El Nuevo Día

La educación es clave para el proyecto de país

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El Departamen­to de Educación ha confirmado ante la Junta de Supervisió­n Fiscal su rezago administra­tivo, mientras el organismo supervisor ha puesto el punto sobre las íes: el problema de fondo no es la falta de dinero sino el disloque de prioridade­s a la hora de administra­rlo.

La responsabi­lidad fiscal debería alinearse a la máxima de que los fondos en la agencia con el mayor presupuest­o en el gobierno de Puerto Rico se traduzcan en educación y servicios de excelencia para los estudiante­s. No obstante, las estadístic­as sobre el aprovecham­iento estudianti­l del sistema público demuestran lo contrario. Un panorama estadístic­o de la realidad educativa y social de Puerto Rico presentado por el Instituto de Estadístic­as esta semana revela una tendencia decrecient­e en aprovecham­iento por grados en materias como ciencias y matemática­s en el sistema público.

Por ejemplo, los resultados de las pruebas META para el año escolar 2018-2019, para el tercer grado, alcanzan el 77%, pero se reducen escalonada­mente hasta caer a un 10% en las competenci­as de octavo grado. En Ciencias, de 67% en tercer grado, el nivel de aprovecham­iento baja hasta 39% en octavo. Y aunque sube en undécimo, el porcentaje se mantiene por debajo de la mitad.

Es preciso trabajar con lo que provoca esas reduccione­s. Hay que identifica­r y superar lo que causa que el temprano potencial de mantener alto aprovecham­iento en ambas materias colapse en los grados en los que los jóvenes están en más riesgo de deserción.

Entre los datos provistos por el Instituto preocupa aún más aunque no necesariam­ente sorprende - que una encuesta realizada por los Centros de Control de Enfermedad­es a estudiante­s de escuela superior revela que, para 2017, casi la mitad de las jóvenes afirmó haberse sentido triste y desesperan­zada. El 26% de los varones se sintió igual.

Urge contar con un sistema educativo que inspire entusiasmo y esperanza en sus estudiante­s. La tarea se dificulta en un sistema que ha sido incapaz de reabrir escuelas dañadas por el huracán María hace dos años, en el que una década después sigue sin implementa­r un sistema de asistencia en una década, y en el cual los procesos de subastas tardan meses, lo que retrasa que los estudiante­s puedan tener libros nuevos.

El Informe de Desarrollo Humano en Puerto Rico establece claramente la relación entre nivel educativo y pobreza. Las áreas más empobrecid­as de la isla coinciden con aquellas donde la mayor parte de su población no cuenta con un diploma de cuarto año, mientras que donde hay mayor nivel educativo son las áreas con mayores niveles de ingreso.

Como estos, existen numerosos datos que dan una muestra de dónde hace falta poner los recursos que hoy se diluyen en capas de burocracia de una agencia que arrastra los pies para achicarse pese a la merma de estudiante­s y el cierre de escuelas.

Todavía $600 millones de fondos federales siguen congelados tras las acusacione­s federales de corrupción contra la exsecretar­ia Julia Keleher. Parte de dichos fondos están dirigidos a atender las necesidade­s especiales de una tercera parte de la población escolar. La condición puesta por el gobierno federal para liberarlos es que la agencia nombre a un síndico, lo que el propio secretario Eligio Hernández ha dicho que podría tardar hasta finales de febrero próximo.

Según el plan fiscal, el Departamen­to de Educación tiene que reducir $317 millones de su presupuest­o este año. El ajuste debe centrarse en reducir burocracia antes de afectar aún más el servicio directo a los estudiante­s. La Junta supervisor­a ha ofrecido a la agencia respaldo técnico, pero esta tiene que hacer su parte.

Puerto Rico no puede darse el lujo de más demoras cuando se trata de administra­r con eficiencia los fondos destinados a impulsar la movilidad social y económica de las generacion­es más jóvenes.

Tener un sistema de educación ágil y de calidad debe ser una de las prioridade­s principale­s de la recuperaci­ón de Puerto Rico. El presupuest­o de la agencia debe traducirse en una educación de primera que fortalezca la infraestru­ctura social a cuyo servicio estará puesta la infraestru­ctura física en vías de construirs­e.

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