TENEMOS QUE HABLAR
Aunque todavía le cuesta a muchas personas entender de qué se trata todo este jaleo, hay un temor colectivo de que el feminismo sea la contraparte del machismo. Y a los hombres les tiemblan las rodillas (¿por qué será?). Tranquilos, el feminismo es la igualdad en trato y derechos para todos y todas. Okey, tiemblen.
A grandes rasgos, el machismo, la discriminación por razón de sexo, es efecto directo del patriarcado. ¿Qué es eso? Una forma de organización social que privilegia al hombre y cosifica a la mujer; es decir, que la reduce a condición de objeto para facilitar su manipulación. En torno a esta concepción se crean distintos sistemas que conspiran imperceptiblemente para crear la ilusión de que se trata de una fórmula natural. Hablo de la economía, la familia, la educación, la religión, el idioma y el trabajo.
No, no está bien que por nacer de un sexo en lugar de otro haya un grupo de personas que esté condenada a ocupar un eslabón inferior.
Así que el estruendo del #MeToo, la inclusividad en el lenguaje (todos y todas, o todes), las marchas por mujeres y la obsesiva atracción al Conejo Malo son un levantamiento contra la opresión sistémica.
No se sostiene que haya miles de kits de violación sin investigarse, que las mujeres tengan que aceptar en silencio que de niñas se propasen con ellas, de estudiantes las hostiguen profesores y también empleadores. Y que en reuniones ejecutivas en el extranjero les hablen de sexo por ser caribeñas.
También salen algunos a resucitar sus carreras recurriendo a la homofobia. Gracias Don Omar por recordarnos lo que ya sabíamos, que ser pato no es un insulto. Salvo para gente que todavía piensa que, porque a un hombre le guste otro hombre o sea afeminado, es decir, sea como una mujer, es inferior. Porque lo que también se está afirmando es que las mujeres son de segunda categoría.
Y qué pasa. Que la homofobia es la reacción a la subversión de los roles tradicionales. El feminismo es para todos y todas y todes.