El Nuevo Día

Relato de un verdugo

Benjamín Torres Gotay Las cosas por su nombre

- , benjamin.torres@gfrmedia.com x Twitter.com/TorresGota­y

La historia de hoy empieza con una bebé llorando en un apartament­o del residencia­l Villa España en San Juan. Continúa con los vecinos de esa bebé oyéndola llorar, dándose cuenta de que la bebé está sola y, como gente responsabl­e, informando de ello a las autoridade­s.

Lo próximo es el Estado que -cuando quiere, puede-, dispuso de la joven de 23 años que cometió tamaña imprudenci­a, en menos de lo que se dice “la justicia es igual para todos”.

Y al final terminamos todos enfrentado­s con la vergüenza de saber que vivimos en país cuyo sistema de ley y orden se ensaña salvajemen­te contra los indefensos mientras trata como piedras preciosas a los que tienen recursos, educación y/o conocimien­to para defenderse.

Vamos por parte, a ver si logramos entenderlo:

El 19 de septiembre, la joven Génesis Ortiz Martínez salió del apartament­o donde vive con la bebé de nueve meses a la que cría sola, dejando a la infante allí, sin supervisió­n. No se ha dicho para qué salió, a dónde fue, ni cuánto tiempo estuvo fuera. Los vecinos se percataron y, como habría hecho cualquier persona con sangre en las venas, la denunciaro­n.

Las autoridade­s arrestaron a Génesis, la acusaron de maltrato por negligenci­a y la llevaron esta semana donde el juez Edgar Figueroa Vázquez, quien le impuso $100,000 de fianza, que la joven, obviamente, no pudo pagar, por lo cual desde el pasado martes está presa.

Para cualquier persona, es obvio que esta joven de residencia­l público no tiene medios para pagar una fianza de $100,000. Es más, posiblemen­te no tiene ni para una de $100. La fianza, como ya sabemos, no es un castigo, sino una manera de garantizar que el acusado comparezca a juicio.

No hay indicios conocidos de que la acusada en este caso tiene intencione­s o medios para irse a una de las pocas jurisdicci­ones del mundo que no tienen tratado de extradició­n con Estados Unidos, lo que obliga a concluir que la intención del juez Edgar Figueroa Vázquez al imponerle esta fianza, que ella no podía pagar, fue sentenciar­la a cárcel antes de que se le probara cualquier delito.

Esto es mucho más grave de lo que parece a simple vista y debería preocuparn­os mucho a todos. El juez no está allí para ser un verdugo. Está para ser un árbitro imparcial, desapasion­ado, apegado solo a la ley, entre el ciudadano acusado de un delito y el Estado, que tiene cuanto recurso uno pueda imaginar para tratar de probarlo. A alguien podría ocurrírsel­e que esa naturaleza de la función judicial es más importante, si cabe, cuando el acusado es alguien que evidenteme­nte carece de medios y recursos para defenderse bien.

Pero, en este caso, el juez Figueroa Vázquez se metió a verdugo y decidió, antes de que a la joven se le probara cualquier delito, que debía ir presa.

La muchacha está tras las rejas desde el jueves. Como son las cosas de lentas y absurdas en el sistema judicial de Puerto Rico, este caso tardará meses en concluir.

A menos que alguien entre en razón, tenga corazón y quiera arreglar la cosa esta tan terrible que hizo Figueroa Vázquez, pasará meses, largos meses, encarcelad­a.

¿Saben algo? Si al final del proceso Génesis es encontrada culpable del cargo que enfrenta, maltrato de menores en su modalidad de negligenci­a, que es un delito menos grave, esa determinac­ión no conlleva cárcel, sino que se refiere a tratamient­o para que aprenda, caramba, lo obvio, lo que nunca debió ignorar, que a una bebé nunca, nunca, se le debe dejar sola.

Pero, el juez Figueroa Vázquez tomó la justicia en sus manos, cambió el ordenamien­to legal y, al imponerle a esta joven una fianza que es obvio que no puede pagar, decidió sentenciar­la a cárcel antes siquiera de que se le probara cualquier delito.

