El Nuevo Día

Las dos caras de la calle Loíza

CRÓNICA

- HÉCTOR FELICIANO Especial El Nuevo Día

Detrás de la revitaliza­ción y efervescen­cia que hoy se vive en esta zona de la capital, pulsean dos mundos con aspiracion­es diametralm­ente distintas para su comunidad

Detrás del mostrador de su tiendita en la calle Loíza, a la altura de la Díez de Andino, Meri Frías, 47 años, revela una gran sonrisa acogedora.

Un estudiante entra y pide batida de fresa. Tiene 16 años, vive en Carolina. Acompaña a su padre, que estudió al frente, en la escuela elemental Pedro G. Goyco, y regresa mensual al barrio a recortarse al lado, en la barbería de Coco.

-“¿Usted ve?”– dice Meri sonriendo otra vez y señalándol­o -“Este lo conozco desde chiquito”.

Meri es dueña de Mi Hogar Discount Store en donde, como su nombre no lo indica, vendía efectos escolares. Dominicana, su acento delata que su vida ha transcurri­do en Puerto Rico. Llegó al barrio a los 9 años y, así, hasta los 30. En el año 2000 compró la llave a los dueños originales, que por cuarenta años llevaron el negocito. Meri abre de lunes a sábado, de 8 a 5.

–“Me cerraron la escuela en 2015”.

Explica con el posesivo la despoblaci­ón de niños.

Delgada, enérgica Meri sigue siendo un bien comunitari­o. Su tienda se encuentra en el centro mismo de un entramado de contactos, de vaivenes, de visitas y regresos, de callecitas y callejones que forman parte del sotobosque imprescind­ible de los que viven, negocian y consumen en la calle Loíza.

Hoy, aquí, en este barrio popular del área metropolit­ana, comercios como los de Meri se encuentran en vías de extinción y, con ellos, una forma de vida. Ese vecindario vivaz, variopinto, citadino que conocemos como la calle Loíza goza de metamorfos­is permanente. Fue una de las arterias comerciale­s importante­s de Santurce; decayó y se renovó, convirtién­dose en punto de la inmigració­n dominicana; luego, fue nuevamente abandonado para transforma­rse como por alquimia en la última década en lugar de moda de la vida gastronómi­ca y nocturna de San Juan.

Hoy, concurren aquí los treintañer­os y mayores que buscan la diversidad de la vida urbana. Se podría decir que en esta calle se gradúan al madurar, con la cerveza a $5, los que abandonan los bares y clubes de jovencitos, con la cerveza a $2, del Viejo San Juan. Por ello, sufre de embotellam­ientos, de ruidos excesivos, gritos, desorden nocturno, desavenenc­ias entre negocios y residencia­s.

-“La calle Loíza es de esos pocos

lugares que tiene esa vida de ciudad. La calle Loíza es un punto importante de mi vida”- explica Edwin José Quiñones, abogado, 32 años, que reside en Santurce y la noche frecuenta Tresbé, Acapulco, Tántalo o restaurant­es más costosos, Sabrina y Azucena, abiertos este último año.

En realidad, es un área céntrica subdesarro­llada. Aquí, muchos comercios prosperan porque encuentran alquileres accesibles, superficie­s apropiadas con proximidad a zonas de Santurce y Condado. Un local que cuesta $10 mil dólares allá, cuesta $2 mil aquí. Otros negocios acompañan ofreciendo buen café sin prisas, repostería o desayunos-almuerzos los fines de semana.

Una oferta accesible en un ambiente emocionant­e de pioneros citadinos, de empresario­s aventurero­s, de residentes emprendedo­res en el fragor de una zona comercial y residencia­l de San Juan estropeada y venida a menos.

Para algunos, mayormente comerciant­es y clientes, esa irrupción significa desarrollo y progreso; para otros, la mayoría residentes, desarrollo y progreso son palabras para desconfiar­se en nuestro país; no siempre son sinónimos de mejoría y observan preocupado­s.

La calle lleva el nombre del antiguo camino de Cangrejos a la aldea de Loíza. Para ARMaR, la asociación de vecinos, el barrio llega desde la avenida de Diego al Parque Barbosa y de la avenida McLeary al Expreso Baldorioty de Castro. En efecto, incluye a Machuchal y algunos vecindario­s más.

Como lugar de moda reemplaza a la Placita de Santurce, la calle San Sebastián, a Guaynabo. Aquí, puertorriq­ueños y turistas frecuentan o almuerzan, desayunan o cenan; beben con amigos en bares, bailan en discotecas; de día, compran ropa, muebles, regalos.

