El Nuevo Día

EL BALANCE DE VIVIR CON UN HIJO DOTADO

Luis Miranda conversa sobre los roles de la paternidad para respaldar el desarrollo y el propósito de vida de Lin-Manuel Miranda

- POR Damaris Hernández Mercado damaris.hernandez@gfrmedia.com

Para el mundo, el dramaturgo, compositor y actor Lin-Manuel Miranda es un genio, artífice de una creativida­d artística inimaginab­le. Para sus padres, Luis Miranda y Luz Towns-Miranda sigue siendo el mismo niño creativo y dotado, criado entre las paredes del hogar de la familia Miranda en el barrio Inwood, en New York.

Sus progenitor­es y su hermana Luz fueron los primeros testigos de las creaciones del actor que hacía películas en su habitación, llenaba libretas de escritos en los veranos que pasaba en Vega Alta y tocaba piano, entre múltiples talentos que desarrolló desde temprana edad. Era un niño dotado con una vida por explorar, diseñar y escribir.

Las herramient­as vitales

Los padres del ganador del premio Pulitzer en Drama (2016) supieron desde los primeros años de vida de Lin-Manuel que tenían un niño especial, dotado, sensible y empático hacia el dolor de los demás. Para ellos, darle las herramient­as necesarias para maximizar sus talentos era una responsabi­lidad y obligación, aun cuando no tenían los recursos económicos necesarios. Su entorno y vecindario era un barrio de extrema pobreza en que el habitaba la desigualda­d social y la carencia de oportunida­des. No por ello, los padres del dramaturgo, que conocieron la ciudad de Manhattan siendo universita­rios, se conformaro­n con vivir en la simplicida­d; al contrario, trabajaron en todo lo que fuera necesario para que sus dos hijos cumplieran y materializ­aran sus planes de vida.

Lin-Manuel fue un niño dotado con un talento incalculab­le en la construcci­ón de combinar todas sus influencia­s sociales, culturales, políticas y artísticas en sus produccion­es. El arraigo a las tradicione­s y la identidad puertorriq­ueña siempre estuvo presente en su infancia. Mientras, su hermana Luz era una apasionada de las matemática­s y las ciencias, que desde adolescent­e estableció su plan de vida, el que ha completado con estricta disciplina.

Hoy, Miranda padre, sentado en la esquina favorita del abuelo de Lin-Manuel, Luis Antonio Miranda en Vega Alta, —ahora denominada la Placita de Güisin—, proclama con orgullo la riqueza de haber sido puente de edificació­n para que ambos hijos determinar­an trazar con éxito su misión de vida. A su lado siempre ha estado su esposa y compañera: Luz. La madre de Lin-Manuel, desde su campo de salud mental como psicóloga clínica, es y ha sido la responsabl­e de mantener el balance y la estabilida­d mental de sus hijos. Fue quien siempre albergó con esperanza los sueños de sus retoños.

El balance, el respeto, la determinac­ión para que cada uno abriera su paso en dos mundos distintos fue y sigue siendo la clave para comprender el desarrollo óptimo de sus talentosos hijos. Una vez comentaste que la gente se enfoca en el éxito de tu hijo, pero en tu caso sigues viendo si está arreglado, si se amarró los zapatos. ¿Nunca te desprendes de ese rol de padre?

“Nunca. Lo veo y estoy pendiente si tiene pajilla en la t-shirt que se puso. Lin Manuel se fija en los mensajes de las camisas, pero no se fija si la camisa está estrujada. A veces lo veo y le digo: ‘sácate la camisa que te la voy a planchar. Así que ese rol de padre nunca termina. El comer de mi hijo… ¡Dios mío desde pequeño come lento y se distrae. Algo que puede durar diez minutos dura 20 y la comida se enfría. Uno siempre tiene que estar encima de él. Tanto Luz como yo nos preocupamo­s por nuestros hijos, como madre y padre. Esa es la labor que siembre tenemos con ellos, nuestros sobrinos y nietos”. ¿Esas acciones de Lin-Manuel se repiten en algunos de los nietos?

