Cómo resolver el cambio climático
Hace casi 50 años, tres químicos encontraron evidencia de que los clorofluorocarbonos, sustancias químicas conocidas como CFCs y liberadas por productos en aerosol, estaban debilitando la capa de ozono que funciona como un filtro solar natural de la Tierra, que protege a humanos, animales y plantas de la nociva radiación.
El hallazgo fue una noticia importante y estremeció al público. Las ventas de aerosoles cayeron drásticamente, y en 1977, el Congreso añadió la protección de la capa de ozono a las responsabilidades de la Agencia federal de Protección Ambiental (EPA) en el marco de la Ley de Aire Limpio. No mucho tiempo después, la EPA determinó que los compuestos, entonces ampliamente usados en refrigeradores, aires acondicionados y algunos procesos industriales, presentaban una amenaza incluso más grave a la atmósfera que como se pensó en un principio.
El caso para la acción global se volvió más urgente en 1985 cuando un equipo británico descubrió un agujero en la capa de ozono arriba de la Antártida, seguido por la confirmación por parte de científicos de la NASA de un vínculo entre el agujero y los CFCs. Con el resto del mundo y la industria a bordo, el resultado fue el Protocolo de Montreal 1987, acuerdo que prohíbe los CFCs y otras sustancias que eliminan la capa de ozono.
¿Fin de la historia? No precisamente. Resulta que los sustitutos de los CFCs, conocidos como hidrofluorocarburos (HFC), son poco amigables con el clima. En el 2016, los signatarios de Montreal se reunieron de nuevo en Kigali, Ruanda, y acordaron enmendar el protocolo original para eliminar poco a poco los HFCs y hallar sustitutos más amigables con la atmósfera.
El mundo encontró dos respuestas planetarias con resultados positivos. La capa de ozono está sanando. Vale la pena recordar eso mientras luchamos para encontrar un terreno común en la batalla contra el cambio climático. Vale la pena preguntar ahora por qué el mundo no ha respondido con una resolución similar al abordar los gases del calentamiento global, como el dióxido de carbono.
En 1965, tras un reporte de su Comité
Asesor de Ciencias, el presidente Lyndon Johnson pidió al Congreso que aprobara una ley que frenara las emisiones de dióxido de carbono. Cuatro años después, un ayudante del presidente Richard Nixon, Daniel Patrick Moynihan, advirtió que “el hombre ha empezado a introducir inestabilidad” en la atmósfera “mediante la quema de combustibles fósiles”.
Luego vino el testimonio ante el Congreso de James Hansen, un científico de la NASA, vinculando el calentamiento global con actividades humanas con una certeza del 99%; también los esfuerzos de activistas como Al Gore para demostrar el vínculo entre el calentamiento y el aumento en la manufactura y el uso de combustibles fósiles.
Sin embargo, el conocimiento científico no ha producido una acción a la altura del reto. Una razón ha sido la ausencia, hasta hace muy poco, de un daño ambiental obvio que amenace el bienestar individual y el sentido de urgencia que inspira al público a exigir respuestas regulatorias. La perspectiva de millones de muertes por cáncer llevó al Protocolo de Montreal.
Por el contrario, el cambio climático ha sido visto como una preocupación de generaciones futuras. Además, no había soluciones tecnológicas relativamente rápidas para las emisiones de carbono. El problema del calentamiento global requiere una serie de soluciones: alternativas libres de carbono para producir electricidad; una flota de vehículos totalmente eléctricos; un fin a la deforestación; prácticas agrícolas amigables con el clima; cambios de dieta a gran escala y, posiblemente, tecnologías avanzadas para sacar el dióxido de carbono de la atmósfera.
Y finalmente, pese a las predecibles advertencias de la industria de una ruina económica, el esfuerzo por proteger la capa de ozono no enfrentó nada parecido a la campaña de negación y desinformación organizada por
Exxon Mobil y otras compañías de combustibles fósiles para confundir al público sobre el cambio climático y para descarrilar los intentos por abordarlos.
Y como descubrió el presidente Bill Clinton tras firmar el Protocolo de Kioto en 1997, había poco entusiasmo por un tratado que exigía que EE.UU. y otras naciones industriales hicieran la mayoría del trabajo pesado mientras daban a otros grandes contaminadores, como China e India, un camino mucho más fácil.
¿Hay razones ahora para tener esperanzas de una acción seria? Sí: intimidantes reportes en el último año del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático sobre la necesidad de actuar antes de que las cosas se salgan de control, sobre deforestación y otras prácticas perjudiciales de uso de tierra, sobre arrecifes moribundos y crecientes niveles del mar. Además: una cascada de desastres naturales, incluyendo catastróficos incendios forestales y huracanes. Además: la caída en el costo de producir energía libre de carbono, como la eólica y la solar. Y por último: los esfuerzos de autoridades estatales y locales, para llenar el vacío de liderazgo global dejado por el Presidente Donald J. Trump.