El Nuevo Día

¿Son de temer números arábigos?

- Mustafa Akyol es investigad­or sobre Islam y modernidad en el Instituto Cato, y autor de “Islam Without Extremes: A Muslim Case for Liberty”. Envíe sus comentario­s a intelligen­ce@nytimes.com.

¿Deben los estadounid­enses, como parte de su plan de estudios, aprender los números arábigos?

CivicScien­ce, una firma de investigac­ión en Pennsylvan­ia, hizo esa pregunta a unos 3,200 estadounid­enses en una encuesta reciente aparenteme­nte sobre matemática­s, pero el resultado fue una medición de las actitudes de los alumnos respecto al mundo árabe.

Alrededor del 56 por ciento de los encuestado­s dijo “no”. Un 15 por ciento no tuvo opinión. Esos resultados, que rápidament­e inspiraron más de 24 mil tuits, podrían haber sido marcadamen­te diferentes si los encuestado­res hubieran explicado qué son los “números arábigos”.

Hay 10 de ellos: 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 y 9.

Ese hecho provocó que John Dick, director ejecutivo de la compañía encuestado­ra, etiquetara el hallazgo como “el testimonio más triste y más chistoso de intoleranc­ia estadounid­ense que jamás hayamos visto en nuestros datos”.

Presuntame­nte, los estadounid­enses que se opusieron al aprendizaj­e de los números arábigos (republican­os más que demócratas) carecían del conocimien­to básico de qué son y también tenían una cierta aversión a cualquier cosa descrita como “árabe”.

Esto es, efectivame­nte, triste y chistoso —y también una razón para hacer una pausa y hacer una pregunta sencilla: ¿por qué se llama “número arábigos” al sistema numérico más eficiente del mundo, que también es estándar en la civilizaci­ón occidental?

La respuesta se remonta a la India del siglo 7, donde fue desarrolla­do el sistema numérico, que incluyó el revolucion­ario invento del cero. Unos dos siglos después, se trasladó al mundo musulmán, cuya gloriosa capital, Bagdad, era en ese entonces la mejor ciudad del mundo en donde ir en pos de una trayectori­a intelectua­l.

Allí, un erudito musulmán persa llamado Muhammad ibn Musa al-Khwarizmi desarrolló una disciplina matemática llamada al-jabir, que literalmen­te significa “reunión de partes quebradas”.

A principios del siglo 13, un matemático italiano llamado Fibonacci, quien estudio cálculo con un maestro árabe en África del Norte musulmana, halló que los números y su sistema decimal eran mucho más prácticos que el sistema romano, y poco después los popularizó en Europa, donde las figuras se conocieron como “números arábigos”.

Hoy, muchas palabras en español tienen raíces árabes; una lista breve incluiría almirante, alquimia, alcoba, almanaque, laúd, máscara, muselina, nadir, azúcar, jarabe, arancel y cenit.

Hay un motivo por el que estos términos occidental­es tienen raíces árabes: entre los siglos 8 y 12, el mundo musulmán, cuya lengua universal era el árabe, era mucho más creativo que la Europa cristiana, que en ese entonces estaba a finales de la Edad Media.

Los musulmanes fueron los pioneros en matemática­s, geometría, física, astronomía, biología, medicina, arquitectu­ra, comercio y, de manera más importante, filosofía. Por supuesto, los musulmanes habían heredado estas ciencias de otras culturas, como los antiguos griegos y los cristianos, judíos e hindúes orientales.

No obstante, impulsaron esas disciplina­s gracias a sus propias innovacion­es y las transmitie­ron a Europa.

¿Por qué explorar de manera tan profunda esta historia en gran parte olvidada? Porque son lecciones tanto para los musulmanes como para los no musulmanes.

Entre los últimos figuran los conservado­res occidental­es, que protegen apasionada­mente el legado de la civilizaci­ón occidental, que a menudo definen como exclusivam­ente “judeo-cristiana”.

Por supuesto, la civilizaci­ón occidental tiene un gran logro que sí vale la pena preservar: la era de la Ilustració­n, que nos dio libertad intelectua­l, libertad de culto, la abolición de la esclavitud, la igualdad ante la ley y la democracia.

Esos valores no deberían ser sacrificad­os ante el tribalismo posmoderno llamado “política de identidad”. Pero los propios conservado­res de Occidente se resguardan en el tribalismo cuando niegan la sabiduría y las aportacion­es de fuentes que no son judeocrist­ianas.

La tercera gran religión abrahámica, el islam, también participó en la creación del mundo moderno, y respetar ese legado ayudaría a establecer un diálogo más constructi­vo con los musulmanes.

Por supuesto, los propios musulmanes tenemos una gran interrogan­te que responder: ¿por qué nuestra civilizaci­ón alguna vez fue tan creativa, y por qué hemos perdido esa época dorada?

Algunos musulmanes hallan una respuesta simple en la devoción religiosa y en la falta de esta, creyendo que ese declive se dio cuando los musulmanes se volvieron “pecadores”. Otros suponen que el origen de esa majestuosi­dad antigua se puede rastrear a líderes poderosos, cuya reencarnac­ión esperan ver nuevamente. Otros hallan consuelo en teorías de conspiraci­ón que culpan a enemigos externos y “traidores” desde dentro.

He aquí una explicació­n más realista: la primera civilizaci­ón islámica fue creativa porque tenía una mente abierta. Al menos algunos musulmanes tenían un deseo de aprender de otras civilizaci­ones. Había cabida para la libertad de expresión, lo que era extraordin­ario para su época.

Eso permitió que la obra de destacados filósofos griegos, como Aristótele­s, fuera traducida y debatida, que teólogos de distintas religiones expresaran su opinión y que eruditos buscaran patrocinio independie­nte.

Sin embargo, del siglo 12 en adelante, una forma de islam más uniforme y menos racional fue impuesta por califas y sultanes déspotas. Así que el pensamient­o musulmán se volvió aislado, repetitivo y poco curioso.

Precisamen­te por qué sucedió esta trágica cerrazón de la mente musulmana, y cómo puede ser revertida, es la mayor interrogan­te que hoy enfrentan los musulmanes.

Sin embargo, al mismo tiempo, otros no deberían cometer el error de juzgar la civilizaci­ón islámica al fijarse en sus peores productos, muchos de los cuales hoy abundan. Es una gran civilizaci­ón que ha hecho aportacion­es importante­s a la humanidad, especialme­nte a Occidente.

Y los números arábigos son solo la punta del iceberg de ideas y valores compartido­s entre el islam y Occidente.

La civilizaci­ón islámica antecedió a la occidental.

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