Hay una nueva identidad japonesa
Hace poco más de 40 años, cuando mi familia se mudó de California a Tokio, el hecho de que mi madre fuera japonesa no impidió que niños de la escuela me señalaran con el dedo y gritaran “¡Gaijin!” —extranjera, en japonés— mientras caminaba por la calle.
Luego de ver a mi padre pelirrojo y de ojos azules, un comerciante en el suburbio donde vivíamos le preguntó a mi madre qué sentía trabajar como niñera en la casa del estadounidense.
Cuando nos mudamos de nuevo a California dos años después, entré a cuarto grado de primaria y de repente era la niña asiática. “¡Ching chong chang chong ching!”, coreaban los niños en el patio de la escuela, estirándose las comisuras de los ojos. Mis compañeros de clase hacían muecas de disgusto por el onigiri —bolitas de arroz envueltas en algas secas— que mi madre ponía en mi lonchera.
Ahora, de vuelta en Tokio como corresponsal extranjera para este periódico, la gente ya no me señala con el dedo en la calle. Pero soy vista indiscutiblemente como extranjera. Cuando entrego mi tarjeta de presentación, la gente mira mi cara y luego pregunta confundida por qué me pusieron el nombre que tengo. Parece que casi no se nota mi identidad japonesa.
En las últimas semanas, al cubrir la reacción local a la campeona de tenis Naomi Osaka, hija de madre japonesa y padre haitiano-estadounidense, y a Denny Tamaki, que es hijo de madre japonesa y un Marine estadounidense blanco y que acaba de ser electo gobernador de Okinawa, me he preguntado si las actitudes japonesas hacia la identidad poco a poco empiezan a dar cabida a los que tenemos un origen mixto.
En las últimas dos décadas, casi uno de cada 50 niños nacidos en Japón cada año es hijo de padre o madre extranjeros. Aquí somos conocidos como “hafu”, que viene de la palabra inglesa “half”, o “mitad”, y nuestra existencia desafía a una corriente en la sociedad nipona que relaciona la identidad nacional con una etnicidad de sangre pura.
Durante la campaña de Tamaki por la gobernación en Okinawa, algunos en las redes sociales insinuaron que no era realmente japonés. Otros compararon su candidatura con la de Barack Obama en el 2008.
“Un hijo ‘hafu’ va a convertirse en un líder”, escribió alguien en Twitter. “Veamos un sueño también en Okinawa, así como la gente lo vio cuando Obama se convirtió en presidente de Estados Unidos”.
Cuando Osaka arribó a Tokio el mes pasado, poco después de ganar el Abierto de EE.UU. jugando por Japón, un reportero japonés le preguntó qué pensaba sobre su identidad, generando un debate en los medios tradicionales y sociales respecto a si la pregunta era apropiada. Osaka ofreció la mejor respuesta posible: “soy simplemente yo”.
Su sentido relajado, incluso desenfadado, de cómo su herencia la define me ha hecho sentir menos torturada respecto a la mía. Desde hace mucho tiempo me he sentido algo así como una impostora porque no domino el idioma con fluidez. Pero el japonés de Osaka también es imperfecto.
Como campeona, Osaka ha sido muy celebrada, con los medios japoneses siguiéndola incansablemente durante su estancia en Tokio el mes pasado. Una raqueta Yonex similar a la que ella usa y un modelo de reloj Citizen que llevaba puesto cuando derrotó a Serena Williams en el Abierto se venden como pan caliente en Japón.
Osaka parece haber recibido una bienvenida más pública que Ariana Miyamoto, una mujer mitad de raza negra, mitad japonesa que fue coronada Miss Japón en el 2015. En ese entonces, los jueces que la seleccionaron fueron criticados por gente que dijo que no parecía lo suficientemente japonesa.
No obstante, el público ha acogido a un buen número de atletas y personalidades de televisión “hafu” en Japón, aunque su popularidad puede disimular una ambivalencia subyacente. “Hay una mezcla de envidia e incomodidad”, afirmó Gracia Liu Farrer, catedrática de sociología en la Universidad Waseda, en Tokio, quien estudia la inmigración.
Estoy muy consciente de que al grado en que la otredad es cada vez más aceptada, es de una variedad que la mayoría del pueblo japonés puede percibir de inmediato. Ser parte blanco en Japón te concede un privilegio del que la gente de origen asiático mixto raras veces goza. Cuando una funcionaria política mitad taiwanesa se postuló a la dirigencia del partido de oposición, por ejemplo, muchos críticos nacionalistas casi descarrilaron su candidatura mientras la acusaban de duplicidad por no haber renunciado oficialmente a la ciudadanía taiwanesa.
La popularidad de Osaka en Japón parece depender en parte de lo que los comentaristas ven como su conducta japonesa por excelencia. Ha sido elogiada muchas veces por su humildad, con los medios enfocándose en su disculpa por haberle ganado a Williams.
Me he enfadado por interpretaciones similares de mi conducta en EE.UU. Cuando he sido reservada o menos firme de lo que la gente cree que amerita una situación, se lo han atribuido a mi “lado japonés”.
Aquí en Japón, sé que mi “lado estadounidense” puede ser una ventaja a mi favor. En particular para una mujer en una sociedad dominada por varones, es útil que te vean primero como extranjera y luego como mujer.
Los estadounidenses a menudo apoyan el mito de que ya vivimos en una sociedad que acepta a todo tipo de otros. Pero cuando colegas me han confundido con otra empleada asiática en la redacción, me doy cuenta de que, de manera instintiva, algunas personas aún quieren encasillarme como una, pero no como ambas.
Cuando mi esposo y yo nos mudamos aquí con nuestros dos hijos de edad escolar, hace dos años, los matriculamos en un colegio internacional, donde muchos de sus compañeros de clase son birraciales.
Al haberme criado en una ciudad donde muy poca gente era como yo, me siento agradecida porque ellos están pasando su adolescencia rodeados de amigos que comparten su origen mixto.
Poco después de que llegamos a Tokio, salí a cenar con una amiga estadounidense blanca de mis padres que tiene dos hijas con su marido japonés. Cuando pregunté qué habían sentido al crecer aquí como “hafu”, ella sugirió que debería modificar mi lenguaje. Ella dice a sus hijas que no deben verse a sí mismas como menos que, sino como más. En vez de “hafu”, explicó ella, las llama “dobles”. Eso me resulta perfecto.
Rompen barreras para los ciudadanos ‘hafu’de Japón.