Kavanaugh: abuso del privilegio
Antes de ser nominada al Tribunal Supremo por Bill Clinton, Ruth Bader Ginsburg había sido fundadora del Proyecto de Derechos de la Mujer de la Sociedad Americana de Derecho Civiles: un dínamo en la litigación ante el Tribunal Supremo enfocada en remediar la discriminación por género. Antes de ser nominado al Tribunal Supremo por Lyndon B. Johnson, Thurgood Marshall fue exitoso en argumentar importantes casos de derechos civiles ante el Tribunal Supremo (ganando 29 de 32 casos), incluyendo el mítico Brown v. Board of Education of Topeka (1954). Antes de ser nominado al Tribunal Supremo por Trump, Brett Kavanaugh fue un apparatchik (“un hombre de partido”) altamente politizado de la derecha en Washington, D.C. Trabajó con Kenneth Starr, y luego trabajó en la Casa Blanca de George Bush II, antes de convertirse en juez del Circuito de D.C. En ese puesto, ha acumulado el segundo récord más conservador en todas las áreas del derecho en ese Circuito.
Pero, el problema con el juez Kavanaugh no es que sea de derechas y un apparatchik del ala más extremista del Partido Republicano. Tiene derecho a sus ideas. Aunque ciertamente en el caso de Trump se presenta una pregunta de teoría política sobre la legitimidad de un presidente que perdió el voto real, pero ganó en el Colegio Electoral. Y más viniendo a raíz de la bofetada que le dieron los senadores republicanos a la democracia en el 2016 en el caso del juez Merrick Garland.
Aparte de todo eso, el problema con Kavanaugh es que está acusado de agresiones y humillaciones sexuales contra varias mujeres: por lo menos contra Deborah Ramírez (una “desconocida vulnerable”) cuando era subgraduado en Yale College y contra Christine Blasey Ford cuando estaba en secundaria.
¿Cómo explicar que una persona de un trasfondo tan privilegiado, al beber demasiada cerveza, como si cada fin de semana fuera un Oktoberfest, siguiera el modelo del Dr. Jekyll y Mr. Hyde? Se debe a que él en su vida ha gozado de dos privilegios entrelazados.
Primero, él ha abusado del privilegio de ser parte de una cultura machista donde la agresión sexual se relativiza. Esta cultura machista, como escribió Peggy Orenstein recientemente (9/29/18), se aprende en espacios todo-masculinos como fraternidades, en vestuarios deportivos, en escuelas de hombres solamente, donde se aprende que la sexualidad masculina es sobre conquista y dominación.
Segundo, Kavanaugh es parte de la nueva aristocracia estadounidense desde su nacimiento. La nueva aristocracia, como escribió Matthew Stewart (junio, 2018), es la clase social compuesta por médicos, abogados corporativos, cabilderos corporativos, banqueros de inversiones, MBAs, y otros profesionales, y es el 9.9% debajo del famoso 0.1% más rico. El valor neto promedio de familias en este grupo es de $2.4 millones.
En Bethesda, Maryland, el juez fue a Georgetown Prep, que no es cualquier escuela superior con sus 38 hectáreas de grama perfecta. Luego fue a Yale College, uno de los tres mejores de Estados Unidos Luego fue a Yale Law School, que no es cualquier facultad de derecho. Es la mejor escuela de derecho en Estados Unidos., como saben los expertos: la más académica y la que más produce profesores, jueces, y servidores públicos (los abogados corporativos pueden ir a Harvard Law School).
Kavanaugh es partícipe y promotor de una cultura machista donde la agresión sexual se relativiza y también es parte de la nueva aristocracia, que produce hombres prepotentes que se creen dueños del mundo.
“Kavanaugh es partícipe y promotor de una cultura machista donde la agresión sexual se relativiza y también es parte de la nueva aristocracia, que produce hombres prepotentes que se creen dueños del mundo”