Nuestras costas, oportunidades perdidas
Por años Puerto Rico ha desaprovechado la ventaja competitiva que representa ser un territorio americano en el centro del Caribe con playas y atractivos a la altura de los mejores destinos a nivel mundial. Contrario a mitos que no responden a datos verificables, las costas en Puerto Rico han sido y siguen estando subutilizadas.
En la zona costera, definida como 1 kilómetro tierra adentro desde la orilla y a vuelta redonda de la isla, hay solo cerca de un 24% del terreno construido, o sea que 76% se encuentra libre de mejoras, construcciones o desarrollos.
El crecimiento en la isla de la oferta turística en los pasados 30 años es vergonzoso. Entrando en los años 90, había cerca de 13,000 habitaciones de hotel; casi 30 años después tenemos solo unas 15,000 habitaciones. Han abierto algunos hoteles nuevos y otros han cerrado, manteniendo la industria estancada en aproximadamente 65,000 empleos. Uno de muchos destinos en el Caribe que sí ha sabido utilizar sus atractivos costeros para generar desarrollo económico es la vecina República Dominicana. Para el 1990, habían allí cerca de 18,000 habitaciones hoteleras; 30 años después, esa cifra ya supera las 80,000 y han crecido de 90,000 empleos a un sector que hoy produce sobre 300,000 empleos.
Si hay algo peor que desaprovechar el recurso costero, es mal utilizarlo. Lamentablemente ese ha sido el caso en Puerto Rico. Si profundizamos en ese 24% de la zona costera que ha sido impactado por actividades humanas, encontramos que casi un 10% corresponde a la construcción de cascos urbanos construidos en el siglo XIX. Por otro lado, la construcción formal representa un mero 5% de las mejoras a terrenos e, increíblemente, la construcción informal en la zona costera representa casi un 9%. O sea, excluyendo a los cascos urbanos, el 63% del impacto en la zona costera corresponde a construcciones informales.
Enfocándonos ahora en el presente y futuro, se hace necesario discutir la realidad de erosión costera que, aunque agravado por el cambio climático, es un fenómeno histórico recurrente. Hay principalmente dos bandos de opiniones sobre este tema. El primero piensa que, a pesar de vivir en una isla de solo 100 x 35 millas, debemos retirarnos más de los 50 metros reglamentados a partir de la zona marítimoterrestre. Ejemplos de esta visión son el Proyecto del Senado 1122, que busca una moratoria por 20 años a los permisos de construcción 100 metros detrás de la zona marítimo terrestre. Quienes persiguen este tipo de estrategia parecen guardar poco respeto por los derechos de propiedad privada protegidos por nuestra Constitución y la de la mayoría de los países que opera bajo un sistema económico basado en capitalismo.
La otra escuela de pensamiento, con la cual yo comulgo, entiende que debemos invertir en adaptación y resiliencia respetando nuestra Constitución que establece como mandato “…la más eficaz conservación de sus recursos naturales, así como el mayor desarrollo y aprovechamiento de los mismos para el beneficio general de la comunidad”. Algunas de las mejores prácticas aceptadas mundialmente para el control de la erosión costera son proyectos de rehabilitación de playa (“beach nourishment”), la construcción de estructuras como rompeolas, diques, arrecifes artificiales o varios tipos de muros marinos que, de acuerdo con las circunstancias particulares, se diseñan con el objetivo compartido de nuestra Constitución que persigue salvaguardar la vida y el disfrute de la propiedad privada.
No hay que ir lejos para encontrar ejemplos de inversión del gobierno para mitigar la erosión costera. Cabe destacar que existen múltiples programas federales que proveen fondos para estos fines, reduciendo así el impacto al fisco estatal.
El futuro de Puerto Rico y sus costas necesita menos apasionamiento ideológico, mas sentido común, ciencia e ingeniería. El resultado indeseable del crecimiento desordenado en la isla responde principalmente a un proceso de planificación y de permisos extremadamente restrictivo, costoso y absurdo, es en gran parte por esto que más del 50% de todas las construcciones a nivel isla son informales.
Las economías no se desarrollan poniendo mayores trabas y obstáculos a la inversión, solo con menores y mejores regulaciones se puede ordenar nuestro crecimiento y fomentar el desarrollo económico, lo contrario nos trajo a donde estamos.
El futuro de Puerto Rico y sus costas necesita menos apasionamiento ideológico, mas sentido común, ciencia e ingeniería.