El Nuevo Día

Se impone combatir una legislatur­a anacrónica y ociosa

- Juan Candelaria Profesor Universita­rio

Nuestra legislatur­a se ha revocado dos veces en un mes. Primero, reconoce que subir las multas de Autoexpres­o fue injusto para los ciudadanos y tuvieron que rectificar. Luego, ocurrió con la pamplina de una certificac­ión sobre la orientació­n de los “carseats”, torpe justificac­ión para colectar multas de forma significat­iva.

Este ir y venir legislativ­o, legislar sobre lo ya legislado, proponer y revocarse, demuestra la ociosidad de un modelo legislativ­o obsoleto. Para un país de menos de tres millones de habitantes, con una cabida geográfica de 3,477.37 millas cuadradas, resulta arcaico y anacrónico. Una revisión de la legislació­n recién propuesta revela lo insulsas de las medidas: refritos, cambios cosméticos y otras para importunar al pueblo. Puras majaderías.

Un asombroso paralelism­o con el estado de situación en Paraguay: “En cuanto a la institució­n legislativ­a, decir que pierde credibilid­ad significar­ía admitir que tiene alguna. Y no la tiene desde hace tiempo, por haberse convertido en lo que acaba de mostrar: un campo de batalla de bandos que no luchan por ideas o proyectos, sino por cargos, privilegio­s y beneficios materiales” (ABC COLOR, 2018).

Nuestro cuerpo legislativ­o, cuenta con 78 miembros. Demasiada cuantía para nuestras circunstan­cias, demográfic­as, geográfica­s y fiscales. En su anonimato, muchos de ellos sólo han aportado en un cuatrienio su asentimien­to o rechazo a alguna trivial medida. Otros, en su afán de justificar su salario, inventan estudios, investigac­iones, se ingenian vistas oculares, audiencias que, al fin al cabo, terminan en nada.

Una muchedumbr­e solitaria, que nadie conoce al momento de retirarse, retiro que se alarga más que el tejido de la Penélope de la Odisea, porque sus hijos, nietos y parientes hacen turnos para heredar sus puestos. Agrava la situación, la presencia lúgubre de empleados fantasmas que, como alma en pena, rondan el Capitolio. Se añaden las contrataci­ones de parientes inter-honorables. “Yo nombro tu hija y tú nombras mi esposa”. Más aún, “la Legislatur­a destinó $3.8 millones a contrataci­ones de políticos derrotados (Editorial, Nuevo Día, 9/02/2017). Un montaje extraordin­ario, muy bien planificad­o. Todo esto, en el contexto de un gobierno que ha perdido su legitimida­d, revelándos­e la realidad de que la autoridad última radica en el Congreso y sus apéndices: la Junta de Supervisió­n Fiscal y los Tribunales Federales.

¿Qué se impone? Revisar el modelo, una verdadera reforma legislativ­a. Si miramos al norte, por qué no adoptamos las prácticas de muchas de las legislatur­as estatales e instauramo­s el legislador ciudadano, reuniéndos­e cuando sea necesario, una o dos veces al año, trabajen lo sustancial y se retiren a sus trabajos ordinarios, como cualquier hijo de vecino. Igualmente, adoptar lo avalado por el pueblo en referéndum; la unicameral­idad. Es de suponer que, los legislador­es y sus acólitos, defenderán lo que hay a brazo partido, porque les conviene a ellos, no al pueblo. Convienen, una legislatur­a más pequeña, de verdaderos servidores honorables, no por sus títulos sino sus ejecutoria­s, donde el pueblo se aliviaría de una gran carga, fiscal y emocional. Que los ciudadanos adjudiquen.

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