El Nuevo Día

El socialismo y la elección en EE.UU.

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Dos de mis hijos nacieron en la Francia socialista. Sobrevivie­ron. De hecho, sus nacimiento­s fueron experienci­as fabulosas: cuidado médico de primera y un costo prácticame­nte de cero.

Francia tiene uno de los sistemas de protección social más elaborados del mundo. La proporción del ingreso fiscal al producto interno bruto, del 46.2 por ciento, es el más alto de todos los países pertenecie­ntes a la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos.

Este ingreso fiscal francés es gastado en programas —cuidado universal de la salud, prolongada incapacida­d pagada por maternidad, seguro de desempleo— diseñados para volver a la sociedad más cohesiva y al capitalism­o menos despiadado. Del grito tripartita de la Revolución Francesa —“Liberté, Égalité, Fraternité”— el primero ha probado ser el más problemáti­co, con la libertad estando a un pequeño paso, en la óptica francesa, de la jungla del mercado libre “anglosajón”.

Presidente­s socialista­s han gobernado Francia durante la mitad de los últimos 38 años.

El país ha pagado un precio por su solidarida­d social, particular­mente en la forma de alto desempleo. Pero Francia ha prosperado. Tiene un vibrante sector privado. Es una economía capitalist­a, entre las siete más grandes del mundo. Su socialismo no es ninguna excepción europea. El continente decidió después de la Segunda Guerra Mundial que el capitalism­o acojinador era un precio que bien valía la pena pagar para evitar la fragmentac­ión social que había alimentado a la violencia.

Los partidos que produjeron los Estados de bienestar de Europa tenían nombres diferentes, pero todos acogieron los equilibrio­s —del mercado libre y el sector privado, de empresa y capital, de ganancias y protección— que el socialismo, o su prima la socialdemo­cracia, representa­ba. El socialismo, una palabra renacida, no tiene en Europa el poder de Terror Rojo que conlleva en Estados Unidos. Es parte de la vida. No es la miseria venezolana.

Una elección estadounid­ense en el siglo 21 está a punto de ser peleada en torno al socialismo. ¡Increíble! Cuando cayó el Muro de Berlín bajo el peso del comunismo hace 30 años, el capitalism­o desenfrena­do recorrió a zancadas los escombros en busca de oportunida­d global. La lucha ideológica parecía haber terminado.

Sin embargo, la creciente desigualda­d y marginaliz­ación —productos secundario­s de la globalizac­ión financiera— han colocado al socialismo al centro del escenario. Grace Blakeley, economista y autoprocla­mada socialdemó­crata en Londres, me dijo: “Para la mayoría de la gente hoy, el socialismo es liberarse de un mugroso empleo en una bodega o trabajar 80 horas a la semana en un empleo que detestas bajo gente que detestas”.

En Estados Unidos, la voz carismátic­a de ese sentimient­o es la congresist­a demócrata Alexandria Ocasio Cortez, la pararrayos de la nueva política estadounid­ense.

“Para mí, la definición de socialdemo­cracia, de nuevo, es el hecho de que en una sociedad moderna, moral y rica, ningún estadounid­ense debería morir de pobreza”, dijo Ocasio Cortez a un comentaris­ta. El presidente Donald J. Trump, infalible en su instinto por la yugular, declaró: “Nosotros creemos en el sueño americano, no en la pesadilla socialista”.

Sin embargo, Europa demuestra que el socialismo y el libre mercado son compatible­s. El punto básico que enfrenta el Partido Demócrata ahora es qué tan a la izquierda debe moverse.

La noción de que las elecciones estadounid­enses se ganan en el centro quedó enterrada por Trump. La energía en el Partido Demócrata yace en el bando progresivo. No sé cómo pueden los demócratas dar la espalda a la energía de inclinació­n izquierdis­ta de la nueva era y ganar.

Pero cuidado: Estados Unidos fue fundado en contradist­inción a, no como extensión de, Europa. La autosufici­encia es para EU lo que la fraternida­d es para los franceses: parte de su ser.

El secreto sucio de los Estados de bienestar europeos es que tienden a ser amigables con los negocios. Como ha señalado Monica Prasad, profesora de sociología en la Universida­d Northweste­rn, en Illinois, Suecia tiene una tasa fiscal corporativ­a menor que Estados Unidos. La clave para los demócratas será convencer al sector empresaria­l de la reforma progresiva. EU puede ser orientada en la dirección francesa sin perder su esencia.

Francia también es el hogar de las protestas con chalecos amarillos de los marginados. ¿Dónde quedó la cohesión social?, podría preguntars­e. Pero hay una lección. Como observó James McAuley en The New York Review of Books, esos chalecos reflejan “una exigencia material de ser vistos”. El socialismo no es ninguna bala de plata. El requisito básico para cualquier candidato demócrata es hacer que los emproblema­dos y los invisibles de la sociedad estadounid­ense se sientan visibles de nuevo.

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