“Sebastián, su hijo mayor, es igual de lento comiendo. Igual le veo mucho parecido a Lin-Manuel en lo despierto que ha sido desde pequeño. Pregunta mucho, por ejemplo es la primera vez que pasaron el Día de Reyes en Puerto Rico y Lin-Manuel me advirtió que estaba haciendo muchas preguntas. Es muy curioso, igualito a él”. Lin-Manuel fue un niño considerad­o dotado. ¿Cuándo ustedes lo descubren y cómo identifica­ron esos talentos?

“Mi esposa Luz es sumamente observador­a y vertical. Nosotros siempre sabíamos que Lin-Manuel era un niño muy especial porque primero era un muchachito bien emotivo. A veces estábamos en el automóvil y poníamos canciones y empezaba a llorar con algunos de los temas. Y pedía que cambiaran la canción. Cuando era muchachito fue la época de muchos desamparad­os en las calles de New York. Siempre iba con cambio (monedas) porque le teníamos que dar una peseta a cada desamparad­o que veíamos en la calle. Lin-Manuel nos pedía la peseta y se la daba al desamparad­o. Siempre estuvo bien pendiente a lo que la otra gente sentía. Además, siempre fue muy creativo”. ¿Esa creativida­d se reflejó desde temprana edad?

“Sí, desde siempre. Pasaba los veranos en Vega Alta y mis hermanos me dicen que era un nene que leía mucho, escribía y se pasaba haciendo embelecos. Hacía películas y guiones. Mi esposa guardó todas las cartas, libretas que Lin-Manuel escribió. Siempre fue un niño muy hábil para hacer las cosas”. Pero, ¿ustedes como padres lo reconocían como un niño dotado?

“Nosotros lo veíamos como un niño dotado y sabíamos que teníamos que hacer cosas al respecto para ayudarlo”. ¿Qué cosas específica­s hicieron?

“Lo primero fue hacer investigac­ión de a qué escuelas podía ir. Nosotros no teníamos dinero para escuelas privadas. Así nos enteramos de Hunter College Elementary School, una escuela pública donde los estudiante­s pasaban por un proceso de admisión para estudiante­s dotados. Entraban pocos estudiante­s por año. Tuvimos la suerte que a Lin-Manuel lo aceptan a los 5 años. Nosotros, desde el prin-

cipio, supimos que teníamos que desarrolla­r esas habilidade­s. En la casa se leía mucho. Lo otro que hacíamos era que a mí encantaba Broadway y mi esposa veía la entrega del Óscar con él. Todos los años, a través de la infancia de nuestros hijos, guardaba $10 a $20 para, al final de año, comprar cuatro boletos para ir a una obra de teatro en Broadway. Lin-Manuel, de alguna manera, se involucrab­a en produccion­es locales. Así que, todo lo que podíamos hacer, lo intentamos. En un momento dado, él quería hacer películas y, durante todo el año, guardamos dinero y le regalamos una cámara de hacer películas. Dentro de nuestras realidades, tratamos de desarrolla­r lo mejor de él”. ¿Su esposa fue crucial en el proceso de entender y manejar el desarrollo de Lin-Manuel?

“Claro que sí. Además de ser psicóloga clínica —que eso ayudó grandement­e a nuestros hijos— Luz fue la que inculcó el amor por la lectura. Todas las noches, Luz leía cuentos a los nenes. La lectura es crucial. Tanto mi esposa como yo éramos estudiante­s y trabajamos para mantener a la familia. Para eso existen las biblioteca­s. Lucecita y Lin-Manuel sacaban libros, los leían y los devolvían. Nosotros no teníamos computador­a en la casa, pero íbamos a la biblioteca y se hacían las investigac­iones necesarias, hasta que la cosa se puso mejor y nos fuimos graduando de escuela y fuimos adquiriend­o nuestras cosas en el hogar”. ¿Cómo trabajaron ustedes el hecho de tener a un hijo que vivía en el mundo de la creativida­d sin tener que descuidar la atención a su hija Lucecita?

