Polleros gozan auge por políticas.
REYNOSA, México — Mientras los traficantes de personas acechan las paradas de autobuses, los refugios para migrantes y las calles serpenteantes de esta ciudad fronteriza, no tienen problemas para hacerse de clientes como Julián Escobar Moreno.
El migrante hondureño llegó a Reynosa, México, con la intención de solicitar asilo en Estados Unidos. Sin embargo, las nuevas políticas migratorias del otro lado de la frontera lo forzaron a recurrir a los carteles locales de tráfico de personas, cuyo negocio está en auge.
“No quiero cruzar de manera ilegal, pero en realidad no tengo otra opción”, dijo Moreno, de 37 años.
La Administración Trump ha adoptado una variedad de estrategias en los últimos dos años para disuadir a los migrantes. Su esfuerzo más reciente es una política que admite solo unos cuantos solicitantes de asilo al día, cuando mucho, en los cruces fronterizos. Ahora hay migrantes esperando semanas y meses del lado mexicano de la frontera antes de poder presentar sus solicitudes.
Los retrasos están impulsando a muchos migrantes a considerar una opción más veloz: contratar a un traficante de personas, a un costo cada vez mayor, para entrar a Estados Unidos.
“Lo que hemos visto es que nadie está logrando cruzar la frontera”, comentó Héctor Silva, director de un centro que provee servicios a los migrantes ubicado cerca de la ribera del río Bravo, que separa a Reynosa de McAllen, Texas. “Esto obliga a las familias, en medio de su desesperación, a hacerlo de forma ilegal”.
Elegir entre soportar una larga espera o acelerar el ingreso a Estados Unidos de manera ilegal es algo que se ve no solo en Reynosa —donde el sonido de disparos se ha convertido en la banda sonora de la ciudad— sino a lo largo de toda la frontera hasta Tijuana, donde se gesta una crisis mientras miles de centroamericanos aguardan para cruzar.
El precio que los traficantes pueden exigir está aumentando junto con la demanda por sus servicios, según migrantes y funcionarios locales. Es fácil encontrar traficantes de personas en Reynosa; las calles están llenas de intermediarios de los carteles, quienes ofrecen abiertamente sus servicios.
Los peligros de los cruces ilegales no bastan para disuadir a los migrantes. El cálculo se basa en una simple verdad: lo que dejaron atrás es peor que lo que les espera.
“No tengo opción, no puedo estar allá”, dijo Moreno acerca de su Honduras natal. “Nuestro gobierno es totalmente corrupto y si los mexicanos o estadounidenses me deportan, estoy muerto”.
“Mira, sabemos cuál es la situación en nuestro país”, dijo Osman Noé Guillén, de 28 años, quien llegó a Reynosa con su pareja poco después de casarse, siendo el recorrido en autobús desde Honduras algo así como una luna de miel. “No sabemos qué pasará cuando crucemos”.
La fe ciega y la necesidad económica eran suficientes para Guillén y su esposa, Lilián Marlene Menéndez. No sabían lo sombría y peligrosa que era Reynosa antes de llegar, solo que era el cruce más cercano desde Honduras y por lo tanto el más barato.
Habían escuchado la retórica de odio hacia los migrantes en Estados Unidos y estaban enterados de las deportaciones y la larga espera en la frontera, pero no les importó.
“La desesperación te lleva a hacer locuras”, dijo Guillén. “No creo que nada me detenga. Sin duda, un muro no lo hará”.
La pareja dijo que aceptaba los riesgos de seguir adelante. Se sabe que los traficantes, conocidos coloquialmente como polleros o coyotes, matan o dejan varados a los migrantes que no pagan, o extorsionan a los que tienen familias que pueden hipotecar sus casas o conseguir más dinero.
A la pareja le dieron un precio de 7,000 dólares cada uno solo por cruzar al lado texano del río Bravo.
La alcaldesa de Reynosa, Maki Esther Ortiz Domínguez, señaló que su ciudad ya era una de las más peligrosas del país y que le preocupaba que la situación pudiera empeorar. “Esta política podría detonar en cualquier momento una nueva ola delictiva aquí”, comentó Ortiz Domínguez.
Los mexicanos también emplean los servicios de polleros, aunque a un costo menor, pues los precios que se cobran parecen depender de qué tan mala es la situación en el país de origen del migrante.
Hace poco, en una oficina migratoria de Reynosa, un grupo de mexicanos esperaban sentados a ser procesados tras su deportación de EE.UU.
“Para las autoridades migratorias, es un trabajo”, comentó Melvin Gómez, de 18 años, originario del estado mexicano de Chiapas. “Para los mexicanos y los centroamericanos, la inmigración es un sueño”.