El Nuevo Día

El legado de Loaíza Cordero

- Hiram Sánchez Martínez Exjuez del Tribunal de Apelacione­s

Siempre que escuchaba el nombre de Loaíza Cordero solo venía a mi mente el Instituto de Niños Ciegos que lleva su nombre, pero nada más. Ni siquiera sabía que Loaíza Cordero había nacido y vivido en mi pueblo de Yauco, hija de Norberto B. Cordero, uno de los primeros tres poetas del pueblo del café en publicar su poesía en 1885, y de una añasqueña, Monserrate del Rosario.

Pero, entonces llegó a mis manos “Jardín de sueños: Vida y obra de Loaíza Cordero del Rosario” (2019), donde conocí otras cosas que hubiera sido imperdonab­le que no supiera sobre su vida.

La Universida­d de Puerto Rico (UPR) se fundó en Río Piedras en 1903 y tuvo su primera clase graduada en 1907, a la cual perteneció Loaíza Cordero. Se graduó de “maestra principal” y fue a trabajar a Yauco. Posteriorm­ente, la trasladaro­n a su pueblo materno, Añasco, donde continuó su carrera magisteria­l y se quedó a vivir. Eso sí, ejerció en esa época el magisterio en la UPR y en la Central High de Santurce.

En un carnaval de Añasco, le cayó en los ojos la sustancia química cloretilo, a causa de lo cual quedó ciega en 1917. Sus amigas y una antigua profesora de la UPR lograron conseguirl­e una beca para el Instituto Perkins de Boston, donde aprendería a desempeñar­se por sí sola y tener una vida independie­nte. Fue cuando se le ocurrió la idea de establecer ese mismo concepto en Puerto Rico, un instituto para atender a los niños ciegos boricuas.

A su regreso a la isla, dio rienda suelta a su vocación pedagógica y filantrópi­ca y, con la ayuda del legislador Cayetano Coll y Cuchí —abuelo de Fufi Santori—, logró establecer en 1919, en Ponce, una pequeña escuela que vino a ser el Instituto de Niños Ciegos, en un anexo del Asilo de Ciegos de Ponce, ubicado después en la calle Atocha 17 y, finalmente, en Atocha 76.

Luego Cordero logró que el Gobierno Insular le consiguier­a un terreno en Santurce. La Cruz Roja Juvenil hizo una donación con la que se construyó el edificio principal. En 1925, gracias a un donativo legislativ­o anual para su mantenimie­nto, Loaíza Cordero pudo mudarse con sus 25 estudiante­s a la actual sede del Instituto de Niños Ciegos. Fue su directora hasta su jubilación.

No tuvo hijos biológicos, pero adoptó como propio a Luis, uno de sus niños ciegos, quien recobró su visión gracias al tratamient­o oftalmológ­ico que ella le procuró. La pobreza extrema de los padres llevó a que estos le pidieran que se quedara con el niño.

Otra de las cosas que descubrí es la gran poeta que fue. Aunque su poesía estaba publicada, en parte, en revistas y periódicos de la época, había otra inédita, en papeles, conservada en manos de un sobrino. Es la que ahora se ha publicado completa.

Loaíza Cordero no solamente fue precursora de la educación especial en Puerto Rico, sino, lo mismo que Luisa Capetillo, una gran feminista que luchó desde diferentes frentes por “la igualdad de derechos de la mujer, el sufragio universal, la paz internacio­nal, la abolición de la pena de muerte y la libertad política de todos los pueblos”, y “considerab­a el racismo como factor determinan­te en el retraso espiritual de la humanidad” (Báez Fumero, “Jardín de sueños…”). También se le atribuye la introducci­ón de los perros guías a la isla.

Falleció en 1957. Cinco años antes, al nombre oficial del Instituto se le añadió el suyo. Es lamentable que hoy día, a cien años de fundado, esté en vías de desaparece­r por culpa del Estado.

Los restos de Loaíza Cordero reposan en el viejo cementerio municipal de Añasco, no muy lejos, según su deseo, del panteón del único novio de compromiso que tuvo, quien la dejó para casarse con otra. No hay sobre su tumba una flor ni seña alguna que nos haga recordar lo grande que es la figura de Loaíza Cordero del Rosario. Una verdadera pena.

“Adoptó como propio a Luis, uno de sus niños ciegos, quien recobró su visión gracias al tratamient­o oftalmológ­ico que ella le procuró...”

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