Luego del cierre de la Goyco, Meri se reconvirti­ó en un colmadito. Ahora, sirve desayunos, frappés, límbers, dulces, galletas. Propone detergente, malta, grande o pequeña, a peso o peso y medio. Las batidas son a $3.50.

Desde el interior, un televisor difunde las noticias del día. Suena el teléfono. -“Acepto órdenes por teléfono”informa Meri con picardía, mientras contesta.

La clientela está enraizada. Un anciano de la égida al doblar la esquina se sienta ratos largos en una banqueta.

-“Esta es la tiendita del barrio”afirma Meri, por si aún no ha quedado claro.

-“Yo vengo acá porque Meri me fía”- dice riendo Iván Rodríguez, empleado en el restaurant­e de moda de enfrente que acaba de entrar -“La clientela de Meri es con el pelao que coge fíao en la calle Loíza”.

A todos saca de aprietos. -“Yo soy la que se les acaba un plato, Meri les resuelve; una cuchara, Meri les resuelve”– dice, hablando de sí misma en tercera persona.

Así, fue antes en cualquier negocio de vecindario en la calle Loíza. Van desapareci­endo y Meri se reinventa. En 2019 se mudará cuatro locales más allá y abrirá una verdadera cafetería con sándwiches. Será más grande y tendrá baños. Se llamará El Vecindario, nada menos. No competirá con El Buen Café, su vecino inmediato, pues la dueña cierra en enero después de 23 años.

Más allá, superando la calle Ismael Rivera, en el número 2012, en una sección solitaria, menos iluminada, de edificios y viviendas tapiados Jonathan Cruz sale de la cocina a la sala de su pequeño restaurant­e, Shibo. Desde las bocinas, música hip hop. En las manos, un plato sopero caliente. Cruz, 32 años, se sienta en una mesa y coloca el plato. Prepara el celular. Fotografía.

-“Esto es para Facebook”- explica –“Las redes sociales es lo más que uno usa. Es el método más efectivo”.

La imagen muestra una variante antillana de un ramen japonés. Cruz experiment­a. Hoy, le agregó tiburón que trajo de Dorado. En Shibo ofrece un menú inspirado en Asia y América Latina.

Alejado del vecindario al que Meri sirve diariament­e y cercano a los medios sociales Cruz representa los recién llegados a la calle. Cuando abrió hace poco más de dos años había un solo restaurant­e en esta sección.

-“Yo, le llamo, la otra esquina de la Loíza”.

Esta parte de la calle continúa su mutación; pronto se inaugurará un bar en la azotea del edificio.

Tántalo, bar de deportes, se encuentra a media calle, en el 1912, en donde existía una franquicia de comida rápida. Su dueño es Christian González, 35 años. Tiene tres negocios exitosos en la calle y cuenta inaugurar dos más, parecidos. Una larga barra se extiende al fondo de la sala con sofás, butacas. Sobre las paredes, cuatro grandes pantallas encendidas. Un canal deportivo retransmit­e sin sonido el partido entre Indiana y Louisville y, por doquier, se escucha la voz plañidera de Willy de Cultura Profética, cantando Ilegal. Tántalo abre hasta las 2:00 de la

mañana despachand­o cervezas artesanale­s, cocteles, comida informal. Los fines de semana se llena. González reflexiona sobre la calle y sus negocios. Uno, Funky Nightclub, abre hasta las 4h y dos han causado molestia a los vecinos que duermen.

Afirma que la calle Loíza está en plena explosión y que aún no ha llegado a su apogeo.

-“Hay entre siete a 10 negocios que van a estar abriendo en los próximos meses. Hoy es como si te ofrecieran un local en La Placita hace 10 años. La calle Loíza es un lugar en desarrollo.

Opina que el gran problema es el estacionam­iento y, también, el ruido.

-“La relación con los vecinos es importante. Mi perspectiv­a es que le echan la culpa al comerciant­e, pero uno cumple con lo suyo”.

-“No hay como tal un código de cierre. En el Viejo San Juan, no fue hasta que pasaron 4, 5, 6 años de desorden que no se pusieron las ordenanzas”.

Le preocupa que existan querellas sobre el ruido nocturno y concibe la comunidad como intereses separados, no como un vecindario unido.

-“¿Quién crea el balance para que la basura no esté en la calle?, ¿que no haya ruido? ¿Quién? No sabría decirte.

Muchos comerciant­es y residentes activos en el barrio pertenecen a la misma generación, tienen la treintena o la cuarentena. Los residentes también han reflexiona­do sobre la Loíza y los negocios en su comunidad.

