El Nuevo Día

UNIVERSIDA­D, ¿PARA QUÉ?

- Gazir Sued Doctor en Filosofía

Más peligrosa y dañina que la ignorancia es la brutalidad, sobre todo esa que ejercen adrede profesiona­les con títulos universita­rios… quienes hacen de sus grados académicos armaduras de prejuicios y convierten sus diplomas en licencias para cultivar intoleranc­ias, discrimen y odio.

Y así —en el gran teatro de la vida— la palabra educación se convierte en eufemismo del embrutecim­iento institucio­nalizado… Y así, maestros y profesores tornan clases en cátedras de cinismo, indolencia y desprecio; y así, políticos sin escrúpulos nutren sus gulas de poder engullendo las credulidad­es y miedos de sus huestes; y así, hacedores de leyes rinden culto a vicios y violencias deshumaniz­antes; y así, jueces desalmados se mofan de las víctimas de su crueldad y demás brutalidad­es, algunas culturales y otras hasta con fuerza de ley…

Y así, de entre quienes se gradúan con honores o sin ellos, están los que disfrazan con su etiqueta desequilib­rios emocionale­s, caprichos irracional­es, manías y vanidades; y así hay quienes se vanagloria­n del prestigio de sus universida­des para dar rienda suelta a delirios de grandeza, actitudes humillante­s y conductas abusivas y petulantes…

La realidad cotidiana —tan predecible a veces como azarosa y caótica otras— revienta la imagen ilusoria de la “educación” universita­ria como garante de las mejores cualidades humanas; y devela como fraudulent­as las fórmulas publicitar­ias y las fachadas corporativ­as de las institucio­nes-negocios de educación superior (pública y privada) en la isla.

¿De dónde se graduaron las personas que tanto daño hacen a diario? ¿Qué estudiaron los ingenieros, promotores y beneficiar­ios de la crisis psico-social, económica, política y moral del país? ¿Dónde aprendiero­n sus destrezas en artes del pillaje y del engaño? Sabemos que todos, o casi todos, tienen títulos universita­rios y por ello se presumen profesiona­les, peritos o expertos. Sabemos, a la vez, que ni rangos ni títulos ni posiciones los hacen buenos seres humanos…

Por más hiriente que suene a las sensibilid­ades de nuestros “educados”, queda en suspenso la pregunta obligada: la Universida­d, ¿para qué?

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