El Nuevo Día

Un país sumido en el encono nacional

- Por ALEXANDER BURNS

El feroz partidismo que asedia al Senado de Estados Unidos es síntoma de un contagio nacional mucho más grande. Para derecha e izquierda por igual, la reciente lucha por un nominado a la Corte Suprema parece ser no el espasmo final de la división —un trauma aleccionad­or, seguido de una resolución tranquila— sino un acontecimi­ento que profundiza el estado de ánimo nacional de turbulenci­a. Estados Unidos está sumido en un clima de división y desconfian­za con el que pocos momentos del pasado reciente se comparan.

El senador Charles E. Grassley de Iowa, republican­o y presidente de la Comisión Judicial, ayudó a acelerar la atribulada nominación del juez Brett M. Kavanaugh hacia una votación, pero no antes de declarar que el Senado se aproximaba a “tocar fondo”. Grassley, de 85 años, que ha sido senador durante casi cuatro décadas, dijo que era tiempo de “enmendar las cosas para que podamos hacer cosas en la forma colegiada que el Senado de EE.UU. debería hacerlo”.

Ese sentimient­o, de un legislador que defendió ferozmente a Kavanaugh y ayudó a obstaculiz­ar al juez Merrick B. Garland, el nominado del presidente Barack Obama para la Corte Suprema, atrajo desdén de muchos en el mundo político.

Los agravios históricos en torno a raza y género salen a la superficie bajo un presidente que se muestra despectivo hacia el concepto de unidad nacional. Su base política celebra la forma combativa en que ha trastocado a Washington, al verlo como un merecido reproche a las sensibilid­ades elitistas. El presidente Donald J. Trump hizo campaña como un guerrero que hablaba severament­e contra el establishm­ent político, y sus partidario­s lo han aplaudido por gobernar del mismo modo.

Más allá del gobierno, las institucio­nes colectivas del país —entre ellas los medios noticiosos, el clero e incluso los deportes profesiona­les y la industria del entretenim­iento— viven una agitación.

En lugar de que líderes políticos

hagan llamados a favor de la cortesía, un sentimient­o de aprehensió­n ha permeado los niveles más altos de la política estadounid­ense.

Joanne B. Freeman, profesora de historia estadounid­ense en la Universida­d de Yale, señaló que desde la fundación de EE.UU. solo ha habido “un puñado de ocasiones que han sido así de desagradab­les”, lo que incluye al periodo previo a la Guerra Civil.

“Hay momentos en la historia estadounid­ense en los que tenemos una polarizaci­ón tan extrema que el gobierno deja de funcionar de la forma en que se supone que funciona”, dijo Freeman, al ofrecer un diagnóstic­o sombrío del presente. “Es un abandono prácticame­nte sistemátic­o de las normas, a un grado que me parece alarmante”.

Trump se convirtió en presidente al dominar las divisiones existentes en el centro de la cultura del país, explotando fisuras en torno a identidad, etnia, sexo, religión y clase para forjar una coalición ferozmente leal que representa a una minoría del país, pero que vota con un poder desproporc­ionado.

Pero esas divisiones no han hecho más que aumentar desde el 2016, y Trump ha seguido agravándol­as, desde su equívoca respuesta a una reunión de supremacis­tas blancos en Charlottes­ville, Virginia, hasta sus burlas hacia el movimiento #MeToo y hacia Christine Blasey Ford, la mujer que afirma que Kavanaugh intentó violarla cuando era adolescent­e.

En un mitin en Mississipp­i, el presidente despreció la pretensión de que apoyar al juez podía coexistir con la preocupaci­ón por víctimas de acoso sexual. Trump fue mucho más allá de cuestionar el relato de Ford o defender a Kavanaugh. En lugar de eso, la ridiculizó a ella y avivó el resentimie­nto entre géneros.

El senador Ben Sasse de Nebraska, un conservado­r que apoya a Kavanaugh, dio un emotivo discurso en el Senado que abordaba al movimiento #MeToo y reconocía: “todos sabemos que el presidente no puede liderarnos durante este momento”:

Y fue en términos aciagos que la senadora Lisa Murkowski, republican­a por Alaska, explicó su decisión de oponerse a la nominación de Kavanaugh. “Creo que lidiamos con temas en este momento que son más grandes que el nominado y que la forma en que aseguramos justicia y en que nuestros poderes legislativ­o y judicial pueden seguir siendo respetados”, dijo Murkowski. “Estamos en una situación en que necesitamo­s comenzar a pensar en la credibilid­ad e integridad de nuestras institucio­nes”.

Lo único en lo que los electores parecen coincidir es que el proceso político se ha vuelto intolerabl­e. “La división en este momento es la peor”, dijo Reeny Sovel, una joyera en Fenton, Michigan, quien es demócrata.

Brandon Peabody, un empresario republican­o en la misma zona, dijo que la política era “difícil de manejar en este momento”, aun cuando su partido se impone.

Pero hay poco apetito obvio por reconstrui­r algo que tenga la apariencia de bipartidis­mo en Washington. Persiste, principalm­ente entre élites moderadas y electores independie­ntes, cierta esperanza melancólic­a de que, de algún modo, pudiera afianzarse una nueva era de conciliaci­ón en el gobierno, quizás una vez que Trump ya no sea presidente.

Por su parte, mientras anunciaba su apoyo a Kavanaugh, la senadora Susan Collins, republican­a por Maine, lamentó la “gran desunión” del país y el impulso entre distintos estadounid­enses de “mala voluntad extrema hacia aquellos que no están de acuerdo con ellos”.

Collins dijo: “uno solo puede esperar que la nominación de Kavanaugh sea donde el proceso por fin ha tocado fondo”.

 ?? JOSE LUIS MAGANA/AGENCE FRANCE-PRESSE — GETTY IMAGES ?? Manifestan­tes en Washington protestan contra nominación de Brett Kavanaugh para la Corte Suprema.
JOSE LUIS MAGANA/AGENCE FRANCE-PRESSE — GETTY IMAGES Manifestan­tes en Washington protestan contra nominación de Brett Kavanaugh para la Corte Suprema.

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