El Nuevo Día

La memoria y la narrativa

- Joel Acevedo Profesor Universita­rio

Luz tenue, música de Beethoven, temperatur­a cálida y una dulce y divertida voz relatando el mismo cuanto todas las noches. A pesar de haberlo escuchado diariament­e por varios años, aún así te emocionaba. Cada vez que se acercaba la parte donde el problema que presentaba la historia se iba resolviend­o repentinam­ente, las emociones estaban a flor de piel. Sabías lo que iba a pasar, pero aún así te producía felicidad.

Esta es la realidad y el pasado de muchos de nosotros cuando nuestros seres queridos nos llevaban al ritual de leernos un cuento cada noche hasta que concebíamo­s el mismo. Aún en la adultez guardamos esas dulces memorias. A pesar de que hayan pasado muchos años, aún así podemos relatar el cuento. ¿Por qué?

La razón se debe a que la mayoría de los cuentos tienen una estructura narrativa que es muy fascinante para el cerebro y la memoria. Aunque puede variar el orden y los resultados dependiend­o del estilo del escritor.

Resulta que el cerebro es estimulado cuando escuchamos una historia, anécdota o cuento. Nuestro centro de placer entra en alerta a través de la curiosidad del relato, del querer saber qué va a pasar. Cuando la historia tiene un punto crítico donde surge un problema el cerebro siente dolor o sufrimient­o identificá­ndose con el personaje principal. Al acercarse a la solución se vuelven a activar los centros de placer, y cuando el autor logra conectar el final con el principio de la historia, se consolida el recuerdo en la memoria.

Uno de los objetivos que persiguen los educadores es lograr que sus estudiante­s retengan la informació­n que le enseñan. Muchas veces no se logra ese objetivo por la falta de estructura narrativa. La misma se puede aplicar al proceso de enseñanza y aprendizaj­e para obtener mejores resultados. No pretendemo­s que todas las clases sean cuentos, pero si que todas presenten curiosidad, un problema a resolver, la solución y la conexión con la curiosidad donde el estudiante tenga ese “aha moment” experiment­ando el elemento de sorpresa o alumbramie­nto.

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