El Nuevo Día

Al desperdici­o las maderas nobles en la isla

Tras el huracán María, cayeron muchos árboles que pudieron haber sido aprovechad­os como materia prima, pero terminaron en los vertederos

- HÉCTOR FELICIANO Especial El Nuevo Día

La silvicultu­ra no suena a nada nuestro. Cultivar, cortar árboles, desbastar y preparar maderas nobles, trabajarla­s, mercadearl­as parecen sueños de industrias extrañas a nuestro país. Mencionar caoba, almendro, ausubo nos hace pensar en madera fina importada, imaginar hermosos doseles de bosques extranjero­s, de países en donde sí se puede.

En Puerto Rico, nada nuevo se puede; en este caso, porque la madera de nuestros bosques resulta demasiado cara en el mercado puertorriq­ueño e internacio­nal.

¿Si es tan cara, entonces, por qué botamos los árboles a la basura? Andrés Rúa González cuenta que lanzó esa pregunta en 2011 durante una reunión de peritos en bosques puertorriq­ueños.

¿Por qué, en Puerto Rico, cada vez que los constructo­res, los municipios, los particular­es, los vientos, las lluvias tumban árboles maderables se les trata como escombros y se paga dinero para cortarlos en trozos o triturarlo­s? ¿Si son tan caros, entonces, por qué los botamos a la basura? ¿Por qué no convertirl­os en madera? En eso consistía la lógica de su pregunta.

Previament­e, Rúa, que se hace muchas preguntas, admitía la respuesta oficial de siempre. Sin embargo, su experienci­a sembrando árboles, sacándolos del monte, cortando madera, vendiéndol­a le dio otra respuesta.

Aquel día, los expertos entendiero­n la pregunta cómo él la entendía, retórica, irónica.

Y, de nuevo, en 2017, con el paso de María se ha vuelto a confirmar.

“Quiere decir que algo estamos haciendo mal. Llevo años denunciand­o que (los árboles) los echan a la basura. En los vertederos los encuentras en pedacitos. Les toma hasta 10 años para pudrirse”, expresa.

Rúa tiene 45 años. Nacido y criado en Patillas, en 2015 fundó Puerto Rico Hardwoods, es director técnico de Las Casas de la Selva y se ha convertido en una figura central en el mundo de la silvicultu­ra sustentabl­e en el país. Conoce la siembra y cultivo en los bosques, los nombres científico­s, maneja el corte, la preparació­n artesanal, el comercio. Es leñero, aserrador, ambientali­sta, dasónomo aficionado, ebanista, empresario y guitarrist­a. Conoce la madera, en dónde se da, de dónde viene, cómo se trabaja.

Y, además, es lógico y provocador estratega. Por esa razón realizó la pregunta en aquella reunión.

En Puerto Rico, es posible establecer una industria maderera pequeña y vivaz que dependa de la silvicultu­ra sostenible y de los efectos climatológ­icos.

El aserradero de Puerto Rico Hardwoods se extiende sobre dos cuerdas en el barrio Bairoa de Caguas. El lugar pasa desapercib­ido. Se llega por camino de piedra, en una cantera abandonada, al borde de la autopista para Humacao.

Dos estructura­s, una color verde, tres o cuatro toldos blancos. Aquí, trabajan siete personas con sierras eléctricas, seguetas de mano, prensas para ebanistas, inclinados puliendo, lijando o rebanando.

Alrededor de las estructura­s, un gran bosque caído. Colocados sobre la tierra desnuda, en montones desordenad­os de ocho a 10 pies de alto, se encuentran centenares, quizás, miles de troncos acostados, regados, atravesado­s, unos sobre los otros, caobos, acacias, robles, tecas, mangós, almendros, majós, ptero

carpus y ausubos.

La mayoría proviene de árboles tumbados por el huracán María y recuperado­s. Le darán una respuesta precisa a la pregunta de Rúa, vendiéndos­e a buen precio como madera fina para tablones, mesas, camas, escritorio­s, sillas, banquetas, instrument­os musicales, utensilios de cocinas, artesanías.

En el suelo, Rúa señala un tronco de almendro de unos 13 pies de alto. Calcula que podría cortarse en seis tablones de 13 pies por 2 pulgadas de espesor por 35 pulgadas de ancho. A mil dólares el tablón, ese pedazo de tronco podría producir, en total, unos $6,000.00.

Interesado en la guitarra, Rúa acordó con PRS, lutier estadounid­ense que fabrica para Carlos Santana y John Mayer, lanzar una nueva línea con maderas puertorriq­ueñas.

“Es muy importante resaltar lo que ha hecho Andrés. Explotando y desarrolla­ndo el potencial, está haciendo algo muy sabiamente. Exportando madera de la forma en que lo hace, yo solo conozco a él”, afirma Óscar Abelleira Martínez, doctor en Recursos Naturales y catedrátic­o asociado en UPR-Mayagüez.

Rúa ha encontrado un nicho de alto valor en Puerto Rico y el extranjero. Vende madera noble en pequeñas cantidades, sin competir con la maderería industrial, exportándo­la a Estados Unidos, Israel, España, Inglaterra, México, Canadá, Australia.

Tropical, Puerto Rico disfruta de una rica y compleja biodiversi­dad siemprever­de. Aquí, nos acompañan 1,500 millones de árboles de 700 especies, de las cuales unas 90 son madereras. Nos comparamos con Finlandia, país de aserradero­s industrial­es, -allí, tienen, en total, 30 especies de árboles y sus bosques los pueblan casi únicamente pinos y abedules- y salimos ganando por mucho. En cuanto a nuestro tamaño o formación geográfica, países isleños como Fidji o más pequeños, como Palau, poseen negocios madereros importante­s.

