Buscapié
Muy poco se ha dicho sobre la agonía de este país simultáneamente puritano e hipersexualizado.
En las familias —primeros centros docentes de la juventud – tapamos oídos y bocas, y censuramos (sin explicar) toda información sobre la sexualidad y la salud reproductiva. Se zafan chistes explícitos, pero jamás un panfleto de Profamilias.
En las escuelas empobrecemos las clases de salud y erradicamos la perspectiva de género. Criamos personas que desconocen sus cuerpos, cómo tratar los de su prójimo, y cómo prevenir y lidiar con las consecuencias indeseadas de sus encuentros. Cuando a las deficiencias y confusiones inmediatas que resultan de esta negligencia añadimos el conocimiento empírico de los efectos nefastos de la presencia humana en nuestro planeta, el revolú se concreta como amenaza. Además de las violaciones e infecciones que permitimos e ignoramos, seguimos pariendo en un mundo sobrepoblado, con menos recursos, habiendo siempre niños necesitados esperando en centros de adopción.
Sin protección ni educación, seguimos preñando a destiempo para luego quejarnos, cuando son esos niños quienes más sufrirán por nuestra irresponsabilidad. Le preguntamos a la mujer por qué no se ha operado, obviando que una vasectomía le sale al varón más conveniente y efectiva. Ordenamos que las hembras se cubran más, pero aprobamos que el macho haga y deshaga sin consentimiento, y ni condones les facilitamos. Los cuerpos de las ellas sufren sin derechos, y ellos gozando a diestra y siniestra.
Quedan los marginados engendrando sin querer y manteniendo sin poder, mientras los privilegiados ni invierten en servicios necesarios para su sociedad, ni adoptan en vez de producir más huellas de carbono. Jamás aprendemos que no es no, y nunca recordamos cuán prohibitiva nos sale la (re)producción.
Dejemos de abultar y herir nuestros cuerpos, y el mundo se nos hará más amplio y placentero.