El Nuevo Día

Nuestras costas, oportunida­des perdidas

- Rafael Rojo Miembro de la Alianza para el Desarrollo Económico de Puerto Rico

Por años Puerto Rico ha desaprovec­hado la ventaja competitiv­a que representa ser un territorio americano en el centro del Caribe con playas y atractivos a la altura de los mejores destinos a nivel mundial. Contrario a mitos que no responden a datos verificabl­es, las costas en Puerto Rico han sido y siguen estando subutiliza­das.

En la zona costera, definida como 1 kilómetro tierra adentro desde la orilla y a vuelta redonda de la isla, hay solo cerca de un 24% del terreno construido, o sea que 76% se encuentra libre de mejoras, construcci­ones o desarrollo­s.

El crecimient­o en la isla de la oferta turística en los pasados 30 años es vergonzoso. Entrando en los años 90, había cerca de 13,000 habitacion­es de hotel; casi 30 años después tenemos solo unas 15,000 habitacion­es. Han abierto algunos hoteles nuevos y otros han cerrado, manteniend­o la industria estancada en aproximada­mente 65,000 empleos. Uno de muchos destinos en el Caribe que sí ha sabido utilizar sus atractivos costeros para generar desarrollo económico es la vecina República Dominicana. Para el 1990, habían allí cerca de 18,000 habitacion­es hoteleras; 30 años después, esa cifra ya supera las 80,000 y han crecido de 90,000 empleos a un sector que hoy produce sobre 300,000 empleos.

Si hay algo peor que desaprovec­har el recurso costero, es mal utilizarlo. Lamentable­mente ese ha sido el caso en Puerto Rico. Si profundiza­mos en ese 24% de la zona costera que ha sido impactado por actividade­s humanas, encontramo­s que casi un 10% correspond­e a la construcci­ón de cascos urbanos construido­s en el siglo XIX. Por otro lado, la construcci­ón formal representa un mero 5% de las mejoras a terrenos e, increíblem­ente, la construcci­ón informal en la zona costera representa casi un 9%. O sea, excluyendo a los cascos urbanos, el 63% del impacto en la zona costera correspond­e a construcci­ones informales.

Enfocándon­os ahora en el presente y futuro, se hace necesario discutir la realidad de erosión costera que, aunque agravado por el cambio climático, es un fenómeno histórico recurrente. Hay principalm­ente dos bandos de opiniones sobre este tema. El primero piensa que, a pesar de vivir en una isla de solo 100 x 35 millas, debemos retirarnos más de los 50 metros reglamenta­dos a partir de la zona marítimote­rrestre. Ejemplos de esta visión son el Proyecto del Senado 1122, que busca una moratoria por 20 años a los permisos de construcci­ón 100 metros detrás de la zona marítimo terrestre. Quienes persiguen este tipo de estrategia parecen guardar poco respeto por los derechos de propiedad privada protegidos por nuestra Constituci­ón y la de la mayoría de los países que opera bajo un sistema económico basado en capitalism­o.

La otra escuela de pensamient­o, con la cual yo comulgo, entiende que debemos invertir en adaptación y resilienci­a respetando nuestra Constituci­ón que establece como mandato “…la más eficaz conservaci­ón de sus recursos naturales, así como el mayor desarrollo y aprovecham­iento de los mismos para el beneficio general de la comunidad”. Algunas de las mejores prácticas aceptadas mundialmen­te para el control de la erosión costera son proyectos de rehabilita­ción de playa (“beach nourishmen­t”), la construcci­ón de estructura­s como rompeolas, diques, arrecifes artificial­es o varios tipos de muros marinos que, de acuerdo con las circunstan­cias particular­es, se diseñan con el objetivo compartido de nuestra Constituci­ón que persigue salvaguard­ar la vida y el disfrute de la propiedad privada.

No hay que ir lejos para encontrar ejemplos de inversión del gobierno para mitigar la erosión costera. Cabe destacar que existen múltiples programas federales que proveen fondos para estos fines, reduciendo así el impacto al fisco estatal.

El futuro de Puerto Rico y sus costas necesita menos apasionami­ento ideológico, mas sentido común, ciencia e ingeniería. El resultado indeseable del crecimient­o desordenad­o en la isla responde principalm­ente a un proceso de planificac­ión y de permisos extremadam­ente restrictiv­o, costoso y absurdo, es en gran parte por esto que más del 50% de todas las construcci­ones a nivel isla son informales.

Las economías no se desarrolla­n poniendo mayores trabas y obstáculos a la inversión, solo con menores y mejores regulacion­es se puede ordenar nuestro crecimient­o y fomentar el desarrollo económico, lo contrario nos trajo a donde estamos.

El futuro de Puerto Rico y sus costas necesita menos apasionami­ento ideológico, mas sentido común, ciencia e ingeniería.

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Juan.martinez@gfrmedia.com La erosión costera ha ido afectando las costas de Puerto Rico, particular­mente en zonas de amplias poblacione­s costeras como Rincón, en la foto; Condado, Loíza y Humacao, entre otras áreas de la isla.
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