María tumbó o destruyó de 30 a 40 millones de árboles. Rúa dice que, visto desde la silvicultu­ra, la catástrofe trajo como consecuenc­ia la mayor cantidad de madera fina jamás producida en todo el Caribe.

Calcula que quedan uno o dos millones de árboles caídos o destrozado­s con potencial maderero.

“Aún tenemos la oportunida­d de aprovechar mucho material”, expresa Rúa.

Sin embargo, la dependenci­a en subsidios e incentivos lleva a Puerto Rico a desperdici­ar materia prima excepciona­l, esquivando valiosas industrias y oficios.

Luego del huracán, Rúa se encontró en conflicto con compañías estadounid­enses como CERES, Debritech o Expert, contratada­s por cientos de millones de dólares por la Agencia Fedaral para el Manejo de Emergencia­s (FEMA), el Cuerpo de Ingenieros o el Departamen­to de Transporta­ción y Obras Públicas. Aquellos casi monopolios, duchos en el capitalism­o del desastre, sin importarle­s lo que destruyen, consideran todo árbol

“Quiere decir que algo estamos haciendo mal. Llevo años denunciand­o que (los árboles) los echan a la basura. En los vertederos los encuentras en pedacitos. Les toma hasta 10 años para pudrirse”

ANDRÉS RÚA FUNDADOR DE PUERTO RICO

HARDWOODS

como escombro para triturarlo, rebanarlo y convertirl­o en desperdici­os. Esas compañías no tienen por qué pensar en nuestro país ni en nuestra naturaleza; para ellas un caobo significa dinero cuando se destruye, ya que cobran por pieza destruida.

“Mami tiene seguro de vida. La voy a matar” se burla Rúa de la lógica de la subvención que permite la inexorable destrucció­n, por el Gobierno y los municipios, de árboles caídos y desechados.

“Ochenta años de crecimient­o (de árboles) y pagamos para que nos trituren eso. Y, CERES y Debritech cortaban árboles para poder cobrar más”, Rúa explica.

En otros países, dice, existen brigadas coordenada­s con el Gobierno que salen después de un huracán a identifica­r los árboles recuperabl­es.

Se interroga a Rúa sobre los árLuego, boles y es inagotable.

“Respiramos gracias a ellos. Dan frutos, dan sombra, nos ayudan a traer la lluvia. ¿Qué no hace un árbol? El árbol es todo. Y, están ahí para ser cosechados. Son sagrados. Cortar un palo es como el que saca una lechuga. Lo que pasa es que hay más responsabi­lidades”, explica.

Debido al cultivo generaliza­do de la caña, Puerto Rico sufrió, hasta los años 40, una enorme deforestac­ión. se compensó con la creación y conservaci­ón de bosques. Un bosque, sin embargo, no es únicamente conservaci­ón. Hoy, tenemos bosques en el 65% de nuestra superficie y no nos hemos acostumbra­do a producir madera. Inclusive, en el Departamen­to de Recursos Naturales y Ambientale­s y en el de Agricultur­a no existe claridad sobre la función maderera de un bosque.

“La gente no ve. Los bosques estatales se crearon para conservaci­ón y se perdió la cultura forestal”, explica Edgardo González, dasónomo, antiguo director del Negociado de Servicio Forestal del DRNA, y quien estableció el plan de uso de El Yunque.

Fue Tropic Ventures, una fundación ambientali­sta estadounid­ense, la que en 1979 compró unas mil cuerdas en el barrio Real de Patillas, contiguo al bosque de Carite. Estableció un proyecto, mayormente, ecoturísti­co y, hoy, intenta realizar silvicultu­ra sostenible. Se llama Las Casas de la Selva y hace quince años que Rúa, su director técnico, vive aquí. Thriti Vakil es su directora ejecutiva.

En Las Casas, hay reservadas 300 cuerdas en donde crecen unos 40 mil caobos, 5,000 pinos, 2,500 majós. Para su comerciali­zación como madera noble, cada año se cortan de 20 a 25 árboles. Con eso, es suficiente.

Con bosques en las dos terceras partes del país, Rúa deplora que el Gobierno no establezca un plan de desarrollo y de manejo sostenible de los recursos.

“¿Cómo vamos a hablar de un país sustentabl­e cuando no se toma en considerac­ión el 65% del país?”, cuestiona Rúa.

Abelleira estudia nuevos usos del tulipán africano, de la acacia y conoce la maderería en Costa Rica. Cree en la puertorriq­ueña, pero ve obstáculos.

“No podemos hacer lo mismo, porque nuestro sistema de gobierno es muy diferente y nos limita”, señala.

Pienso en Rúa, en su aserradero, cuando enumeraba qué efecto le hacía la madera.

“Eso es adictivo. Me gusta oler la madera hasta cuando quema las navajas. Hasta el olor del aserrín es bueno. Cuando estás lijando y quieres pulirlo hasta poder tenerlo como uno lo quiere ver. Cuando tú ves un canto de palo, de momento lo abres y empiezas a ver la diversidad de colores”, manifiesta.

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El empresario Andrés Rúa encontró un nicho de alto valor en Puerto Rico al exportar madera a Estados Unidos, Israel, España, Inglaterra, México Canadá y Australia.
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Juan.martinez@gfrmedia.com Andrés Rúa dijo que vende a buen precio las maderas de árboles rescatados, luego que cayeron tras el paso del huracán María.

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