Ataques a la prensa minan la democracia en el mundo
Los puertorriqueños no prestamos suficiente atención a lo que ocurre en América Latina e ignoramos lo que muchos países de nuestra región padecen por hacer periodismo. El buen periodismo consiste en informar, fiscalizar, revelar, debatir, abrir mundo, y s
La situación de la prensa en el mundo ha venido degradándose. En los Estados Unidos, no se sabe aún a dónde desembocarán las trabas jurídicas contra las fuentes confidenciales impuestas por el gobierno de Barack Obama ni los ponzoñosos ataques personales de Trump contra los medios o el fomento y la promoción presidencial de las noticias falsas. En la Unión Europea, el asesinato de tres periodistas este año ya preocupa a las autoridades.
Es cierto que en Puerto Rico se alzan impedimentos sistemáticos al acceso a la información, sobre todo a la gubernamental. Sin embargo, por el instante, los periodistas puertorriqueños no sufren persecución metódica física u obstrucciones materiales hostiles al cumplimiento de su oficio.
No es así en otros países de América Latina. En estos, los periodistas se juegan la vida por informar, por intentar fiscalizar o desdecir al gobierno o a los poderosos. Los gobernantes o las empresas mafiosas no soportan esa contradicción, aquellas versiones que no coincidan con la suya.
Hoy, los periodistas de países como Nicaragua, Venezuela y México sufren persecuciones por ejercer libremente su oficio.
Desde abril de 2018, cientos de miles de nicaragüenses han tomado las calles para protestar contra el Gobierno y el presidente Daniel Ortega ha reaccionado con brutalidad. La supresión de libertades públicas y los enfrentamientos han resultado en más de 500 muertes, 1,000 desaparecidos y 500 presos políticos.
Desde entonces, los periodistas son golpeados, amenazados, perseguidos y hasta robadas sus cámaras. En las primeras semanas, un francotirador del gobierno asesinó a un joven periodista que filmaba las protestas. El gobierno ha decretado el cierre temporero de estaciones de televisión y radio. La persecución se ejerce, más que nada, sobre los periodistas aislados en los pueblos pequeños. Para impedir que los medios internacionales informen, el gobierno ha expulsado del país a cinco corresponsales extranjeros. Funcionarios gubernamentales se dedican a desestimar las informaciones transmitiendo falsedades por las redes sociales. Con la aprobación de una amplia ley antiterrorista nacional se teme que Ortega criminalice a la prensa.
Más cerca de nosotros, en Venezuela, el gobierno de Nicolás Maduro heredó, llevándolas más allá, las artimañas que el presidente Hugo Chávez ideó para controlar y someter a la prensa. Comenzando por la difusión obligatoria de horas enteras de programación, pasando por las demandas por difamación presentadas por funcionarios del Estado, las multas apabullantes contra medios, el control gubernamental del papel y la tinta, la censura digital o la compra de televisoras o radios por aliados del gobierno para silenciarlos, Maduro no ha cesado de atacar a aquellos que no divulguen su propaganda.
En México, no es el estado el que más se ensaña contra los periodistas, sino los narcotraficantes, los carteles que, a menudo en complicidad con la policía, el ejército, los políticos, ejecutan impunemente a periodistas, en su mayoría de medios pequeños, cuando informan o investigan sobre sus negocios delictivos.
En Colombia, las amenazas contra periodistas son el pan nuestro de cada día. La casi inevitable elección de Jair Bolsonaro en Brasil, aumenta la inquietud por el periodismo en nuestra región.
Con todo, en Nicaragua, Venezuela, México existen periodistas atrevidos, obstinados, que siguen informando, enterando a sus compatriotas de hechos importantes, abriéndoles perspectivas, fiscalizando.
La democracia consiste en una serie de derechos por los que hay que luchar de forma diaria y constante. No se debe olvidar que, tanto en Puerto Rico como en el resto de América Latina y del mundo, es imprescindible proteger ese preciado derecho a informar y a informarnos, para poder leer, escribir, ver, decir y escuchar aquello que ocurre, aquellos hechos ineludibles que permiten el crecimiento de las sociedades.