No le queda nada al PPD
La revelación reciente de la determinación de Alejandro García Padilla de convertir la sede del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) en un hotel, sin identificar o concretar formalmente una sede alterna de prominencia arquitectónica e institucional, evidencia que el Partido Popular Democrático (PPD), se consume a pasos acelerados, mientras destruye su propia mística y marca política.
La disposición de una administración popular de dejar al ICP sin una sede digna, deshonra y menoscaba una de las genialidades políticas más exitosas en nuestra historia. El ICP fue creado en 1955 durante la gobernación de Luis Muñoz Marín, de forma contemporánea a la insurrección nacionalista que Pedro Albizu Campos lideraba, particularmente, desde el año de 1950 y que incluyó, acciones contra el presidente Harry Truman ese año y contra el Congreso de los Estados Unidos en 1954.
Para afianzar su proyecto político y enfrentar el reto nacionalista, el PPD desarrolló una estrategia cultural triangular que comprendía: la Universidad de Puerto Rico, la División de Educación de la Comunidad del Departamento de Instrucción Pública y el ICP. Con Ricardo Alegría a su cabeza, el ICP se dio a la tarea de difundir un conjunto de valores históricos, arqueológicos, artísticos musicales y literarios, que representaban una cultura propia en peligro de extensión por el progreso material y la modernización. Con la oficialización de un nacionalismo cultural cimentado en una concepción hispánica de la puertorriqueñidad, el PPD vendió al mundo una imagen positiva del Estado Libre Asociado (ELA), cónsona con el discurso nacionalista en boga en África, Asia y América Latina y que sirvió para atraer a su círculo de influencia a muchos intelectuales independentistas que terminaron apoyando el proyecto político del ELA.
Para enfrentar el reto nacionalista, se procuró desarticular el sentimiento independentista coaptándolo. A tales efectos, se abrían espacio dentro del gobierno del PPD para el desarrollo de creaciones artísticas de aquellos que estaban dispuestos a colaborar con el sistema. Así se resolvía el dilema de la definición suprema planteado por
Pedro Albizu Campos. Bajo esta concepción oficialista, se podía ser nacionalista sin ser independentista y a la vez, sin ningún tipo de incongruencia, ser un buen ciudadano americano. Pero cuidado, aquellos independentistas que no estaban dispuestos a colaborador con el régimen, se les perseguiría inmisericordemente, aplicándole las sanciones de la llamada Ley de la Mordaza. Así, el PPD, para efectos prácticos, desarticuló lo que hasta esos momentos era un movimiento nacionalista e independentista pujante y entusiasta.
Este artificio político fue el agarre que permitió al PPD y al ELA, fusionar para efectos de ejercer el poder con éxito, al aceite y al vinagre. Esto es, el ELA, permitía de manera única, ser nacionalista, buen puertorriqueño y a la vez, un orgulloso ciudadano americano, pues brindaba “lo mejor de los dos mundos”. Lo que no anticipó el PPD es que, si se podía estar orgulloso de nuestra identidad cultural y a la vez, valorar la relación con los Estados Unidos y su ciudanía americana, no había entonces razón alguna para no reclamar el disfrute pleno de esa ciudadanía a través de la estadidad.
El golpe final llegó cuando la aparente legitimidad del ELA quedó desautorizada en la decisión del Tribunal Supremo de los Estados Unidos en el caso de Sánchez Valle. Según el Tribunal, no existe la posibilidad de un reclamo de soberanía propia fuera de la cláusula territorial, que no sea la estadidad o la independencia. Es decir, el ELA no solo fue deslegitimado, sino ejecutado de forma sumaria
por el Tribunal Supremo.
¿Qué le queda entonces al PPD? Resulta muy triste decirlo: un pasado que añora y que ya no es, un futuro que no identifica y que no puede ofrecer, y un presente de total inconsecuencia. La disposición del último gobernador del PPD de lanzar a la calle, como si fuera un desposeído sin hogar, a una de sus mejores creaciones, hace evidente que al PPD de hoy, le queda poco, muy poco.
“La disposición de una administración popular de dejar al ICP sin una sede digna, deshonra y menoscaba una de las genialidades políticas más exitosas en nuestra historia”