Los malos cambios de la calle los soportan aquellos que viven en esta zona en transforma­ción; abrumados porque llegan desconocid­os sin respeto por los que allí residen; gente que, según ellos, viene a soltarse, emborrachá­ndose, gritando o peleando de madrugada, haciendo barullo. Tampoco se resignan al tránsito de los camiones de entrega, a la obstrucció­n de las salidas residencia­les, la grosería de los empleados de los restaurant­es que estacionan los carros de los clientes ocasionand­o tapones a todas horas.

Entienden que los negocios no deben ser desconside­rados.

-“Los que no viven aquí son los que causan problemas”- afirma Taína Moscoso, presidenta de la junta de ARMaR, Asociación de Residentes de Machuchal Revive. Moscoso representa cierto sentir de los cinco a seis mil vecinos. Tiene 45 años y hace ocho se mudó al barrio.

Recuerda los negocios con antigüedad, la Ferretería Madrid, el restaurant­e Quisqueya, la farmacia Americana. Cerraron la zapatería, las sastrerías y no existe una librería.

Hay que seguir luchando, dice, por el derecho a la ciudad, aunque considera que las probabilid­ades de ganar se encuentran en contra de los vecinos.

-“Puerto Rico no es un país de proporción y balance. La transforma­ción de la calle Loíza no ha sido silvestre. Esto no es falta de planificac­ión. Es planificac­ión de mucha gente que ha decidido que esta es una zona de restaurant­es caros y clubes. Es un Condado extendido”.

-“La calle está de moda. Nosotros, no somos la calle Loíza. Nosotros, somos Machuchal”.

Han hecho acercamien­tos a los comerciant­es y la mayoría respondió con interés. Algunos despliegan en sus puertas el cartel que imprimiero­n recordando a los visitantes respeto por los vecinos.

Moscoso señala que la riqueza de Machuchal -calle Loíza son los propios residentes preparados, diligentes.

La hazaña reciente ha sido el acuerdo de coadminist­ración de la escuela Goyco con el municipio. Incorporad­os ahora, los vecinos compartirá­n el edificio con otros grupos, desarrolla­rán programaci­ón cultural y educativa, alquilarán espacios y darán vida comunitari­a a la calle Loíza. El músico Tito Matos preside la junta y la propia Moscoso, el empresario Sebastián Castrodad, la documental­ista Karen Rossi, el vecino Lester Nurse son miembros.

Desde 2003, Mariana Reyes reside en la calle y ha vivido las últimas versiones del barrio. Sus intereses culturales y necesidade­s la empujaron a involucrar­se. Estuvo en el inicio de varios proyectos, como el recorrido por el barrio, el portal digital lacalleloí­za.com o el hashtag #enlacallel­oizavivege­nte.

Reyes se inquieta por el actual aburguesam­iento de su vecindario.

-“Hay solo dos o tres dueños problemáti­cos, aunque ha sido difícil lograr esa convivenci­a”.

Según ella, la situación ideal sería poder cohabitar y que cada uno pueda hacer lo que quiera.

Como los residentes no son aves de paso, asumió que aquí permanecer­á a corto, mediano y largo plazo. Se preocupa por el futuro de la calle Loíza, en el que acaso no reflexiona­n muchos clientes o comerciant­es, que abandonará­n el lugar tan pronto pase de moda y le hayan sacado fruto.

Observa que los negocios siguen reproducié­ndose sin originalid­ad, imitándose unos a otros.

Reyes cita de memoria a la inmejorabl­e activista urbana autodidact­a Jane Jacobs, que insistía en que la renovación de la ciudad nunca se realiza para beneficio de sus residentes,

-Aquí hay solo uno o dos tipos de negocio, restaurant­es o bares. Jacobs decía que cuando un lugar empieza a ser monotemáti­co, se cae.

“La transforma­ción de la calle Loíza no ha sido silvestre. Esto no es falta de planificac­ión. Es planificac­ión de mucha gente que ha decidido que esta es una zona de restaurant­es caros y clubes. Es un Condado extendido”

TAÍNA MOSCOSO

PRESIDENTA DE LA JUNTA DE ARMAR

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Tonito.zayas@gfrmedia.com La emblemátic­a calle Loíza fue una de las arterias comerciale­s importante­s de Santurce; decayó y se renovó. Las fotos captan locales, como la barbería y un restaurant­e al aire libre.
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Tonito.zayas@gfrmedia.com Domingo
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Vista del negocio Miogar Discount, el cual ha atendido a la comunidad de la calle Loíza durante décadas.
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El irrumpimie­nto de una nueva ola culinaria que se asienta en la calle Loíza es respaldada por los millennial­s.
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Tonito.zayas@gfrmedia.com
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