Salarios cercanos a los de explotación en el comercio de lujo
ciones de explotación, las trabajadoras en casa reciben sueldos parecidos a los de explotación. Italia no tiene un salario mínimo nacional, pero entre unos 5 y 7 euros por hora es considerado un estándar apropiado por muchos sindicatos y firmas de consultoría. Un trabajador altamente calificado puede ganar entre 8 y 10 euros la hora. Pero las trabajadoras en casa ganan mucho menos.
En Ginosa, Maria Colamita, de 53 años, dijo que hace una década, cuando sus hijos eran más pequeños, había trabajado desde casa en vestidos de novia, bordando vestidos por entre 1.50 y 2 euros la hora. Terminar cada uno requería de 10 a 50 horas, y Colamita dijo que ella trabajaba de 16 a 18 horas diarias. “Solo tomaba descansos para cuidar a mis hijos y familiares, eso era todo”, dijo y agregó que ahora trabaja como afanadora y gana 7 dólares por hora.
Ambas mujeres dijeron que conocían a otras costureras que producían prendas de moda de lujo en una base de tarifa por pieza desde su casa. Todas viven en Puglia, el talón rural de la bota de Italia que combina pueblos pesqueros y aguas cristalinas adoradas por los turistas con uno de los centros de manufactura más grandes del país.
“Sé que no me pagan lo que merezco, pero los sueldos son muy bajos aquí en Puglia y a final de cuentas me encanta lo que hago”, dijo otra costurera.
Construidos sobre la infinidad de pequeñas y medianas empresas orientadas a las exportaciones que componen la columna vertebral de la cuarta economía más grande de Europa, los cimientos de siglos de la leyenda “Made in Italy” se han estremecido bajo el peso de la burocracia, los crecientes costos y el elevado desempleo.
Las empresas del norte, donde hay más empleos y salarios más altos, han sufrido menos que las del sur, que fueron golpeadas por el auge de mano de obra barata que llevó a muchas compañías a cambiar la producción al extranjero. Las tasas de desempleo en Puglia eran de 19.5 por ciento en el primer trimestre del 2018.
Pocos sectores dependen tanto del prestigio manufacturero de Italia como el negocio del lujo. Es responsable del 5 por ciento del Producto Interno Bruto italiano, y alrededor de 500,000 italianos estaban empleados por el sector en el 2017, de acuerdo con un informe de la Universidad de Bocconi y Altagamma, una organización comercial.
Esas cifras reflejan la salud del mercado global del lujo, que Bain & Company espera que crezca entre un 6 y 8 por ciento, a entre 276,000 y 281,000 millones de euros en el 2018, impulsado en parte por el apetito de mercancías “Made in Italy” de los mercados emergentes.
Tania Toffanin, autora de “Fabbriche invisibili”, un libro sobre la historia del trabajo en casa en Italia, estimó que actualmente hay de 2,000 a 4,000 trabajadoras caseras irregulares en la producción de ropa.
“Entre más descendemos por la cadena de suministro, mayor es el abuso”, dijo Deborah Lucchetti, de Abiti Puliti, la división italiana de Clean Clothes Campaign, grupo activista contra la explotación laboral.
Muchos de los gerentes de fábrica de Puglia enfatizaron que se apegaban a las regulaciones sindicales, trataban justamente a las trabajadoras y pagaban un salario digno. Muchos dueños de fábricas añadieron que casi todas las marcas de lujo revisan con regularidad las condiciones.
Un vocero de MaxMara dijo que una cadena de suministro ético era parte de sus valores, y que la compañía había iniciado una investigación.
“Las marcas primero comisionan a contratistas principales a la cabeza de la cadena de suministro, que luego comisionan a subproveedores, que a su vez cambian parte de la producción a fábricas más pequeñas presionados por los reducidos tiempos de entrega y precios rebajados”, dijo Lucchetti. “Eso hace muy difícil que haya transparencia o rendición de cuentas. Sabemos que existe el trabajo en casas. Pero está tan oculto que habrá marcas que no tienen idea de que sus pedidos son hechos por trabajadoras irregulares fuera de las fábricas contratadas. Algunas marcas deben saber que podrían ser cómplices”.
Esa definitivamente es la opinión de Eugenio Romano, abogado que representa a Carla Ventura, propietaria de una fábrica en bancarrota de Keope Srl, que demanda al gigante italiano de calzado de lujo Tod’s y a Euroshoes, compañía que Tod’s empleaba como principal proveedor.
Inicialmente, en el 2011, Ventura inició procedimientos legales contra Euroshoes, diciendo que las decrecientes tasas de pedidos y las facturas pendientes de pago hacían imposible mantener una fábrica rentable. Un tribunal falló a favor de ella, y ordenó a Euroshoes pagar las deudas. Se agotaron los pedidos. A la larga, en el 2014, Keope quebró. Ahora, en un segundo juicio, Ventura ha presentado otra acción contra Euroshoes, y Tod’s, que ella dice tenía conocimiento de las prácticas de negocios de Euroshoes.
“Parte del problema aquí es que los empleados acceden a renunciar a sus derechos a fin de trabajar”, dijo Romano. Habló del “método Salento”, frase local que significa, básicamente: “sé flexible, usa tus métodos, ya sabes cómo hacerlo aquí”.
Aunque las marcas nunca sugerirían oficialmente sacar provecho de los empleados, algunos dueños de fábricas han dicho a Romano que hay un mensaje subyacente para usar una variedad de medios, incluido pagar de menos a los empleados y pagarles para trabajar en casa.
En el 2008, Ventura llegó a un acuerdo con Euroshoes para hacer la parte superior de zapatos destinados para Tod’s. Dijo que pagó sueldos completos y proporcionó seguro nacional. El contrato exigía exclusividad, así que no se podían hacer otros tratos.
Un reporte de Abiti Puliti que incluía una investigación realizada por Il Tacco D’Italia, un periódico local, sobre el caso de Ventura, encontró que otras empresas de la región que cosen partes superiores de zapatos hacían que las mujeres trabajaran por 70 a 90 centavos de euro por par. En 12 horas una trabajadora ganaría entre 7 y 9 euros.
“Sí sabemos sobre costureras que trabajan sin contratos desde casa en Puglia, en particular aquellas que se especializan en coser aplicaciones, pero ninguna de ellas quiere acercarse a nosotros a hablar sobre sus condiciones, y la subcontratación las mantiene en gran medida invisibles”, dijo Pietro Fiorella, representante de CGIL, el sindicato nacional más grande del país.
Muchas de ellas están jubiladas, dijo, o quieren la flexibilidad para cuidar a familiares.
Un representante sindical, Giordano Fumarola, señaló otra razón de que los salarios textiles en el sur de Italia hayan permanecido tan bajos: la reubicación de la producción en Asia y Europa Oriental en las últimas dos décadas.
Una elección nacional en marzo llevó a un nuevo Gobierno populista al poder en Italia, colocando el control en manos de dos partidos –el Movimiento 5 Estrellas y la Liga– y un propuesto “decreto de dignidad” pretende limitar la prevalencia de los contratos laborales a corto plazo y de firmas que cambian empleos al extranjero. Por ahora, la legislación en torno a un salario mínimo no parece estar en la agenda.
Para mujeres como la costurera de Santeramo in Colle, la reforma parece muy lejana. No es que a ella realmente le importe. Estaría devastada si perdiera este ingreso, dijo, y el trabajo le permitía pasar tiempo con sus hijos.
“¿Qué quiere que diga?”, expresó con un suspiro. “Es lo que es. Esto es Italia”.