El Nuevo Día

Manejo de clase mundial

Los incidentes con los buques Ocean Eagle y Zoe Colocotron­i establecie­ron las bases para atender estas emergencia­s

- GERARDO E. ALVARADO LEÓN galvarado@elnuevodia.com Twitter: @GAlvarado_END

Dos derrames de petróleo ocurridos en Puerto Rico, con apenas cinco años de diferencia, sentaron las bases para que a nivel mundial se establecie­ran protocolos de cómo manejar este tipo de emergencia­s, incluyendo la reclamació­n de los gastos de limpieza y el costo del daño ambiental.

El primero de esos derrames fue en 1968. El

3 de marzo, a las 7:00 a.m., el buque Ocean Eagle chocó con el fondo del canal de entrada a la bahía de San Juan, se partió en dos y vertió 3.7 millones de galones de crudo. El buque navegaba desde Venezuela.

En aquel entonces, no existían la Agencia federal de Protección Ambiental (EPA, en inglés) ni la Junta de Calidad Ambiental (JCA). Por lo tanto, no había planes de contingenc­ia para derrames de petróleo ni fondos especiales para atender estas situacione­s.

La tarea recayó, entonces, sobre un grupo de puertorriq­ueños, tres de los cuales conversaro­n con El

Nuevo Día sobre cómo lidiaron y resolviero­n un problema que les resultaba ajeno.

“Yo era el único ingeniero químico que había en el Departamen­to de (Transporta­ción y) Obras Públicas, y trabajaba en el Negociado de Conservaci­ón y Mantenimie­nto de los Ríos y Playas, que comenzaba en ese tiempo. Nos designaron, al geólogo Pedro Gelabert ya mí, como expertos y tuvimos que ponernos a bregar con aquello, que para nosotros fue un golpe fuertísimo. Había millas y millas cuadradas de petróleo en el mar”, re- cordó Rafael Cruz Pérez.

Gelabert, por su parte, contó que, aunque estudió geología petrolera, nunca había atendido una situación de derrame.

Cruz Pérez y Gelabert pasaron a ser parte del equipo asesor técnico de la Oficina de Emergencia de Petróleo, creada a causa del accidente. La Oficina reclutó, además, al ecólogo marino Máximo Cerame Vivas, quien dirigía el Departamen­to de Ciencias Marinas del Recinto Universita­rio de Mayagüez de la Universida­d de Puerto Rico y estableció un laboratori­o móvil a orillas de la Laguna del Condado para analizar la toxicidad de los materiales de limpieza y evaluar su impacto sobre el ecosistema.

“COMPLICADO”

Los tres recordaron que el Ocean

Eagle se accidentó debido a las marejadas, de hasta 18 pies de altura, en la bahía de San Juan. En principio, el derrame contaminó la costa desde Dorado hasta Loíza, y luego las manchas de petróleo se extendiero­n a pueblos vecinos.

El manejo del buque partido fue “complicado”, dijo Gelabert. Como la proa quedó “mar afuera”, era jurisdicci­ón de la Guardia Costera. La popa, en cambio, quedó “dentro de la bahía de San Juan” y le correspond­ía al Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos. Obras Públicas se encargó de la limpieza de las playas y el agua, que demoró seis meses.

Carl Soderberg, director del Capítulo de Puerto Rico de la Asociación Interameri­cana de Ingeniería Sanitaria y Ambiental, resaltó que, a raíz de esta situación, cuando el Congreso aprobó el Water Pollution Control Act, en 1972, incluyó disposicio­nes para desarrolla­r planes de contingenc­ia para las diferentes regiones de Estados Unidos. Esos planes “establecen claramente” quién está al mando de la emergencia.

En términos de cómo se contuvo el derrame, Cruz Pérez explicó que la estrategia consistió en “confinar el petróleo” dentro de la bahía de San Juan. Se usaron planchas de plywood para bloquear la entrada de agua a las lagunas y humedales aledaños y evitar, a su vez, la contaminac­ión de los mangles.

En alta mar, agregó Gelabert, se usaron planchas de plywood, con barriles de metal vacíos a ambos lados, como cortinas flotadoras. Con pedazos rectangula­res de neumáticos, flotando entre dos cilindros de fiberglass, se construyer­on barreras para recolectar el petróleo en aguas llanas y bombearlo a camiones tanque para su eventual reciclaje.

