Diálogo franco para superar la tensión comercial global
La insistencia del presidente Donald Trump, de intensificar una guerra comercial internacional, en particular con China, tiene el potencial de complicar aún más el proceso de recuperación de Puerto Rico.
Las contradicciones de la política arancelaria del presidente acarrean riesgos importantes en el despegue económico de la isla. Sus efectos ya se sienten, por ejemplo, en el encarecimiento de equipos y productos de construcción necesarios para reponernos de la devastación ciclónica del año pasado.
El camino sensato a la paz comercial es un diálogo internacional balanceado.
Evidencia de ello es el convenio reciente logrado con Canadá para mantener el otrora Tratado de Libre Comercio de América del Norte que involucra también a México y que a partir de ahora se le conoce como Acuerdo Trilateral. Tras intensas negociaciones, representantes de Estados Unidos y Canadá afirmaron que el pacto dará a sus trabajadores, agricultores y negocios, condiciones comerciales de altos estándares que resultarán en mercados más libres, comercios más justos y un crecimiento económico vigoroso en la región. Justo lo que necesita la región.
Mientras, desde el año pasado, Estados Unidos y China han profundizado su crispación, motivada por las investigaciones ordenadas por el presidente Trump sobre el desequilibrio de las relaciones comerciales entre ambos países. De ahí en adelante, se ha decretado una serie de aumentos a los aranceles que pagan cientos de productos y materias primas, con énfasis en las placas solares y los electrodomésticos, aunque sin excluir otros bienes, como productos para la industria farmacéutica y la de alimentos. China no ha tardado en responder con represalias idénticas.
Economistas locales advierten de manera acertada que las guerras comerciales siempre son dañinas. En este caso, China amenaza, no solo con aumentar los arbitrios a los productos que llegan desde Estados Unidos, sino también con gravar las inversiones estadounidenses que quieran hacerse en su territorio.
Las diferencias podrían implicar repercusiones graves, de un modo u otro, en casi todo el planeta. Como es previsible, China, sintiéndose acorralada por los controles arancelarios que se les imponen a sus mercancías, refuerza sus nexos extendidos por Latinoamérica. Allí mantiene inversiones fuertes, compra deudas, y forja alianzas con el potencial de añadir otro delicado elemento al ajedrez geopolítico en la zona.
Aunque la mayoría republicana en el Congreso intenta suavizar el empeño proteccionista del presidente, la proximidad de las elecciones de medio término solo ha provocado que Trump le ponga acento a la retórica de defensa nacional. En días recientes se ha autoproclamado nacionalista.
El secretario de Estado, Mike Pompeo, dijo esta semana que Estados Unidos no tiene intención de frenar su política tarifaria. Advirtió que su país le ganará la guerra comercial a China, cuya economía ha descrito como depredadora.
Con su propia crisis política interna, Estados Unidos debe retomar su rol como líder internacional de la diplomacia. La pugna con potencias como China trasciende lo económico. Inciden en el volátil clima político global.
Confiamos en que la diplomacia y las fuerzas políticas que promueven el libre comercio en Estados Unidos logren convencer a la administración de que la mejor apuesta que ambos países pueden hacer ahora es al diálogo que promueve consensos. Los aprietos económicos de Estados Unidos son, en buena parte, de su propia hechura. Allá, como en Puerto Rico, sus complicaciones surgen de la dinámica de gastar más allá de lo que ahorra.
Mientras, aquí debemos permanecer atentos y preparados. El conflicto de los aranceles, con su alcance global, implica el encarecimiento de los productos a nivel local. Podría conllevar, incluso, la movida de importantes empleadores a países más competitivos. Suficiente obstáculo para una reconstrucción que ya es un reto demasiado grande.