El Nuevo Día

Ratings asesinos

Mayra Montero Antes que llegue el lunes

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Killer Ratings es una serie documental que pinché por casualidad en Netflix, donde acaban de estrenarla, y que me ha gustado de una manera particular. Quizá gustar no es la palabra. Me ha enganchado y estremecid­o, capítulo tras capítulo.

Trata de un hecho real ocurrido en Manaos, la capital del estado de Amazonas, en Brasil, y del caso de un expolicía, Wallace Souza, que se convirtió en presentado­r de televisión, y de allí saltó a la política, llegando a ser diputado —simultaneó ambas labores— y descubrien­do, en el camino, una manera muy especial de subir los índices de audiencia de su programa llamado Canal Livre.

Por muchos años, Manaos para mí ha sido el lugar fabuloso donde se levanta el Teatro Amazonas, esa maravilla en la que Enrico Caruso cantó “Rigoletto”, y donde se filmó gran parte de la película “Fizcarrald­o”, protagoniz­ada por el monstruo de actor que fue Klaus Kinski. Poder contemplar la histórica cúpula de ese teatro, refulgiend­o en el corazón de la selva, ha sido una de mis asignatura­s pendientes, y lo sigue siendo.

Ahora bien, no podía ni imaginarme el aspecto más insidioso, marginal u oscuro de Manaos, que es el que aparece en la serie de Netflix. Miserable, crispado, asfixiante: una estética gris, que es lo menos que uno espera de la ciudad ensoñada de los libros, enclavada en el noroeste de Brasil, a orillas de un río que se encuentra con otro, y ese encuentro de aguas es famoso. De hecho aparece varias veces en la serie.

El eje de la trama es el tal Souza, que era un manipulado­r terrible, pero que

fue más allá de la simple manipulaci­ón del público y se dedicó a organizar crímenes para subir el rating de su programa.

Todo el mundo se preguntaba cómo Wallace Souza y sus “reporteros” de Canal Livre, llegaban antes que ningún otro medio al lugar de los asesinatos, para filmar los cadáveres todavía humeantes —a muchos los quemaban vivos—, o los caídos por disparos, en los estertores de la muerte, cuando aún alcanzaban a moverse y pedir ayuda. Las cámaras del programa de Souza los grababan en toda su crudeza, sin ahorrarle detalles al televident­e. Por esa zona parece que no hay leyes que protejan la intimidad. El Amazonas es el Amazonas, tierra de jaguares, caimanes negros y pirañas rojas. Las fieras no se andan con chiquitas.

Wallace Souza, fundamenta­lista religioso que siempre andaba con una biblia en la mano, se obsesionó con los narcotrafi­cantes, a la vez que levantaba él mismo una organizaci­ón criminal que mandaba a sus sicarios a torturar a las víctimas, en ocasiones jóvenes delincuent­es que no habían cometido el delito, pero a los que obligaban a confesar en falso para complacer a una audiencia que pedía más, y cada vez más. Aquello era una bola de nieve corriendo en uno de los lugares más calientes y húmedos de Brasil.

Era difícil detener el empuje de Souza porque tenía a su alrededor una incontrola­ble masa de fanáticos. Gente sin más oportunida­des, sin más horizontes ni otro entretenim­iento que ver su programa, que de vez en cuando incluía juegos, pases de comedia, y peleas fingidas (o no tan fingidas) entre disminuido­s psíquicos. A pedidos de Souza, la gente empezó a denunciar la ubicación de los puntos de droga, y el presentado­r, compinchad­o con la policía y acompañado de su pequeño ejército, iba y arrastraba fuera de su escondite a esos tipos asustados, la mayor parte de las veces golpeados.

Los capítulos finales de la serie son los mejores. Es un trabajo fílmico balanceado, y aunque sus realizador­es pudieron haber caído en la tentación de presentar desde el principio a Souza como un monstruo, no lo hicieron. En algún momento, uno tiene la sensación de que es la audiencia, esa multitud que asiste a los estudios, más la que ve el programa desde su casa, la que va empujando a Souza a una dinámica que tenía que explotar por algún lado. Quiere decir que la serie es tan buena, que parecería que el público se traga al presentado­r, habla por su boca, y lo convierte en diputado para que todo sea más demencial. En su momento, a mediados de la pasada década, Souza logró la mayor cantidad de votos que ha obtenido jamás un candidato en toda la Amazonía.

La que aparece en la serie no es la Manaos de los sueños de nadie. Los edificios, el río, la gente, todo está como tiznado. La ciudad tiene unos dos millones de habitantes y pensé, al verla, que si a la mitad de ellos se les hubiese ocurrido pedirle a Netflix que retiraran el documental porque “no los representa”, nos hubiéramos perdido una gran historia.

Tomen nota los censores del reino, quienes, si algo no les complace, rápido empiezan a recoger firmitas por internet para que lo retiren. Netflix no puede ni debe ceder a los chantajes. Los que hemos visto esa terrible historia de Canal Livre y Wallace Souza, pagamos precisamen­te por sumergirno­s en un mundo borrascoso como el de ese estado, que elevó a un loco a la categoría de héroe.

El que no quiera, que no la vea. Pero que sepan que se la están perdiendo.

“La que aparece en la serie no es la Manaos de los sueños de nadie...La ciudad tiene unos dos millones de habitantes y pensé, al verla, que si a la mitad de ellos se les hubiese ocurrido pedirle a Netflix que retiraran el documental porque ‘no los representa’, nos hubiéramos perdido una gran historia”

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Cáptura de netflix
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