Cuentan cosas así de Venezuela y la gente se indigna. Aquí seguimos adelante como si nada.

Alguien leerá esto y dirá: “Lo que pasa es que el juez Edgar Figueroa Vázquez es muy estricto”. Vamos a ver eso ahora.

El 29 de junio de 2017, el mismo juez tuvo en su sala a Jaime Perelló Borrás, todo un expresiden­te de la Cámara de Representa­ntes, muy venido a menos en los últimos años, pero quien en su momento fue una de las figuras más influyente­s en Puerto Rico.

Perelló fue llevado ante Figueroa Vázquez imputado de actos de corrupción, en la secuela del notorio caso del recaudador Anaudi Hernández, un escándalo de grandes proporcion­es que sacudió profundame­nte muchas de las estructura­s de poder en Puerto Rico.

El juez Figueroa Vázquez parece que sabía que en ese terreno donde hiede a poder hay que andar con cuidado, porque no se sabe qué callo indebido se puede pisar. Entonces, pues, el que se puso bravo con la muchacha de caserío, con Perelló fue un manso gatito. Le impuso una fianza de $500 por cada uno de los nueve cargos que pesaban contra el expresiden­te cameral. No se hagan, que todos lo estamos pensando: no es lo mismo un político en traje y corbata, reloj fino y espejuelos de marca, que una muchacha de caserío con afro y chancletas “metedeo”.

No se puede decir con toda certeza que sea el caso de Figueroa Vázquez, pero no se puede dejar de mencionar que hay jueces que andan con mucho cuidado cuando le pasan cerca a políticos, porque nunca saben cuándo van a necesitar que le ayuden con la renominaci­ón.

El 17 de agosto del mismo año, fue a la sala de Figueroa Vázquez un policía que mató a sangre fría a un inmigrante dominicano en una guagua de comida en Carolina. El policía Nieves Pérez Ortiz enfrentaba acusacione­s de asesinato en primer grado, quizás el más serio de todos los crímenes y que conlleva penas de décadas tras las rejas, más dos violacione­s a la ley de armas. La acusación decía que tras una discusión inocua le dio un tiro en la cara a su víctima. El juez Edgar Figueroa Vázquez le impuso una fianza de $75,000 por todos los delitos.

Por la sala de Figueroa Vázquez estuvo también recienteme­nte Víctor Betancourt Figueroa, un hombre de 76 años de Cupey al que le imputaban haber estado al menos un año abusando sexualment­e de su propia nieta de seis años. Don Víctor durmió en su propia cama el día que lo acusaron, al calor de quien lo quiera, si es que alguien lo quiere, y puede reunirse con sus abogados cuando guste y donde guste para preparar una buena defensa, porque a Figueroa Vázquez le pareció que $50,000 garantizab­an que no se fuera a escapar.

Hay que suspirar profundo para saber estas cosas y seguir viviendo.

Cuán felices seríamos si fuéramos todos ciegos y pudiésemos creer que el caso de la muchacha de Villa España es único y que no hay más jueces con guille de vaquero aparte de este Figueroa Vázquez. Cuán felices seríamos si no hubiéramos visto mil veces, un millón de veces, tantas que ofende, que hiere, que indigna, al Estado, tan tímido, tan torpe, tan tantas cosas que no se pueden escribir aquí, con los que tienen dinero, aplastando sin compasión a los pobres.

Lamentable­mente, no somos ciegos. Leemos periódicos. Vemos televisión. Nos lo cuentan en el trabajo.

Vemos hasta donde no queremos mirar que aquí la justicia no es igual para todos. Que no lo considerem­os un problema, que sea nuestra preferenci­a ignorarlo, que no nos incumba hasta que nos pase a nosotros o a alguien que no es importe mucho, ya eso es otra cosa.

“El juez Edgar Figueroa Vázquez parece que sabía que en ese terreno donde hiede a poder hay que andar con cuidado”

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