Rosario de calamidades la vida de Chapo
Conocí a Manny Siaca cuando estudiábamos en El Viejo San Juan, y tras su regreso de la Guerra de Vietnam la amistad se enriqueció al convertirse en entrenador sólido de boxeo profesional.
Jamás olvidaré la tarde que me dijo en el estadio Juan Ramón Loubriel que tenía a un campeón mundial en ciernes por su fortísima pegada, técnica e instinto bestial: era Edwin Rosario, apodado Chapo, que pesaba apenas 120 libras y le ponía a guantear con Esteban para aumentarle la velocidad a este.
Desde un principio, me llamó la atención la sonrisa afable y a la vez socarrona de Chapo, que tenía de pasatiempo bucear, lo que obviamente mejoró su masa corporal y pulmonar.
Con Don King como promotor y Jimmy Jacobs de manejador, en sus primeros años combatía a menudo en Las Vegas, viendo acción en funciones estelarizadas por Wilfredo Benítez, aprovechando que compartían el mismo manager. Chapo, que se inició en las drogas con su hermano mayor, Papote, que se quedó en prospecto y murió de sida, fue tornándose desconfiado con el deshojar del almanaque, incluso con Siaca, rompiendo relaciones e uniéndose a Lalo Medina, ayudante de este, al igual que Félix Pagán Pintor, su camarilla y confidente.
De hecho, su juntilla con Esteban, adicto también a la heroína, le animó a cogerle gusto a los estupefacientes, y creo, sin dudas, que al ser víctima de un robo del jurado en su búsqueda del cetro del CMB, frente a Macho Camacho en 1986, le comió su confianza, cometiendo el error de unirse a amigotes que les servían de alzacolas y de ahí en adelante su carrera tuvo varios altibajos.
Su carácter se agrió tanto que luego de un pesaje en un hotel de Isla Verde amenazó con pegarme por haberle criticado en una columna, pero quedó en amago, si bien es cierto que normalmente elogié sus etapas de soberano liviano.
Nunca se oficializó, pero fue un secreto a voces que su muerte sorpresiva el 1 de diciembre de 1997, ya divorciado y acostado elegantemente en casa de sus padres, pudo ser suicidio y no un edema pulmonar al ser noqueado por su conciencia colmada de pecados que le agobiaban luego de cumplir una corta condena en la cárcel.