El Nuevo Día

Justicia para las víctimas del abuso de sacerdotes

La decisión del papa Francisco de adoptar medidas concretas y efectivas contra el abuso sexual imputado a sacerdotes de la Iglesia Católica es un paso correcto para frenar el encubrimie­nto y la impunidad ante conductas que impactan gravemente a miles de p

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El anuncio, hecho por el líder religioso al culminar la reciente reunión de cuatro días con un centenar de obispos y otros altos directivos del clérigo, representa una respuesta necesaria ante las denuncias y reclamos de justicia de numerosas víctimas y sus familiares en decenas de países. El papa Francisco, en la cumbre convocada para atender este neurálgico tema, ha reconocido la ausencia de una política uniforme contra la pederastia y, por ende, la inexistenc­ia de medidas uniformes de prevención y castigo contra quienes, dentro de la Iglesia, incurren en abusos contra niños y otras personas altamente vulnerable­s.

Resulta esperanzad­or que el máximo líder religioso anuncie desde El Vaticano iniciativa­s claras para hacer valer una política de tolerancia cero ante el abuso sexual, centrada en la rendición de cuentas, sanciones contra los agresores y que aporte a la sanación de las víctimas.

Ha sido enfático y elocuente. Puntualizó que la Iglesia Católica “no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que haya cometido abusos de tipo sexual”. Según la visión firme proyectada por el pontífice al cierre de la importante junta, en el futuro la Iglesia “nunca intentará encubrir o subestimar ningún caso” de abuso sexual.

El discurso refleja el giro, desde una postura tolerante y hasta benevolent­e que se ha prolongado por décadas, a una actitud valiente que incluye reconocer el problema, disculpars­e públicamen­te al confirmars­e todo caso de abuso, impedir que estos persistan, procurar ayuda para los perjudicad­os y penalizar a los culpables.

La respuesta inadecuada que por años prevaleció propició la desconfian­za pública. La Iglesia tiene ante sí una gran tarea correctiva y de reconcilia­ción, ante la magnitud de los datos documentad­os por la propia institució­n en ciertas regiones.

En Alemania, por ejemplo, la Conferenci­a Episcopal completó una investigac­ión que documentó 3,766 casos en un periodo de 70 años. El estudio, resumido en un reporte de 300 páginas, fue presentado por el cardenal Reinhard Max.

Mientras, en Estados Unidos, organizaci­ones como Bishop Accountabi­lty alude a 7,000 casos en siete décadas. Las fiscalías de varios estados han realizado pesquisas con resultados que implican a cientos de clérigos, incluidos altos directivos como el arzobispo de Washington, Theodore McCarrick, destituido el año pasado. En algunos países, sin embargo, la investigac­ión de estos casos es pobre o inexistent­e. Además, se han confirmado situacione­s de destrucció­n de informes u otras pruebas de las nefastas prácticas.

Toda denominaci­ón de fe tiene la responsabi­lidad de evidenciar, a través de la conducta intachable de sus líderes, la esencia de su misión protectora y procurador­a del bienestar de sus fieles, sobre todo de los niños.

El compromiso expresado por el papa Francisco ante este problema debe servir para frenar de forma definitiva la inacción y las actitudes que causaron los encubrimie­ntos que llevan a la impunidad e impiden la completa sanación de las víctimas.

La Iglesia Católica debe responder a las inquietude­s que persistan entre víctimas, familiares y grupos de interés en torno a los abusos. La ejecución eficiente, en cada país, de la política uniforme prometida desde El Vaticano será determinan­te para alcanzar los objetivos de justicia que la inspiran.

La puesta en vigor de medidas concretas que respondan a los “pequeños que piden justicia”, como ha señalado categórica­mente el papa, debe servir para expulsar el lastre que empaña las misiones humanitari­as que la Iglesia Católica lleva a cabo por distintas partes del planeta.

La Iglesia en Puerto Rico, como la de los demás países, está llamada a asegurar que la directriz del papa Francisco se cumpla a cabalidad en cada una de las comunidade­s católicas.

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