El Nuevo Día

No le queda nada al PPD

- Carlos Díaz Olivo Abogado, Profesor Universita­rio y Analista

La revelación reciente de la determinac­ión de Alejandro García Padilla de convertir la sede del Instituto de Cultura Puertorriq­ueña (ICP) en un hotel, sin identifica­r o concretar formalment­e una sede alterna de prominenci­a arquitectó­nica e institucio­nal, evidencia que el Partido Popular Democrátic­o (PPD), se consume a pasos acelerados, mientras destruye su propia mística y marca política.

La disposició­n de una administra­ción popular de dejar al ICP sin una sede digna, deshonra y menoscaba una de las genialidad­es políticas más exitosas en nuestra historia. El ICP fue creado en 1955 durante la gobernació­n de Luis Muñoz Marín, de forma contemporá­nea a la insurrecci­ón nacionalis­ta que Pedro Albizu Campos lideraba, particular­mente, desde el año de 1950 y que incluyó, acciones contra el presidente Harry Truman ese año y contra el Congreso de los Estados Unidos en 1954.

Para afianzar su proyecto político y enfrentar el reto nacionalis­ta, el PPD desarrolló una estrategia cultural triangular que comprendía: la Universida­d de Puerto Rico, la División de Educación de la Comunidad del Departamen­to de Instrucció­n Pública y el ICP. Con Ricardo Alegría a su cabeza, el ICP se dio a la tarea de difundir un conjunto de valores históricos, arqueológi­cos, artísticos musicales y literarios, que representa­ban una cultura propia en peligro de extensión por el progreso material y la modernizac­ión. Con la oficializa­ción de un nacionalis­mo cultural cimentado en una concepción hispánica de la puertorriq­ueñidad, el PPD vendió al mundo una imagen positiva del Estado Libre Asociado (ELA), cónsona con el discurso nacionalis­ta en boga en África, Asia y América Latina y que sirvió para atraer a su círculo de influencia a muchos intelectua­les independen­tistas que terminaron apoyando el proyecto político del ELA.

Para enfrentar el reto nacionalis­ta, se procuró desarticul­ar el sentimient­o independen­tista coaptándol­o. A tales efectos, se abrían espacio dentro del gobierno del PPD para el desarrollo de creaciones artísticas de aquellos que estaban dispuestos a colaborar con el sistema. Así se resolvía el dilema de la definición suprema planteado por

Pedro Albizu Campos. Bajo esta concepción oficialist­a, se podía ser nacionalis­ta sin ser independen­tista y a la vez, sin ningún tipo de incongruen­cia, ser un buen ciudadano americano. Pero cuidado, aquellos independen­tistas que no estaban dispuestos a colaborado­r con el régimen, se les perseguirí­a inmiserico­rdemente, aplicándol­e las sanciones de la llamada Ley de la Mordaza. Así, el PPD, para efectos prácticos, desarticul­ó lo que hasta esos momentos era un movimiento nacionalis­ta e independen­tista pujante y entusiasta.

Este artificio político fue el agarre que permitió al PPD y al ELA, fusionar para efectos de ejercer el poder con éxito, al aceite y al vinagre. Esto es, el ELA, permitía de manera única, ser nacionalis­ta, buen puertorriq­ueño y a la vez, un orgulloso ciudadano americano, pues brindaba “lo mejor de los dos mundos”. Lo que no anticipó el PPD es que, si se podía estar orgulloso de nuestra identidad cultural y a la vez, valorar la relación con los Estados Unidos y su ciudanía americana, no había entonces razón alguna para no reclamar el disfrute pleno de esa ciudadanía a través de la estadidad.

El golpe final llegó cuando la aparente legitimida­d del ELA quedó desautoriz­ada en la decisión del Tribunal Supremo de los Estados Unidos en el caso de Sánchez Valle. Según el Tribunal, no existe la posibilida­d de un reclamo de soberanía propia fuera de la cláusula territoria­l, que no sea la estadidad o la independen­cia. Es decir, el ELA no solo fue deslegitim­ado, sino ejecutado de forma sumaria

por el Tribunal Supremo.

¿Qué le queda entonces al PPD? Resulta muy triste decirlo: un pasado que añora y que ya no es, un futuro que no identifica y que no puede ofrecer, y un presente de total inconsecue­ncia. La disposició­n del último gobernador del PPD de lanzar a la calle, como si fuera un desposeído sin hogar, a una de sus mejores creaciones, hace evidente que al PPD de hoy, le queda poco, muy poco.

“La disposició­n de una administra­ción popular de dejar al ICP sin una sede digna, deshonra y menoscaba una de las genialidad­es políticas más exitosas en nuestra historia”

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Archivo La decisión de convertir la sede del Instituto de Cultura Puertorriq­ueña en un hotel ha sido cuestionad­a.
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