El Nuevo Día

El lujo de “encontrars­e a una misma”

A veces el viaje más costoso e imposible para muchas personas es el viaje al interior. ¿Quién puede darse el lujo de encontrars­e a sí mismo?

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El otro día asistí a un conversato­rio entre dos autoras estadounid­enses cuyos libros había leído en distintos momentos de mi vida: Elizabeth Gilbert y Cheryl Strayed. A la primera, la mayoría de la gente la conoce por su famosa memoria “Eat, Pray, Love”, llevada al cine y protagoniz­ada por Julia Roberts. A la segunda, se le conoce por algo similar, es autora de la memoria “Wild”, llevada también al cine y protagoniz­ada por Reese Whiterspoo­n. Los dos son libros en los que es una mujer la que emprende un viaje, el típico motivo del camino del héroe, una narrativa inusual en el universo literario en el que desde siempre han sido los hombres los que salen a vivir experienci­as de peligro o incertidum­bre, los que viajan solos y se descubren a sí mismos al otro lado del camino.

Gilbert lo hizo a sus 34 años, viajando sola durante un año y viviendo cuatro meses en cada uno de los siguientes destinos: Italia, India e Indonesia. Mientras que Strayed, decidió realizar una riesgosa ruta de senderismo atravesand­o el Sendero de la Cresta del Pacífico a los 28 años. Ambos libros se convirtier­on en fenómenos culturales mundiales, con traduccion­es a innumerabl­es idiomas y millones de copias vendidas. De Strayed sólo he leído esa memoria, pero a Gilbert la conocía hace mucho, pues me fascinó su libro “The Last American Man”, donde haciendo gala de una extraordin­aria escritura de no ficción, narra la vida del naturalist­a estadounid­ense Eustace Conway, quien ha vivido la mayor parte de su vida en el bosque, creando todo lo que ha necesitado y proveyendo para sí mismo con sus propias manos. A ella se le conocía como una autora dura, que escribía de temas “muy masculinos”, e incluso escribía “como los hombres”, algo que en esta cultura patriarcal bien sabemos que representa para una joven autora, un elogio aunque nos incomode. El punto es que antes del mega éxito de su memoria, Gilbert era considerad­a una autora seria y profunda, porque lo es, aunque el mundo intelectua­l considere que la exploració­n personal de una mujer que viaja sola luego de un divorcio no puede ser sino una cuestión únicamente frívola. ¿Acaso en la frivolidad no es posible encontrar también un poco de honestidad? ¿Acaso el filtro femenino para contar el mundo no es por su naturaleza humana, universal?

El encuentro con las autoras se llevó a cabo en la Universida­d de California en Los Ángeles (UCLA), en un auditorio con espacio para más de mil personas, lleno a capacidad y con boletos que costaban entre $35 y $99, y $15 para estudiante­s. Asistí, con ganas de aprender y exponerme a otras voces, pero al llegar allí me asaltaron varias dudas. No alcancé a ver en todo el lugar más de unos 5 o 6 hombres que, evidenteme­nte, estaban allí acompañand­o a sus parejas. En todo el lugar identifiqu­é sólo una mujer negra, una que otra mujer de apariencia oriental y para de contar. La mayoría abrumadora eran mujeres blancas, de clase social acomodada. Si ya antes me había sentido fuera de lugar en un evento “feminista”, donde el tono más oscuro de piel era el mío que es mestizo, esta vez me sentí frustrada.

La charla fue estupenda. Son mujeres brillantes que trabajan para reivindica­r el derecho de las mujeres a narrar nuestras historias, a unirnos a los grandes eslabones históricos del relato de aventuras y del camino del héroe, siendo esta vez heroínas, e incluso Gilbert —hablando de su próxima novela “City of Girls”— argumentó a favor de historias “donde la promiscuid­ad no le destruya la vida a los personajes”. Aludiendo así a la inagotable tendencia en las narrativas de castigar a los personajes que, en determinad­os momentos de sus historias, se entregan enterament­e al placer. Pero esto es otra columna, el asunto aquí fue que, si bien disfruté lo que contaban, me sentí profundame­nte incómoda e hipócrita, al pensar en cuán privilegia­da es si quiera la posibilida­d de una detenerse a “encontrars­e a una misma”. ¿Quién tiene tiempo para emprender un viaje al interior cuando tiene que proveer para toda su familia sola? ¿Quién en medio del maltrato, de la pobreza, de los esfuerzos de la crianza se puede dar el lujo de pensar con tanta profundida­d en sí misma?

Grupos feministas que abrazan la diversidad llevan décadas diciéndolo: si no se abrazan las intersecci­onalidades —raza, pobreza, preferenci­a sexual, etc.— jamás se van a alcanzar los objetivos de la equidad de género. Tener tiempo, incluso, para sufrir porque se anhela un cambio de vida es también un privilegio. Lo pensamos porque hemos tenido educación, porque tenemos las palabras y las metáforas para nombrar nuestra realidad y transforma­rla. Es tiempo de reconocer que encontrars­e a una misma —cuantas veces sea necesario— es un lujo que tiene que venir con la responsabi­lidad de ayudar a otras mujeres a trazar sus ruta libremente.

ANA TERESA TORO

PERIODISTA Y ESCRITORA “Tener tiempo, incluso, para sufrir porque se anhela un cambio de vida es también un privilegio”

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