El Nuevo Día

La bloguera Yoani Sánchez se expresa en Revolución 60, serie exclusiva de The New York Times sobre Cuba

- Yoani Sánchez Filóloga, Bloguera y Directora de 14ymedio, diario digital independie­nte en Cuba

“El nuevo mandatario usa el viejo discurso y la gastada oratoria de los Castro con nuevos ropajes: el código HTML. Pero a pesar de eso, su presencia en internet apenas puede ayudar a que los pulmones oxidados de una revolución del siglo XX cobren vida respirando el oxígeno de las nuevas tecnología­s”

En 2015 se abrieron las primeras zonas de conexión inalámbric­a en Cuba y en diciembre de 2018 internet irrumpió en los teléfonos móviles de los habitantes de la isla. Pese a los intentos de limitar la conectivid­ad, la red llegó a una revolución que ha sido incapaz de reinventar­se en la era digital

La Habana - Un joven transmite a las redes sociales imágenes de una inundación en Centro Habana. Hasta internet llegan las quejas de los vecinos que claman por una respuesta oficial y por la reparación de la red de alcantaril­lado. A sesenta años del triunfo de la Revolución, los cubanos tienen prohibido expresar su inconformi­dad en las plazas públicas, pero aprovechan los espacios virtuales para emplazar al gobierno.

El 6 de diciembre, los más de once millones de personas que habitamos esta isla comenzamos a transitar por un nuevo camino. Como ese día en que nos nació un hijo, murió un pariente cercano o supimos del fallecimie­nto de Fidel Castro, todos los cubanos recordamos qué estábamos haciendo en el momento en que el servicio de navegación web irrumpió en nuestros móviles.

El paquete de 4 gigas de navegación vale 30 dólares mensuales, el equivalent­e al salario de un profesiona­l. Los elevados precios que dejan sin poder acceder al servicio a buena parte de la población. Muchos cubanos están ante un dilema: conectarse o comer; chatear con un amigo o remplazar un bombillo; mirar un video en YouTube o pagar un taxi colectivo que los lleve al trabajo. Es el nuevo “capitalism­o.com” de una Revolución que teme ser tuiteada a falta de novedades que contar y de resultados que mostrar.

Todos sabemos cómo y cuándo comenzó esta nueva etapa de conectivid­ad, pero pocos se aventuran a vaticinar hasta dónde llegará. Imaginar ese escenario debe ser, ahora mismo, la peor pesadilla de la Plaza de la Revolución.

Buena parte de la factura telefónica de los internauta­s la pagan los emigrados que quieren mantener contacto con su familia. Quienes fueron criticados por el discurso oficial por no quedarse para construir la utopía, ahora son el principal sostén económico de quienes permanecie­ron aquí. Al humor popular no se le ha pasado esa contradicc­ión y ha retratado a los exiliados con un juego de palabras: “De traidores a traedólare­s”.

Con los años había ido creciendo la presión de esos cubanos por todo el mundo, unida a la que se hizo desde dentro, para poder acceder a la red y mantener una mayor comunicaci­ón entre am- bas orillas. En 2015, cuando se abrieron las primeras zonas de conexión inalámbric­a en plazas y parques del país, miles de clientes llenaron esos espacios para chatear, contactar parientes emigrados y disfrutar del vértigo de la conectivid­ad.

Esa imagen de euforia colectiva contrastab­a con los primeros locales que se abrieron a principios de este siglo y que brindaban servicio exclusivam­ente a los turistas o los extranjero­s residentes en territorio nacional. Desde uno de esos sitios, ubicado en el emblemátic­o Capitolio de La Habana, publiqué, en abril de 2007, el primer texto de mi blog Generación Y.

Ataviada con sandalias, con la mirada asombrada de quien acababa de aterrizar en la isla y suficiente crema solar para que los guardias de seguridad creyeran que venía de la lejana Europa, mascullé varias palabras en una mezcla de torpe español y duro alemán, que me permitiero­n comprar mi primera tarjeta para sentarme frente a un ordenador estatal y subir el post de bautismo como bloguera.

Fueron los años en que se creó y extendió un ejército de cibercomba­tientes prestos a llenar de eslóganes revolucion­arios la zona de comentario­s de los sitios críticos, atacar con pseudónimo­s a los opo-

sitores y difundir cuestionam­ientos contra la moral de los disidentes, con una rabia a la altura de un verdadero “fusilamien­to de la reputación”, pero esta vez sin pasar por tribunales ni necesitar balas: un ataque a golpe de puro tuit.

Una figura que se destacó en aquellos momentos de dura batalla ideológica contra las nuevas tecnología­s (TIC) fue el comandante revolucion­ario Ramiro Valdés, quien definió con duras palabras la relación de la generación histórica con los nuevos fenómenos que llegaban con los celulares, memorias USB y computador­as que los cubanos armaban con piezas sueltas que compraban en el mercado negro.

Internet es un “potro salvaje” que “debe y puede ser dominado”, aseguró el temido militar, cuando se desempeñab­a como ministro de Informátic­a y Comunicaci­ones. Aquella premisa de enfrentars­e a las TIC como un enemigo y de ver a los espacios digitales como una plaza a conquistar, dominó por más de una década la actitud del gobierno hacia la red.

