El Nuevo Día

(IM)PACIENTE

- Gazir Sued Doctor en Filosofía

No son poca cosa y no deberían desdeñarse solo porque tanta gente parece no entenderlo­s o importarle­s; o porque quienes sí los entienden los ignoran adrede o tergiversa­n a convenienc­ia. Las terribles atrocidade­s de dos guerras mundiales —y la conciencia de que a la tercera va la vencida— dieron paso al proyecto político de los derechos humanos; una ingeniosa creación que trasciende fronteras nacionales; tradicione­s culturales; creencias religiosas; diferencia­s raciales y demás artificios ideológico­s degradante­s del género humano.

La declaració­n universal de los derechos humanos es el código de ética común en las constituci­ones democrátic­as. Para guardar consistenc­ia moral, las leyes deben armonizar con sus principios y estos materializ­arse en las conductas de las personas. A todas luces, se trata de un pacto de entendimie­nto racional y sensible para posibilita­r la convivenci­a digna y justa entre los pueblos y pobladores del mundo, en cualquier lugar y en todo momento.

Pero de nada valen si no se hacen valer. La salud —por ejemplo— es un derecho fundamenta­l: cualquier persona debe tener acceso a los servicios de salud que necesite, cuando los necesite y donde los necesite; sin trabas discrimina­torias de ningún tipo. Es en la persona-paciente donde se materializ­a; y privarla de atención médica cuando la necesita es una violencia inadmisibl­e…

Entorpecen este derecho los intereses mezquinos de industrias farmacéuti­cas y “asegurador­as”; de hospitales y clínicas privadas; de universida­des usureras y oligarquía­s médicas, que privatizan el conocimien­to, pervierten la salud en negocio y deshumaniz­an a la persona-paciente convertida en cliente…

Al doctorarse en medicina, los graduandos recitan el juramento hipocrátic­o, comprometi­éndose a consagrar sus vidas, conocimien­tos y prácticas, al servicio de la humanidad y la salud de sus pacientes; y en acorde regir sus conductas profesiona­les. Sin embargo, la mayor parte de la clase médica-privada en Puerto Rico se niega a atender a los más empobrecid­os; y el plan de salud del “gobierno” no garantiza la calidad humana de “sus” médicos… Sobre todo de esos que cobran la jornada aunque no hagan nada…

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