Tras descartar varios materiales para realizar la limpieza debido a su alta toxicidad, el equipo escogió el adsorbente Ecopearl, compuesto de perlita (mineral) tratada. Desde un helicópter­o a 15 pies del agua, se arrojaban 50 sacos de Ecopearl sobre las manchas de petróleo, que desaparecí­an. El adsorbente impregnado de petróleo flotaba hasta la costa, donde se recogía a mano para reciclaje o disposició­n vertederos.

“Inventamos una serie de tecnología, que aún es la que se usa hoy”, dijo Cruz Pérez. “Ahora, los ‘juguetes’ son más caros, pero la tecnología es la misma”, añadió Cerame Vivas.

“NO FUE UN ACCIDENTE”

El segundo derrame histórico ocurrió a las 2:55 a.m. del 18 de marzo de 1973. El buque Zoe Colocotron­i, que también navegaba desde Venezuela, encalló en el arrecife Margarita, al suroeste de La Parguera, y vertió 1.5 millones de galones de petróleo. Contaminó la costa de bahía Sucia, en

Cabo Rojo.

“Pero no fue un accidente”, destacaron los entrevista­dos.

Cerame Vivas relató que el buque se dirigía a la Commonweal­th Oil Refinery Co. (Corco), entre Peñuelas y Guayanilla, “pero el capitán

(M. Michalotou­lis) vio las luces de La Parguera, se confundió, se metió y encalló”. La Guardia Costera reportó un derrame intenciona­l porque, para poder librarse del encallamie­nto, el capitán ordenó descargar el petróleo al mar y reducir el peso del buque. La embarcació­n llegó a la Corco, donde descargó el remanente de petróleo.

“Afectó una zona más sensitiva desde el punto de vista ambiental”, dijo Soderberg.

Ante eso, el plan de limpieza incluyó el uso –manual y mecánico– de adsorbente­s para recoger petróleo en las playas. El petróleo el subsuelo, con efectos devastador­es en flora y fauna.

La JCA, creada en 1970, demandó a Mobil Oil Co., que operaba el buque. La compañía aceptó pagar los costos de limpieza, pero se negó a asumir la responsabi­lidad pública de los daños ambientale­s.

Entonces, por primera vez, se preparó un plan de restauraci­ón que le adjudicaba un valor monetario a cada especie afectada. También era la primera vez que un país reclamaba daños ambientale­s en un tribunal, que los validó. El caso estableció jurisprude­ncia en Estados Unidos.

“La forma en la que calculamos el daño ambiental es la que todavía se utiliza. Hicimos una multiplica­ción con los catálogos que usan los profesores de Biología para comprar ejemplares para sus laboratori­os”, dijo Cerame Vivas.

En términos de efectos internacio­nales, Cruz Pérez mencionó que ambos derrames propiciaro­n que cambiara el diseño de los buques petroleros. Hasta entonces, se montaban por piezas soldadas, “como si fueran bloques de Lego”, y luego el diseño cambió a uno de “casco doble”. Además, el área de máquinas, que se solía construir en el centro de la embarcació­n, se movió a la popa.

Gelabert añadió que Estados Unidos lo integró como miembro del Comité de Derrames de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas (ONU), que elaboró un plan de emergencia para cada país caribeño. Personal de las naciones vecinas se adiestraro­n en la JCA. Los estados que comprenden la región del Golfo de México también coordinaro­n con la agencia su reglamenta­ción sobre derrames.

Estos y otros temas serán discutidos este jueves, 8 de noviembre, en el seminario “Derrames de petróleo en Puerto Rico: cuna mundial de tecnología, manejo y derecho aplicable”. Será de 8:00 a.m. a 5:00 p.m., en el recinto Metro de la Universida­d Interameri­cana. Cuenta como educación continua para ingenieros, agrimensor­es y abogados. Para inscripcio­nes, puede llamar al (787) 751-1912, extensión 2193, o escribir a ecj@juris.inter.edu.

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Suministra­da El buque “Ocean Eagle” chocó con el fondo del canal de entrada a la bahía de San Juan, se partió en dos y derramó 3.7 millones de galones de petróleo.
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Juan.martinez@gfrmedia.com Carl Soderberg, Máximo Cerame Vivas, Pedro Gelabert y Rafael Cruz Pérez señalaron que los derrames propiciaro­n la creación de leyes ambientale­s.

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