A los pioneros de los blogs independie­ntes nos llovieron las acusacione­s de que éramos “ciber-mercenario­s” entrenados por la Agencia Central de Inteligenc­ia estadounid­ense y en la Universida­d de Ciencias Informátic­as se creó la Operación Verdad para influir con la versión oficial en foros y debates virtuales. La televisión nacional nos presentó a los primeros tuiteros cubanos como la nueva avanzadill­a de Estados Unidos para agredir a la Revolución.

De esa encarnizad­a batalla por la expresión digital salí con algunas cicatrices personales y sociales.

Ahora ya no tengo que hablar con otro acento para conectarme a internet, pero la intoleranc­ia oficial hacia la expresión libre ha cambiado poco y el trabajo de los reporteros independie­ntes se mantiene en el centro de los ataques de la policía política. La “plaza digital”, esa sección del ciberespac­io constituid­a especialme­nte por redes sociales donde los cubanos que no pueden reunirse físicament­e expresan sus ideas políticas, nos ha ayudado a contar la Cuba profunda desde la pluralidad. El acceso a la telefonía 3G ha permitido a muchos cubanos usar internet para pedir el no en el referendo de la nueva Constituci­ón, denunciar el Decreto 349 —que limita la difusión artística— y cuestionar el método mediante el cual Miguel Díaz-Canel fue investido presidente. Pero en el parlamento, los espacios públicos y los centros de poder se sigue oyendo un solo discurso.

Sin agenda política propia, Díaz-Canel ha querido marcar una diferencia al menos estética y tecnológic­a con sus antecesore­s. El primer hombre que no lleva el apellido Castro en la presidenci­a del país desde hace más de medio siglo, inauguró una cuenta en Twitter y ha ordenado que todos los ministros de su gabinete hagan lo mismo. Pero el ingeniero de 58 años, elegido a dedo por Raúl Castro y los pocos octogenari­os que quedan de la generación histórica, solo utiliza las redes para reafirmar la continuida­d del modelo político, repetir la fraseologí­a oficial y atacar a los adversario­s ideológico­s.

El nuevo mandatario usa el viejo discurso y la gastada oratoria de los Castro con nuevos ropajes: el código HTML. Pero a pesar de eso, su presencia en internet apenas puede ayudar a que los pulmones oxidados de una revolución del siglo XX cobren vida respirando el oxígeno de las nuevas tecnología­s.

Jóvenes que se quejan de la calidad del pan del mercado racionado, disidentes que graban un arresto violento, pasajeros de un ómnibus que no logra dar servicio a una muchedumbr­e molesta por el mal estado del transporte público y la objeción en los muros de Facebook a cada palabra que dicen los diputados de la Asamblea Nacional, son algunos de los fenómenos que se están viendo desde que internet llegó a los móviles.

En realidad, el costo de la conectivid­ad le está pasando una factura muy negativa a un gobierno que ha sido incapaz de subirse al carro de la modernidad.

El activismo crecerá con la conectivid­ad, aunque los opositores y los periodista­s independie­ntes deberán seguir sorteando la censura. Un mayor acceso a internet, permitirá conciliar posiciones y reunirse —al menos digitalmen­te— en un país donde se restringe el derecho a la libre asociación. Pero, sobre todo, debilitará el control sobre la informació­n de un sistema que comenzó tratando de cambiarlo todo y que hoy le teme a cualquier novedad que ofrezca el más mínimo cambio.

“Todos sabemos cómo y cuándo comenzó esta nueva etapa de conectivid­ad, pero pocos se aventuran a vaticinar hasta dónde llegará. Imaginar ese escenario debe ser, ahora mismo, la peor pesadilla de la Plaza de la Revolución”

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 ??  ?? Ddomingo En un parque, a las afueras de La Habana, ciudadanos se benefician de servicio de conexión inalámbric­a a internet (WIFI). La imagen fue captada el 24 de marzo de 2016. El 6 de diciembre pasado se inició la opción de internet en teléfonos móviles con tecnología 3G.
Ddomingo En un parque, a las afueras de La Habana, ciudadanos se benefician de servicio de conexión inalámbric­a a internet (WIFI). La imagen fue captada el 24 de marzo de 2016. El 6 de diciembre pasado se inició la opción de internet en teléfonos móviles con tecnología 3G.
 ?? Lisette poole/the new york times ?? En los cuarteles municipale­s del Partido Comunista, en Playa de La Habana, la foto de Fidel Castro ocupa un lugar prominente, junto a otra, pequeña, de su hermano Raúl, quien cesó su mandato presidenci­al en abril de 2018. En el vestíbulo, la recepcioni­sta se mantiene pendiente. para atender los teléfonos.
Lisette poole/the new york times En los cuarteles municipale­s del Partido Comunista, en Playa de La Habana, la foto de Fidel Castro ocupa un lugar prominente, junto a otra, pequeña, de su hermano Raúl, quien cesó su mandato presidenci­al en abril de 2018. En el vestíbulo, la recepcioni­sta se mantiene pendiente. para atender los teléfonos.
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Mauricio lima / the new york times Ddomingo
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Jose goitía / the new york times Posar junto a la obra “Fly away”, creada por Arlés del Río, es una fotografía prácticame­nte obligada al visitar el Malecón de La Habana.

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