El fervor religioso de la Semana Santa en Sevilla
La fiesta más devota y popular de la capital de Andalucía, con sus hermandades y procesiones, es famosa internacionalmente, pero también oculta hechos misteriosos situados entre la leyenda y la realidad
Sevilla tiene mil y una leyendas que representan a la Semana Santa y a la ciudad, según el investigador y periodista José Manuel García Bautista, especializado en fenómenos esotéricos.
Es el autor del libro “Enigmas de la Semana Santa” y describe algunas de las leyendas más populares que narran, desde historias de devotos fantasmas a maldiciones aleccionadoras, pasando por casualidades con un toque divino y hechos supuestamente milagrosos, que tienen como protagonistas a algunas de las imágenes más devotas de Sevilla.
La talla del Cristo del Gran Poder, obra fechada en 1620 de Juan de Mesa, es una de las imágenes más cautivadoras y con mayor número de devotos en Sevilla, según García. Cuenta una historia de su libro, a caballo entre la leyenda y la realidad que, el año 1965 Juan Araujo Pino, un exfutbolista del Sevilla F.C. y devoto del Gran Poder, renegó de su fe y su devoción por aquel Cristo, y prometió no volver a pisar la basílica donde le rezaba cuando, pese a haberle pedido día y noche por la sanación de su hijo enfermo, éste falleció.
EL ARREPENTIMIENTO
Tiempo después, Juan se arrepintió de su acción cuando un día llamaron a su puerta, la abrió y, ante sus ojos, se encontró con la imagen del también llamado “Señor de Sevilla” “pidiendo” entrar en su casa. Ante lo cual, Araujo cayó de rodillas frente a la prodigiosa talla, de acuerdo a García.
Lo que había ocurrido, según la explicación del periodista, es que “los integrantes de una procesión de las Misiones Populares, que marchaban
por su barrio, fuera del recorrido habitual en Semana Santa, habían llamado a casa del jugador para entrar y proteger así al “Señor de Sevilla” de la lluvia, porque acababa de comenzar a llover”.
“Si alguien osa robar de una iglesia un objeto de culto o sagrado, tiene que saber que tras él puede pesar una maldición”, señala el autor.
“En el año 1421 apareció en la acometida de obras de la sevillana Iglesia de San Martín, una caja de plomo con una reliquia en su interior: una espina de la corona de Jesucristo, que estaba dotada de ciertos poderes curativos que, al ser llevada a la casa de los enfermos, éstos encontraban alivio a sus males y enfermedades”, apunta García, quien relata que la sagrada reliquia fue robada de la casa de un sacerdote, que la había llevado allí, al volver de la casa de un enfermo y encontrar la iglesia cerrada.
“Treinta años después, una persona acudió a la iglesia y, bajo secreto de confesión, entregó la reliquia, ya que desde que estuvo en su poder todos sus amigos y familiares habían sufrido necesidades, males, desgracias y contrariedades. El arrepentido entregó la reliquia, conocida como “La Lanzada” y pidió perdón”, explica García.
MILAGRO CURATIVO
En tiempos del rey Fernando III (1199-1252) tuvo lugar un suceso sorprendente, en el barrio de los Humeros, según este investigador. Señala que allí, en una casa humilde, vivía una mujer paralítica que, mientras yacía en su cama, vio como de repente cayeron de la pared varios ladrillos , dejando al descubierto un hueco del que surgió la imagen de un Cristo yacente.
“Aquello asustó a la señora, quien sanada milagrosamente, salió corriendo de aquella casa. Fernando III, llamado el ‘rey santo’, enterado de
aquel milagro, mandó construir en el lugar una capilla y allí más tarde se fundó el Colegio de la Orden de la Merced”, según García.
Otra historia documentada por García, narra que una noche de 1537 un hereje se acercó al cementerio de la iglesia de San Juan de la Palma y, apoyado en una palmera, dijo: “Palma, la Madre de Dios quedó no virgen después del parto”. Aquel hereje fue “cazado” por la temida Inquisición sevillana, al ser denunciado por un señor mayor quien, escandalizado del sacrilegio
verbal, no pudo reprimir su ira.
“El hereje negó todo a los inquisidores, quienes a modo de careo, lo llevaron a ver al anciano denunciante. Un joven abrió la puerta y a preguntarle por el señor solo acertó a decir: Era mi abuelo y lleva enterrado ochenta años al pie de la palma del cementerio de la Iglesia de San Juan”, prosigue García.
“Era la misma palmera donde se había apoyado el hereje, quien ante este milagroso hecho, confesó su culpa y arrepentimiento”, explica.