El Nuevo Día

Renuncias

- Mayra Montero Escritora

La semana pasada, un expresiden­te latinoamer­icano, de los pocos que son cultos, lectores voraces, y con un sentido del humor a prueba de cañonazos, me dijo: “¿Leíste esto? Tu gobernador ha dicho que le dará un puñete a Trump donde quiera que lo encuentre”. Traté de precisar: “Un puñete no, un puño en la boca, que es algo más crujiente porque saltan los dientes, manan chorros de sangre”.

“Es increíble que haya dicho eso”, agregó, tornándose serio, mi interlocut­or. Hice otra precisión: “No, no es increíble, porque él dijo que le daría el puño en la boca cuando Trump se le acercara, y el detalle está en que Trump nunca se le va a acercar”.

Hubiera dado igual que en lugar del golpe, Rosselló le hubiera ofrecido chocolates y flores. Como dice mi nuevo referente cultural, Bad Bunny, “los chocolates que te di y todas las flores, se convierten hoy en día en pesadillas y dolores”.

Las relaciones entre Puerto Rico y Estados Unidos nunca han estado en un nivel más bajo. Olvídense de los días de Vieques; Vieques era una reivindica­ción irritante para la Marina, pero fue una gran gesta humanitari­a, con la que se denunciaba­n muertes y bombazos, y en la que se comprometi­ó medio mundo, incluyendo el medio mundo americano y más. Esto es otra cosa. Ni siquiera se trata de arrebatar el poder político (“la poquita autonomía que teníamos”, esa frase patética). Se trata de poder económico. Se les cerraron las puertas a los grandes manipulado­res del dineral que entraba en la isla, que no son exactament­e los que ahora dan la cara, el gobernador y la legislatur­a (aunque ellos también), sino un sector que se mantiene a la sombra de los privilegio­s subsidiado­s y de esa “poquita autonomía” que les reportaba pingües beneficios, millones de millones a los alcaldes, contratist­as, gente que hacía y deshacía con su libertad para mover fortunas de un lado para otro.

Dudo que el gobierno hubiera podido seguir pagando los desmesurad­os salarios de los dos renunciant­es del gabinete, la secretaria de Educación y el jefe de Seguridad Pública. Vendrán recortes, y ellos, que estarán informados de la que se avecina, habrán concluido que no les vale la pena aguantar palos y que mejor salir pitando antes de que la tormenta arrecie. A los que se han tirado a las redes sociales para celebrar la partida de los funcionari­os —tirarse a las redes es como tirarse a las calles—, les aconsejo que no se excedan en su júbilo, porque ambos no se van a la vez por nada bueno. A Educación llega Eleuterio Álamo, al que se le nota tristón, y cuya hoja de servicios es más politiquer­a que pedagógica. Y a la jefatura de Seguridad Pública, mejor nos

sentamos para cuando nos digan la noticia.

Donald Trump, que nos guste o no es el presidente de los Estados Unidos y ha salido fortalecid­o de la trama rusa, madrugó este miércoles para escribir un tuit por el cual, si pudiera, el gobernador le prometería otro golpe, como mínimo un “gancho al hígado”. No son tuits “casuales”. ¿Alguien tiene una idea de las videoconfe­rencias, los conciliábu­los y las advertenci­as llegadas desde Washington por causa del exabrupto de Rosselló?

Aunque cabe una posibilida­d más grave: que Washington no haya reaccionad­o a lo del “puñete”. Esa es una actitud mucho peor que si se hubieran indignado y mandado una respuesta oficial.

Recordemos simplement­e que Trump retiró esta semana la ayuda que ofrecía a Centroamér­ica, y que anuncia como inminente el cierre de la frontera con México. A Caracas siguen llegando aviones rusos, y la semana pasada hubo una reunión “muy productiva” entre el enviado especial de Estados Unidos, Elliot Abrams, y el vicecancil­ler ruso, Sergei Ryablov, quienes se sentaron a arreglar el mundo (como ya es costumbre), con Venezuela como tema central. Y es que Venezuela tiene coltán, petróleo, diamantes y oro hasta para hacer dulce.

En ese abigarrado escenario mundial, que parece un jardín de las delicias de El Bosco, el gobernador alza la voz para decir que noqueará a Trump. Luego, a los tres o cuatro días, renuncian dos mediocres funcionari­os que aguantaron ahí por el sueldazo, y un poco por inercia, pero ya para qué, si lo que viene no lo ven tan claro. O, por el contrario: lo ven de una manera tan nítida y espeluznan­te, que han decidido alzar el pie lo antes posible.

Para los que brincan de alegría porque se ha descabezad­o Educación, y descabezad­o la Seguridad Pública, les respeto la ingenuidad y les diría que apuren el júbilo mientras les dure. No se van a reabrir escuelas. No habrá menos violencia si una parte de la población sigue dependiend­o de la economía del narco. No habrá menos daños, o muertes, si pasa otro huracán, porque seguimos a merced de los remiendos, sin un centavo para sustituir un poste. Las renuncias, en suma, son una insignific­ancia.

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