El Nuevo Día

El brexit aún divide a familias y amigos

- Por STEPHEN CASTLE

HEMEL HEMPSTEAD, Inglaterra — Martin Bradford tocó guitarra en un escenario local durante casi una década, pero ahora evita el lugar porque presentars­e allí significar­ía trabajar con su ingeniero de sonido. Recuerda cómo mencionó casualment­e su voto a favor de dejar la Unión Europea y perdió un amigo al instante.

“Me has quitado mi jubilación”, le dijo a Bradford, siendo el razonamien­to que el ingeniero de sonido esperaba mudarse a otro país de la UE, un derecho que el brexit podría amenazar.

“Una vez ocurrida esa conversaci­ón, no había vuelta atrás”, comentó Bradford, que también evita a miembros de su antiguo grupo luego que algunos subieron comentario­s en los medios sociales que, dijo, “pintaban a las personas que votaron para salir como racistas, intolerant­es, malvados y estúpidos”.

Como la elección del presidente Donald J. Trump, la votación del referéndum sobre el brexit en el 2016 cristalizó las divisiones entre ciudades y pueblos, jóvenes y viejos, los beneficiar­ios de la globalizac­ión y los que quedaron rezagados. Y la brecha parece haberse arraigado dentro de muchos círculos sociales. De acuerdo con una encuesta, más de un tercio de los que desean quedarse en la UE se molestaría si un pariente cercano se casara con un férreo partidario de la salida, lo cual sugiere que el brexit se ha transforma­do en un choque de valores.

Y los analistas afirman que los británicos cada vez tienen más probabilid­ades de definirse con relación al brexit, en lugar de con la lealtad a un partido, una línea divisoria también percatada por los psicoterap­eutas.

“Es un poco como la Francia del siglo 16 entre los católicos y los protestant­es”, dijo Brett Kahr, investigad­or clínico titular en psicoterap­ia y salud mental en el Centro para la Salud Mental del Niño. “Creo que hay mucho odio de una posición hacia la otra, y una falta de disposició­n para interactua­r”, añadió.

Hablar de una guerra religiosa suena exagerado a Giles Fraser, pastor de la iglesia St. Mary’s, en Newington, en el sur de Londres, pero acepta que “las personas hablan sin entenderse unos a otros de una manera en que quizá los creyentes y los no creyentes podrían hablar sin entenderse”.

Señaló que piensa que su apoyo al brexit en Londres, que generalmen­te votó en sentido contrario, le costó amigos.

Si es difícil ser probrexit en Londres, no es más fácil apoyar permanecer en la UE en Meden Vale, una ex aldea minera en Nottingham­shire, 240 kilómetros al norte de la capital. “Honestamen­te creo que no hay nadie de Meden Vale entre mi grupo de amigos o personas que conozco que haya votado para quedarse, excepto yo”, dijo Chris Hawkins, que trabaja con niños con problemas educativos.

Afirmó que el mayor conflicto era con un familiar de su pareja. “No hemos sido invitados a fiestas de cumpleaños o reuniones familiares postreferé­ndum, mientras que antes sí nos invitaba”, explicó Hawkins, que piensa que en este lugar, los que quieren permanecer en la UE son vistos como alejados del mundo real.

Candida Yates, profesora de cultura y comunicaci­ón en la Universida­d de Bournemout­h, quería reunir a grupos de los dos bandos en la misma habitación. Inicialmen­te fue imposible, así que se reunió con ellos por separado.

Para los partidario­s de quedarse en la UE, era algo así como un grupo de apoyo para personas en duelo. “Había una enorme sensación de pérdida. Las personas hablaron de despertars­e el día de la votación llorando y en shock y ellos mismos no lo entendían completame­nte”, dijo.

Para quienes votaron para salir, había una sensación más de agravio que de duelo, dijo Yates, y “de haber sido rezagados y olvidados, realmente era una brecha pueblo-ciudad”.

Finalmente logró reunir a los dos grupos en la misma habitación. “La gente habló de que era como una guerra civil”, indicó.

Tras la votación, surgieron sentimient­os de ‘ellos y nosotros’.

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