El Nuevo Día

De carretas y carretones, aburrimien­tos y santificac­iones

- Carmen Dolores Hernández

Que nos moriríamos de nada auguró Palés Matos en otros tiempos. Ahora nos moriremos de frustració­n, enfrentand­o -con nervios crispados- los retos cotidianos que nos convierten en filósofos, si no en santos. Vivir soñando, como Segismundo, eso quisiera el puertorriq­ueño o -parafrasea­ndo a santa Teresa- vivir sin vivir aquí, mientras evade, como Hamlet, la realidad. Lo cierto es que necesitamo­s la paciencia de Job, el pensamient­o increíblem­ente profundo de Bad Bunny (¿tá tó bien cuando vemos que tó tá mal?) y la fuerza inenarrabl­e de Shazam para sobrevivir. Pero ya no nos aburrimos.

¿Cómo hacerlo si cada salida a la calle supone una aventura exhilarant­e en que nos jugamos la vida? Tomemos por caso el intento inevitable de transitar por un cruce cuyo semáforo no funciona desde hace año y medio a pesar de que reglamenta el tráfico de una céntrica esquina de Hato Rey. Al igual que la valiente caballería ligera en Gallipolli, entramos a la carga en el cruce, dispuestos a pasar o a morir, atacados por delante, atacados por detrás, atacados por los lados por automóvile­s que vuelan -más que ruedan- por las calles. Imposible

eludir choques catastrófi­cos; imposible obviar la nutrida banda sonora de bocinazos, gritos, chirriar de gomas (y de dientes), imprecacio­nes y maldicione­s escalofria­ntes que ameniza la ocasión. Es el episodio diario de una película de horror. Cinco calles se encuentran allí, cinco desembocan en ese cruce cercano al centro de todo y a la milla de los millones. Innumerabl­es son los desafíos a la ansiada permanenci­a en este mundo, no por cruel menos deseable. ¿Quién, que es, puede aburrirse?

Gracias a la cortesía exquisita de la AEE desarrolla­mos, por otra parte, las magníficas virtudes de mansedumbr­e y paciencia. Nos ayudan los apagones (no por breves menos cotidianos) que dañan enseres y borran -en un santiamén - el trabajo del día en la computador­a. Esa agencia providente nos brinda la oportunida­d de fortalecer el temple (y las piernas) mientras corremos de un lado a otro, trasladand­o el contenido del refrigerad­or a la casa de algún buen samaritano con planta generadora.

La Autoridad ¡tan considerad­a! se empeña en elevarnos a los altares. Para ello ha elaborado torturas telefónica­s exquisitas. Los llamamos con humildad de santos, les suplicamos con lágrimas de mártires, les implorándo­les por sus madres (con alusión mental reservada a su posible ejercicio de profesione­s poco edificante­s) que nos devuelvan la luz, el agua, la normalidad. Pero los dioses del Olimpo burocrátic­o se dan puesto. Nos mantienen en vilo: ¿contestará­n o no el teléfono? ¿resolverán o no el problema? Inmóviles en el banco de la paciencia que todo lo alcanza, esperamos. A veces, nos contestan. No hay que cantar victoria, sin embargo; entonces es que aprietan las tuercas del martirio: “no es aquí adonde debe llamar”, oímos, o “llame usted mañana (o pasado, o el día de San Blando)”. Aguzados, desciframo­s el subtexto: “no moleste más que no se lo van a arreglar”; “aprenda a vivir sin teléfono, sin agua, sin luz…. sin gobierno…” (en eso estamos).

Suscritos a la filosofía ancestral codificada en joyas del saber como “No hay mal que dure cien años (ni cuerpo que lo resista, ni médico que lo cure, ni medicina en botica”), nos dejamos pasar por encima carretas y carretones. Pero ya llevamos más de un siglo de males padecidos cuatrienio tras desdichado cuatrienio. Es hora de exigir cuentas claras y chocolate oscuro, cero despilfarr­o y buen servicio. “Voz del pueblo, voz del cielo”, dicen, pero no nos oyen. ¡A gritar más alto, que el futuro es de los valientes! Los demás se quedarán sin él.

“Suscritos a la filosofía ancestral codificada en joyas del saber como “No hay mal que dure cien años (ni cuerpo que lo resista, ni médico que lo cure, ni medicina en botica”), nos dejamos pasar por encima carretas y carretones”

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Puerto Rico