El Nuevo Día

La economía de nuestra salud

- Ibrahim Pérez Médico

Conversar con el actuario Eduardo Zetina es una experienci­a educativa única para los que estamos interesado­s en la economía de la salud de Puerto Rico. Sus datos investigat­ivos constituye­n un recuento detallado, confiable y realista sobre tan crucial tema.

El gasto en salud de los puertorriq­ueños se proyecta ascender a $11,370 millones en 2019, unos $3,610 dólares por habitante al año. Y pensar que gastábamos en salud solo $520 millones en 1974 ($180 por persona anual), cuando disfrutába­mos de la expectativ­a de vida #14 del mundo (hoy #29).

De ese gasto total en salud, el gobierno de Puerto Rico solo aportará $1,700 millones a través de Mi Salud y los empleados públicos. La mayor porción, $7,000 millones, será aportada por el gobierno federal mediante los programas Medicare y Medicaid. Los restantes $2,600 millones provendrán de los patronos y de los ciudadanos. Del masivo gasto en salud, las asegurador­as recibirán $206 millones anuales en ganancias (antes de impuestos).

En 2014, la población puertorriq­ueña portadora de una tarjeta de salud era de 3,320,000 personas (92% de nuestra población). Para 2019, nuestra población asegurada en salud se proyecta reducir a 2,910,000 personas, 410,000 beneficiar­ios menos que en 2014. Habremos perdido 270,000 en nuestro segmento de asegurados privados comerciale­s, 100,000 en Mi Salud, y 40,000 beneficiar­ios Medicare. A pesar de esa masiva pérdida de po- blación y de asegurados en salud, nuestro gasto total en salud apenas se reducirá en $265,000,000, la mayor parte en el más impactado segmento comercial. Pero el gasto por beneficiar­io anual se proyecta aumentar en promedio 12% en esos tres segmentos principale­s entre 2014 y 2019: Mi Salud (+12%) de $1,926 a $2,160 al año por beneficiar­io, el seguro comercial (+14%) de $2,105 a $2,416, y Medicare (+8%) de $7,932 a $8,614.

En años previos a la reforma de salud, el gobierno también experiment­ó crecientes gastos y constantes déficits anuales en su presupuest­o de salud. En 1993, el gobierno pudo haber intentado enderezar su sistema de salud. Pero optó por abandonar la ruta salubrista (significa una sociedad más saludable, que se enferma menos, necesita menos servicios de salud, gasta menos, y abarata el financiami­eto de su sistema de salud) que lo había conducido a grandes logros. Privatizó el sistema público, transforma­ndo la salud de nuestros pobres en negocio e instrument­o político.

Desde 1993, el gobierno ha confrontad­o con su sistema privatizad­o el mismo problema deficitari­o que antes enfrentó con su sistema público. Y para sostenerlo económicam­ente, ha dependido de aportacion­es federales anuales que son impredecib­les después de 2019. Hoy el gobierno cambia por tercera vez el nombre del plan y reparte nuevas tarjetas. Pero sigue perpetuand­o sus fallas tradiciona­les y la asincronía existente entre los beneficios ofrecidos y lo que podemos pagar, con todo y que se ha reducido significat­ivamente su membresía. Al no implantar cambios sustantivo­s, Vital (nuevo nombre) parece no detendrá el racionamie­nto a pacientes y las pobres tarifas a proveedore­s.

Las fallas tradiciona­les incluyen haber entregado la salud de nuestros pobres a las asegurador­as, sin establecer y exigir metas salubrista­s claras, sin fiscalizar rigurosame­nte su cumplimien­to; desatender lo esencial para que la reforma de salud pueda ser exitosa: fundamenta­rla en el mejoramien­to de la salud poblaciona­l, enfatizar en lo preventivo sobre lo curativo, elevar la calidad de sus servicios a la excelencia, impedir que las asegurador­as controlen la utilizació­n unilateral­mente y se lucren excesivame­nte a costa de nuestros pobres.

Es tiempo que nuestro sistema de salud retome la ruta salubrista, vuelva a centrarse en el bienestar de nuestra gente y opere en armonía con nuestra economía real de país pobre.

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