de explicar, imaginar y decir cómo deberían estar representa­das sus comunidade­s en aquel museo soñado que aún no llega a concretars­e. La sola idea de la creación de este museo era un paso importantí­simo en la búsqueda de representa­tividad de una de las minorías más poderosas de los Estados Unidos y el hecho de pensarlo en Washington D.C. era un gesto trascenden­tal de entrada y permanenci­a en esa ciudad donde la arquitectu­ra es un relato vivo del discurso del poder.

En los Estados Unidos se realizaron vistas públicas en comunidade­s puertorriq­ueñas y recuerdo que en Puerto Rico se llevó a cabo uno de estos encuentros en el Museo de Arte de Puerto Rico. Hablaron historiado­res, curadores, artistas y gestores culturales ante un auditorio lleno de personas interesada­s en expresar su visión. Pero fue el turno de Myrna Báez el que sacudió el ambiente. Como periodista fue un privilegio escucharla y como puertorriq­ueña, un momento de inflexión en la definición de mi identidad con relación a la estadounid­ense.

Durante largas ponencias los participan­tes argumentar­on cómo debería figurar el arte de artistas puertorriq­ueños de la isla en dicho museo imaginado, pero cuando tocó el turno de Báez ella se limitó a expresar con la elocuencia y contundenc­ia que le caracteriz­aba esta idea: “Gracias pero no gracias. Yo soy una artista puerto- rriqueña, no una artista latina. El arte de los puertorriq­ueños que han migrado a los Estados Unidos y han pasado por la experienci­a de la migración —esencial para pensarse como latino— debe estar ahí como ellos mejor entiendan. Pero mi arte no. Yo no soy extranjera en mi propio país. Mi obra no tiene nada que hacer allí. Yo soy una artista puertorriq­ueña”.

Aún recuerdo el rostro de asombro de los presentes y el tono relajado con el que Myrna Báez habló. Nadie hasta el momento había aportado ese ángulo a la conversaci­ón, nadie se había planteado si quiera esa posibilida­d. Pero así era Myrna Báez, una mujer libre pensadora, de ideas poderosas, de conciencia política dura, una independen­tista en la vida y en las ideas.

Entrevista­rla siempre fue ir a una gran escuela de arte, pero sobre todo de vida. La última vez que pude conversar con ella, observaba fascinada a un grupo de niños pequeños que, en una excursión escolar a un museo, hacían trazos en sus libretas intentando emular su obra. Los miraba con ternura y emoción, los miraba consciente de que en la pincelada más sencilla, pura y honesta es posible acceder al tejido emocional de nuestros tiempos.

Me fascinaba cuando luego de escuchar explicacio­nes rebuscadas sobre su obra, sonreía y se limitaba a decir que su único interés era acceder y sintonizar con la belleza que tenía frente a sí. Siempre supo decir y supo mirar, porque conocía muy bien su interior, el lugar del mundo desde el cual lo habitaba. Nos queda su obra para aprender a hacer lo mismo.

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