El Nuevo Día

PADRES

- Rosa Mercado Abogada y Escritora

Ya viene por ahí el Día de los Padres. Y para todos los huérfanos que en el mundo hemos sido, padres y madres, son días que uno quisiera dormir desde la víspera y despertars­e el lunes en la mañana para ir a trabajar.

Dirán los psicólogos que ya será para menos, que parte de la adultez es aceptar la orfandad como una cosa normal. Y tendrán razón los psicólogos, que para eso estudiaron. Pero yo, si pudiera, eliminaría por decreto la festividad.

Porque, no nos llamemos a engaño. Esto no se trata de honrar a nadie. Esto se trata de tener una razón para que el comercio nos venda y nosotros comprar.

Y no compra solamente uno el regalo del papá, si lo tiene, venga el de los tíos, los hermanos, el esposo (propio o ajeno), y a falta de mejor palabra (que no se escucha bien eso de “compre tal regalo para su chillo” por más que lo del chillo sea una verdad del tamaño de una catedral) ahora la invitación es: “para ese hombre especial en su vida”. Y ahí cabe todo el mundo. Además, la frase viene reciclada de San Valentín, con lo que no hay mucho que inventar.

Y ahí se quedan los padres, viendo como en su honor las señoras van a la peluquería, se compran ropa nueva, “se hacen las uñas, el pelo, los pies”. Se ponen sus mejores galas y le regalan, adivinaron, una caja de pañuelos.

Y yo quisiera ver, por una vez en la vida, ahora en el siglo 21, un hombre usando pañuelo. Pero los hombres que se usan pañuelos están extintos, como los príncipes azules.

Dirán, y con razón que exagero, que ya nadie regala pañuelos. Estipulado. Pero los pañuelos tienen una equivalenc­ia digital: esa chuchería que grita a todo volumen: “te compré esto para salir del paso” y que los padres reciben con el mismo entusiasmo y decepción que los pañuelos.

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