UNIVERSIDAD, ¿PARA QUÉ?
Más peligrosa y dañina que la ignorancia es la brutalidad, sobre todo esa que ejercen adrede profesionales con títulos universitarios… quienes hacen de sus grados académicos armaduras de prejuicios y convierten sus diplomas en licencias para cultivar intolerancias, discrimen y odio.
Y así —en el gran teatro de la vida— la palabra educación se convierte en eufemismo del embrutecimiento institucionalizado… Y así, maestros y profesores tornan clases en cátedras de cinismo, indolencia y desprecio; y así, políticos sin escrúpulos nutren sus gulas de poder engullendo las credulidades y miedos de sus huestes; y así, hacedores de leyes rinden culto a vicios y violencias deshumanizantes; y así, jueces desalmados se mofan de las víctimas de su crueldad y demás brutalidades, algunas culturales y otras hasta con fuerza de ley…
Y así, de entre quienes se gradúan con honores o sin ellos, están los que disfrazan con su etiqueta desequilibrios emocionales, caprichos irracionales, manías y vanidades; y así hay quienes se vanaglorian del prestigio de sus universidades para dar rienda suelta a delirios de grandeza, actitudes humillantes y conductas abusivas y petulantes…
La realidad cotidiana —tan predecible a veces como azarosa y caótica otras— revienta la imagen ilusoria de la “educación” universitaria como garante de las mejores cualidades humanas; y devela como fraudulentas las fórmulas publicitarias y las fachadas corporativas de las instituciones-negocios de educación superior (pública y privada) en la isla.
¿De dónde se graduaron las personas que tanto daño hacen a diario? ¿Qué estudiaron los ingenieros, promotores y beneficiarios de la crisis psico-social, económica, política y moral del país? ¿Dónde aprendieron sus destrezas en artes del pillaje y del engaño? Sabemos que todos, o casi todos, tienen títulos universitarios y por ello se presumen profesionales, peritos o expertos. Sabemos, a la vez, que ni rangos ni títulos ni posiciones los hacen buenos seres humanos…
Por más hiriente que suene a las sensibilidades de nuestros “educados”, queda en suspenso la pregunta obligada: la Universidad, ¿para qué?