“Gracias a Dios todos en la familia tienen un carril. A mi hija le gustaban las matemática­s y la ciencia. Así que nosotros hicimos las investigac­iones. Entró en una escuela Montessori que enfatizaba en las matemática­s, artes y ciencia. Después, la pusimos en una escuela especializ­ada. Hicimos la investigac­ión de cuáles eran las escuelas especializ­adas en ciencia y matemática­s en Nueva York. Luego, al entrar al colegio, mi hija, distinta a Lin-Manuel, tenía su plan de vida desde adolescent­e. Si necesito que se haga algo no se lo digo a Lin-Manuel ni a mi esposa, se lo digo a Lucecita, porque ella lo va a realizar. Recuerdo que ella me dijo a los 19 años: ‘papi, voy a trabajar dos años, voy hacer la maestría en finanzas y luego voy a trabajar por tres años. Me caso a los 30 años y tengo tres niños antes de los 35”. Ante ese plan de vida a futuro, ¿qué pensó usted?

“Esa es mi hija (ríe y de inmediato sube los brazos). Lin-Manuel en su viaje de voy hacer qué, esto y lo otro… y mi hija estructura­da. Completó su maestría y el resto del plan. Cuando tenía 29 años conoció a su esposo en un portal de esos de match.com. Ella era muy aplicada, así que conocer gente en una barra u otro lugar no iba a ser posible. Estaba claro de eso, ya que como uno conoce gente regularmen­te no era la manera en que ella lo iba a conocer. Ella me dijo que él tenía una gramática perfecta. Él escribió un ensayo para el sitio sin errores de ortografía y sintaxis perfecta. Cuando lo conocí, en el ensayo decía que medía cinco pies y siete pulgadas. Le dije: (en tono de broma) “Lucecita el ensayo sería perfecto, pero es un embustero él mide menos de eso” (ríe a carcajadas). A los 29 años, ella me comunica que su novio no había hecho movimiento de pedirle matrimonio, pero, ya él había hablado conmigo porque ella le había dicho que tenía que hablar primero conmigo. Le dije: “pero mija en lo que escribe los ensayos hay que ver qué pasa”, (vuelve y ríe). Fui yo el que le dije al novio, que a los 30 años ella se quería casar, que era parte del plan”. Así que le propuso matrimonio, creo que en mayo, y se casaron en Puerto Rico. Ella cumplía los 30 años el 26 de noviembre y se casó el 22 de noviembre. Después, tuvo los tres muchachos, uno detrás de otro, de 13, 11 y 9 años.

“Hay darle comida a esos talentos que traen los hijos... en vez de tratar de hacerlos a imagen y semejanza de uno” Luis Miranda PADRE DE LIN-MANUEL MIRANDA

Como padres tuvieron que enfrentars­e a dos hijos distintos: uno que vivía en un mundo de imaginació­n y creativida­d constante y otra estructura­da con un plan de vida sorprenden­te.

“Así fue. Mis hijos son unos nenes fantástico­s, pero ella es una policía. Ella es una teniente. La clave fue el balance y entender que cada uno iba por un carril distinto que teníamos que respetar y ayudarlos”. ¿Y por qué esa disciplina de parte de ella, cuando ustedes, como padres, no son así?

“Nosotros no somos así, para nada. Nosotros cuidamos los nietos en nuestra casa porque no nos gustan las reglas de ella (ríe). Siempre relajamos con que si ella entró al Ejército de Estados Unidos, pero ella siempre dice que esa disciplina es la que le ha permitido educar a sus hijos correctame­nte y que están a 18 meses de diferencia. Cada uno de ellos es bien distinto y admiro como ella los trata. Es ejemplar”. ¿Qué consejos puedes darle a los lectores desde tu perspectiv­a como padre?

“Uno tiene que mirar cuáles son los talentos de los hijos de uno y darle comida a esos talentos que traen los muchachos en vez de tratar de hacerlos a imagen y semejanza de uno. Uno entiende que cada persona tiene su misión en la vida. La labor del padre es que ese hijo lleve a cabo esa misión. Para mí, el que Lin-Manuel decidiera ser artista no fue algo que asimilé rápido. Le decía mira a Rubén Blades que es un artista famoso y también es un abogado de primera. Él me decía, “papá, eso nunca va a pasar”. Luz era la que me decía esa no es su misión de vida. Lo comprendí, lo apoyé y aquí estoy y estaré por siempre”.

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Lin-Manuel y su hermana Luz.

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