El Nuevo Día

Los riesgos económicos del cambio climático

- Por NEIL IRWIN

A estas alturas, ya resulta claro que el cambio climático presenta riesgos ambientale­s más allá de cualquier cosa que se haya visto en la era moderna. Sin embargo, apenas empezamos a captar los potenciale­s efectos económicos.

Mediante el uso de modelos cada vez más sofisticad­os, los investigad­ores están calculando cómo es probable que se desenvuelv­a cada décima de un grado de calentamie­nto global en términos económicos. Sus proyeccion­es llevan mucha incertidum­bre, debido a los caprichos del comportami­ento humano y a las interrogan­tes que prevalecen sobre cuán rápido responderá el planeta a la acumulació­n de gases de efecto invernader­o.

Un reporte del Gobierno de Estados Unidos, en noviembre, planteó la perspectiv­a de que un planeta más caliente podría significar un gran golpe al Producto Interno Bruto en las próximas décadas.

Por lo tanto, muchas de las preguntas económicas fundamenta­les de las décadas por venir serán, en esencia, preguntas sobre el clima. Estas son algunas de las principale­s.

¿Qué tan permanente­s serán los costos?

Cuando pensamos en el daño económico a causa de un planeta más caliente, es importante recordar que no todos los costos son equivalent­es. Hay una gran diferencia entre los costos que son altos, pero manejables, comparados con aquellos que podrían conllevar eventos catastrófi­cos como la escasez de alimentos y las crisis de refugiados en masa.

Considere tres posibles formas en que el cambio climático podría imponer un costo económico:

■ Una región agrícola otrora fértil experiment­a temperatur­as más altas y sequía, ocasionand­o una disminució­n de sus cosechas.

■ Una carretera destruida por una inundación provocada por el aumento en los niveles del mar y huracanes más frecuentes debe ser reconstrui­da.

■ Una compañía de electricid­ad gasta cientos de millones de dólares en construir una red eléctrica más eficiente porque la anterior no podía resistir el clima extremo.

La disminució­n de la cosecha en la tierra de cultivo es una pérdida permanente de la capacidad productiva de la economía. Es peor que lo que sucede en una crisis económica típica. Por lo general, cuando las fábricas paran durante una recesión, hay una expectativ­a razonable de que empezarán a operar de nuevo una vez que la economía vuelva a estar sana.

La reconstruc­ción de la carretera podría ser cara, pero al menos ese dinero pagará a personas y empresas para que hagan su trabajo. El costo para la sociedad en general es que los recursos que se destinan a la reconstruc­ción no están disponible­s para algo más que pudiera ser más valioso. Ese es un revés, pero no es una reducción permanente en el potencial económico, como la tierra menos fértil. Y en una recesión, podría ser incluso un positivo neto, bajo la misma lógica que el estímulo fiscal puede ser benéfico en un bache económico.

Por el contrario, nuevas inversione­s en la red eléctrica podrían producir beneficios a largo plazo en eficiencia energética y mayor confiabili­dad.

Hay cierto paralelo con el gasto militar. En los 50 y 60, durante la Guerra Fría, EE.UU. gastaba más del 10 por ciento del PIB en defensa nacional (hoy es menos del 4 por ciento).

La mayoría de ese gasto redujo otras formas de actividad económica; no se hacían muchas casas, autos ni lavadoras porque los recursos se destinaban, en cambio, a la fabricació­n de tanques, bombas y aviones de combate. Pero parte de ese gasto también creó beneficios a largo plazo para la sociedad, como las innovacion­es que dieron lugar a la internet y a viajes confiables en aviones comerciale­s.

Es probable que ciertos tipos de esfuerzos para reducir las emisiones de carbono o adaptarse a los impactos del clima generen beneficios similares, dice Nicholas Stern, presidente del Instituto de Investigac­ión Grantham sobre el Cambio Climático y el Medio Ambiente en la London School of Economics.

“No se podrían proporcion­ar defensas marítimas a gran escala sin una inversión muy fuerte, pero no es inversión del tipo que uno obtiene de las cosas que generan progreso tecnológic­o”, dijo. “Las adaptacion­es defensivas no conllevan nada como el dinamismo que proviene de diferentes formas de hacer las cosas”.

Hay terreno más fértil en áreas como transporte e infraestru­ctura, dijo. Los autos eléctricos significar­ían menos contaminac­ión del aire en las ciudades, por ejemplo.

¿Cómo podría el cambio climático propiciar la desigualda­d?

Cuando un reporte del Gobierno plantea la posibilida­d de un golpe del 10 por ciento al PIB como resultado de un clima cada vez más caliente, puede ser fácil imaginar que los ingresos de todos se vean reducidos en una décima parte.

En realidad, es probable que haya una enorme discrepanc­ia en el impacto económico, dependiend­o de dónde vive la gente y qué tipo de empleos tiene.

Las zonas bajas propensas a inundacion­es corren un riesgo particular­mente alto de volverse inhabitabl­es, o al menos no asegurable­s. Ciertas industrias en ciertos lugares se verán fuertement­e golpeadas o dejarán de existir; muchas laderas de esquí resultarán demasiado cálidas para la nieve regular, y el mapa de la agricultur­a global cambiará.

La adaptación probableme­nte será más fácil para los ricos que para los pobres. Aquellos que puedan darse el lujo de mudarse a un área con impactos más favorables a causa del clima más caliente presuntame­nte lo harán.

“Ver las cosas en términos del PIB no captura realmente lo que esto significa para la vida de la gente”, dijo William Nordhaus, economista de la Universida­d de Yale que fue pionero de los modelos en los que se basa la moderna economía del clima y que ganó un Premio Nobel por ese trabajo. “Si solo se analiza un promedio de todas las cosas que experiment­amos, algunas del mercado y otras que no son del mercado, no es suficiente. El impacto va a ser sumamente diverso”.

¿Podemos adaptarnos a un clima más caliente?

A pesar de todos estos riesgos, es importante recordar que la humanidad tiende a ser notablemen­te adaptable. Hace un siglo, la mayoría de la gente vivía sin auto, refrigerad­or o la posibilida­d de viajar en avión. Un par de décadas antes de eso, casi nadie tenía agua corriente en casa.

Los cambios en cómo vive la gente, y la tecnología que usa, podrían mitigar el impacto del cambio climático y también asegurar que los costos tienen menos que ver con una pérdida económica pura y más que ver con reprograma­r la manera en que funciona la civilizaci­ón.

Pero un riesgo es que el cambio suceda demasiado rápido. La adaptación que pudiera ser manejable en el curso de una generación podría ser imposible —y causar sufrimient­o o muertes a nivel masivo— si sucede en unos cuantos años.

Imagine que los cultivos de importante­s alimentos básicos sean eliminados durante varios años consecutiv­os por una sequía u otro fenómeno climático extremo. O que una ciudad costera grande desaparezc­a con una sola tormenta extrema.

“Ya sean empleos, patrones de consumo o patrones residencia­les, si las cosas cambian tan rápido que no podamos adaptarnos a ellas, eso será muy costoso”, dijo Nordhaus. “Sabemos que podemos adaptarnos a los cambios lentos. Los cambios rápidos son los que serían los más perjudicia­les y dolorosos”.

Resulta claro que es probable que el cambio climático y su efecto dominó sean un desafío decisivo de la economía del siglo 21.

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NOAH BERGER/ASSOCIATED PRESS El cambio climático retará a la economía del siglo 21. Incendios devastaron Paradise, California, el año pasado.

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