El Nuevo Día

¿MI CUERPA?

- Ileán Pérez Cruz Traductora y Escritora

Reconozco que me da trabajo nombrar con pronombres y sufijos que hasta hace poco eran anómalos o inexistent­es. Sin embargo, el conflicto de valores, o la guerra cultural sobre el género, ha caído en el lenguaje. Esto se debe a que nombrar es reconocer la existencia de alguien o de algo. Cuando se da un nombre, se abre un espacio. Al crear espacios, se crean nuevos mundos. Posibilida­des.

Por ejemplo, cuando nace un bebé, se le da un nombre. Ese nombre es su boleto de entrada a la sociedad. Su sexo debe combinar con su género que son las expectativ­as sociales correspond­ientes. Es decir, la repetición de una serie de comportami­entos propios del sexo, representa­do por el género.

Ahora, un planteamie­nto de esta guerra cultural es que el sexo no tiene que ver con el género ni el género con el sexo. Lo que ha permitido que las niñas y los niños puedan desempeñar papeles antes reservados para el sexo opuesto. Los niños juegan a la cocina y las niñas corren patineta. En el mundo adulto ha significad­o que más mujeres ocupan diversos puestos de trabajo, lo que ha permitido que las niñas crezcan con más modelos a seguir.

Al reconocer que el género es una construcci­ón social también se ha cuestionad­o el papel del lenguaje en propiciar ciertas expectativ­as sociales. Así que hubo un intento porque fuera inclusivo con el uso de “los” y “las”, como “los y las aquí presentes”, para designar pluralidad. Se cuestiona también el uso masculino para designar ambos sexos porque no hay tal cosa como un género neutro.

Han ido surgiendo movimiento­s que abogan por el uso de “les” en lugar de “los” o “las”. Se hablaría de “les niñes”, no “los niños” para designar un universo de niños y niñas. Por otro lado, hay quienes insisten en que el nombre en la oración refleje su género por encima de la sintaxis. Las mujeres que así elijan estarían hablando de su “cuerpa” mientras que los hombres, de su “cuerpo”.

Esto último incomoda. Molesta porque rompe con una harmonía semántica aceptada. Lo perturbado­r tiene un propósito y es ese, romper con lo viejo. Nombrar lo nuevo y entablar diálogos.

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