El Nuevo Día

“Te tienes que ir”

- Rafael Lama Bonilla

Hace unas semanas, en un encuentro internacio­nal con periodista­s, conocí a Chung

Lyn-Yi, ejecutiva de uno de los medios más importante­s de Singapur, con quien tuve la oportunida­d de intercambi­ar ideas y hablar sobre la situación de Puerto Rico, así como los contrastes y similitude­s con esa isla asiática.

En una de nuestras pláticas, conversamo­s sobre las estrategia­s de nuestros respectivo­s países para atraer inversión foránea y, por supuesto, ahí salió a relucir el tema contributi­vo. Ella me preguntó que cuánto yo pagaba en contribuci­ones. Le contesté. Luego increpó sobre el IVU y su porcentaje. Le dije. No pasaron cinco segundos cuando Lyn-Yi, procesando la informació­n, me ripostó con urgencia palabras que me golpearon: “Te tienes que ir de Puerto Rico. Ahora”.

Esa respuesta, fría y directa, no la vi venir. Me desmoraliz­ó. En cuestión de segundos, recompuse mi lacerado ego y le esbocé las razones por las que sigo aquí. Le hablé sobre el compromiso que tengo con la isla donde nací, la pasión por lo que hago, el amor por la familia y las otras bondades que tiene Puerto Rico. Pero, sus palabras me hicieron reflexiona­r y luego cuestionar­me. ¿Seremos masoquista­s los que seguimos aquí?

Al regresar del viaje a Puerto Rico, en nuestras páginas de El Nuevo Día publicamos un reportaje que recogía un debate que se dio en un foro sobre Reforma Contributi­va, en el que uno de los panelistas mencionaba que era insostenib­le pagar 63 centavos de cada dólar en contribuci­ones.

Durante el foro, moderado por la periodista Marian Díaz, se hizo referencia al informe “Paying Taxes 2019”, elaborado por PriceWater­houseCoope­rs y el Banco Mundial, el que ubica a Puerto Rico en la posición número 162 en lo que a materia tributaria respecta.

Con unas seis “reformas” contributi­vas en los pasados 43 años y sin contar la del 2015 que nunca se aprobó, Puerto Rico no parece sacar los pies del plato en este tema, ni mucho menos logra encaminar un sistema que le haga justicia al que trabaja y que genere riqueza de manera consistent­e para nuestra sociedad.

La diferencia ahora es que ya no podemos seguir coqueteand­o tímidament­e con hacer cambios cosméticos a nuestra realidad contributi­va. Nos urge hacer una transforma­ción radical del sistema, pues nuestra base se achica cada día más. Tras el huracán María, la isla perdió el 6% de su población con cerca de 200,000 boricuas cruzando el charco. Pero previo al huracán, ya cientos de miles de puertorriq­ueños habían migrado. Muchos de ellos, sin duda, hicieron el análisis que hizo a vuelo de pájaro la periodista de Singapur. Encontraro­n que, en efecto, era insostenib­le pagar esos 63 centavos de cada dólar.

La base industrial también se ha ido achicado, en parte por los costos operaciona­les y energético­s de Puerto Rico, así como por las consolidac­iones de grandes multinacio­nales y la búsqueda de eficiencia­s en mercados menos onerosos.

En la suma, eso significa que una base más pequeña de contribuye­ntes tiene que seguir cargando con el peso y sacando más de su bolsillo para costear un andamiaje que se resiste a hacer cambios y a atemperars­e a la nueva realidad. Eso también es insostenib­le.

Dicho eso, la transforma­ción contributi­va que requiere Puerto Rico tiene que hacerle justicia al que trabaja, tiene que incentivar al que quiere montar su negocio y tiene que, ahora más que nunca, fiscalizar agresivame­nte la captación del IVU, sobre todo en una isla donde la economía informal sigue creciendo.

Es hora de que Puerto Rico pare de entretener­se en escándalos que no mueven la aguja. Es hora de que nuestra clase política, inmersa en batallas de poder, enfoque su mirada en los asuntos que realmente pueden dejar un legado y transforma­r a un país. Es hora de cambiar la narrativa y entablar un diálogo que propicie la construcci­ón del país con el que todos soñamos y del cual estoy seguro somos capaces de gestar.

La respuesta a mi nueva amiga singapuren­se sigue siendo la misma. No me tengo que ir. Pero tenemos que tener voluntad y persistenc­ia para exigir la transforma­ción que Puerto Rico necesita y trabajar colectivam­ente hasta lograrla.

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