Luis Alberto Ferré Rangel: Capital social
El forcejeo partidista que mantiene cerrado parte del gobierno federal hace más de un mes y la incertidumbre que ha creado en Puerto Rico sobre el futuro de millones de fondos federales, permiten mirarnos de frente para decidir hacia dónde queremos movernos como sociedad.
Estos dos retos se traducen en una pregunta clave para la isla, ahora que nos toca reconstruir: ¿Cómo aspiramos a posicionarnos frente al mundo?
Las respuestas están en cada uno de nosotros. Y están por encima de las preferencias de status.
En la situación que vive Estados Unidos hoy, asoma la sombra de una ideología que ha hecho estragos en el mundo, por cuenta de regímenes populistas, lo mismo de derecha que de izquierda. Germina en un paradigma de separación que inculca miedo y prejuicio. Es la visión que asume al “otro” como amenaza.
Esa misma tendencia que abraza el individualismo como tabla de salvación mantiene sin cobrar a miles de empleados federales en la exigencia de que se amplíe un muro, representativo de barreras mentales y culturales. En ambos casos, detrás está un falso sentido de superioridad con que se pretende justificar el dominio de unos mientras se deshumaniza para descartar a otros.
Esto nos lleva al primer reto: ¿Queremos seguir empantanados en trincheras que desconectan, imponen y retrasan, o aspiramos a procurar acuerdos mínimos que nos permitan progresar como sociedad, con justicia y equidad?
Después del temporal pasado, gente que no se conocía trabajó mano a mano para abrirles camino al país y a la vida. Se compartían historias y esperanzas en las filas de espera por agua o gasolina sin que importaran partidos ni preferencias de ningún tipo. Sentimos, juntos, dolor, cansancio, y celebramos cuando llegaba la luz a un sector porque reducía la angustia colectiva.
Y miles trabajaron como voluntarios donde hiciera falta. La autogestión comunitaria salvó vidas. Vimos lo que somos capaces de lograr cuando se juntan los múltiples talentos que habitan en nuestro suelo.
Entonces, el segundo reto lleva a preguntar: ¿Vamos a pasar las próximas décadas cómodos con que Estados Unidos mantenga a la isla en respirador artificial, con un dedo en el botón de desconexión? ¿O ponemos capacidades y voluntad para emprender, producir y tender lazos que trasciendan nuestra condición política?
Aprendamos de nuestros jóvenes, de los que se dedican al agroturismo, al desarrollo de inteligencia artificial, de los que crean sus propias empresas, de los que apadrinan a otros jóvenes, de los que usan su música y su arte para sanar enfermedades, de los que diseñan nuevas tecnologías para reciclar y de aquellos que invierten sus pocos ahorros en los sueños de otro joven que busca romper con las cadenas del pesimismo y del conformismo impuestas por una sociedad que solo mira hacia fuera cuando necesita ayuda.
El fin de semana pasado, medio millón de personas cantó, bailó y rió con amigos y desconocidos en el Viejo San Juan, sin permitir que distinciones de colores o preferencias impidieran pasarla bien. Mostraron una de nuestras mejores caras. Ese mismo fin de semana, este diario daba a conocer otro rostro de nuestra sociedad: el drama que enfrentan muchos viejos, abandonados a su suerte en un país donde los abuelos eran venerados.
Vivimos en un país de contradicciones, como muchos en el mundo, en plena involución y evolución. Un país que celebra su cultura y su identidad nacional, es un país que rompe con todo aquello que atenta contra su dignidad. Y tenemos todo el capital social necesario para colocarla en el mismísimo centro de nuestro desarrollo económico y humano.