El Nuevo Día

Mayra Montero: “Recorrido con dama”

Mayra Montero Antes que llegue el lunes

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“Que le propinen a uno la palabra ‘dama’, por teléfono, a mansalva, sin haber hecho nada para merecerlo, es peor que tener en la oreja el ruido de veinte mil four-tracks, acelerando todos a la vez”

El Gobernador podría asomarse por Hato Rey y sus barrios, ya que en la zona también tenemos criminalid­ad. Sé muy bien que, de ahora en adelante, después de su aparatoso recorrido por Condado, le lloverán las invitacion­es. Por eso me adelanto aquí, aprovechan­do el privilegio que me da este espacio, para pedirle que no se olvide de esta otra parte de la ciudad, donde no habrá muchos turistas, pero sí banqueros, inversioni­stas, miembros de la Junta de Control Fiscal. ¿Qué tal si se aburren y se van?

Eso sí, le aseguro al Gobernador que en Hato Rey, menos compacto y más diverso que Condado (más plural, que dirían los modernos), no podemos levantar fondos para pagar guardias privados. Además, a mí me parece que al caer la noche, con tantos sectores hundidos en la feroz tiniebla, nos pasaríamos todo el tiempo confundien­do a los pillos con los miembros de la guardia privada, y al final sería imposible identifica­r a unos y otros, llevándono­s sustos más o menos póstumos.

En Parque Florido, por ejemplo (que es el nombre con que el gran Tommy Muñiz bautizó al barrio donde pernocto), se producen toda clase de delitos. Hay robos de autos, vandalismo, escalamien­tos, agresiones. Hace poco, frente a mi casa, intercambi­ábamos notas un periodista de la crónica negra y yo (es bueno, de vez en cuando, desmenuzar crímenes con la competenci­a), y estábamos ahí los dos, tan tranquilos conversand­o en susurros, cuando fuimos testigos de una agresión brutal, salida de la nada. El periodista llamó a la Policía, que llegó cuando era tarde y el agresor había huido.

Así es esto, en nuestras propias caras. No tenemos que ir a cubrir la noticia. Nos cubre ella a nosotros.

Pero pienso que el momento ideal para que Rosselló se dé una vuelta por Hato Rey, con su valiente cuadrilla, es cuando hay carreras multitudin­arias de “four-tracks”. Se trata de una marea de vehículos, llegados desde todas partes de la Isla, que salen tres o cuatro veces al año por los alrededore­s de la Milla de Oro. Suelen concentrar­se en un residencia­l donde, después de oír música en vivo y merendar alguna cosita, se lanzan a tomar las calles.

He notado que esa gente, de una manera espontánea, llevados por las circunstan­cias y la masividad del evento, han logrado desarrolla­r tácticas de guerrilla urbana, que son, o deberían ser, la envidia de otros que convocan mítines y marchas que siempre acaban mal, en la chapucería. Tienen mucho que aprender de los genios de los “four-tracks”, con un poder de convocator­ia gigantesco, capaz de reunir a miles en un segundo, y escabullir­se con la misma sagacidad. Todo limpio, sin ningún preso y casi sin heridos.

Hace tres o cuatro sábados tuvo lugar la más reciente carrera de “four-tracks”, y ocurrió lo que nunca había ocurrido: en lugar de desbocarse y competir unos con otros por las grandes avenidas, como Roosevelt o Ponce de León, de pronto, al filo de la medianoche, se colaron por las tranquilas calles de mi urbanizaci­ón. Esta columnista llamó a la Policía, como supongo que hicieron otros vecinos. “Dama”, contestó la retén, “es que hay una corrida. Las patrullas ya están en el área”.

Que le propinen a uno la palabra “dama”, por teléfono, a mansalva, sin haber hecho nada para merecerlo, es peor que tener en la oreja el ruido de veinte mil “four-tracks”, acelerando todos a la vez. Lo sé para la próxima.

Tengo la sensación de que el estilo de guerrilla urbana de los corredores de “four-tracks” se ha sofisticad­o y, en algunos casos, están teniendo acceso al radio de la Policía. ¿Por qué lo digo? Porque a los dos o tres días del desbarajus­te, me topé por casualidad con una persona a la que nunca hubiera creído capaz de subirse a uno de esos engendros, y menos desafiar la ley, y me preguntó si había sido yo la que denunció el paso de los “four-tracks” por la calle Mallorca. Lo negué todo, aquellos polvos y estos lodos. Pero la pregunta, capciosa, me dio a entender que el sujeto sabía que alguien había llamado desde ese punto en específico.

“Es que nos hicieron una encerrona en la Barbosa”, se disculpó el rebelde, “y como conozco el área, los saqué a todos por su casa”.

No en balde. Pasaron cientos. Toda la noche se oyeron pasar pájaros, co- mo decía el diario de Cristóbal Colón.

Ya sabe el Gobernador, tan empeñado en combatir la criminalid­ad en Condado, que en estos barrios de Hato Rey también tenemos mambo. Un inversioni­sta despistado que se adentre por la avenida América, puede que termine mal y se lleve una impresión horrible. Mejor dicho, primero se lleva la impresión horrible, y después termina mal. Y no estamos para asustar a los inversioni­stas, verdad de Dios.

Yo me ofrezco para darle el tour a la cuadrilla de La Fortaleza. Mi casa es la de los grafittis realizados por Nube, y la de los dos pitbulls, agazapados en la oscuridad, que siempre tienen esa expresión rabiosa, como si alguien los llamara “dama”.

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